El desmontaje fue así un objetivo central en la llamada “revolución cultural” que lideraron Espinoza y Hugo Chávez a partir del proyecto intelectual de Espinoza, quien había sido, desde su formación como joven comunista, estudioso de Antonio Gramsci. Así, el concepto de revolución cultural que se aplicó en Venezuela desde 2001 no seguía la revolución cultural de Mao, como se ha dicho, sino la de este intelectual italiano, Gramsci (1891-1937), cuya revolución cultural priorizaba el desmontaje de las hegemonías del mundo de las ideas y el intelecto. A diferencia de Marx, que creía que los grandes cambios se darían al cambiar el sistema económico, la infraestructura, Gramsci considera que antes se debe controlar la superestructura, la ideología, la forma de pensar. La revolución cultural así entendida pasa por desmontar esas superestructuras, para transformar las ideas y lo que llamaba Gramsci el sentido común de la sociedad civil (que había sido formado y difundido desde las iglesias, los intelectuales, las instituciones culturales, los profesores y el sistema de educación). La estrategia destructiva iba directamente en contra de esos grupos “hegemónicos” del pensamiento, sustituyéndolos o desprestigiándolos. El objetivo era que, mientras se iban destruyendo los valores anteriores, se fuera introduciendo una nueva cosmovisión de la sociedad, lo que iría logrando el aspirado montaje o momento constructivo del nuevo orden revolucionario.