La tecnología, razona Hernández, no puede resolver problemas concretos como la falta de hábito por la lectura, la deserción y la violencia escolar; no puede sustituir aspectos como el carisma y la elocuencia de un docente y, a menudo, puede afectar la capacidad de concentración de los muchachos debido a la presencia de copiosos volúmenes de información y otros factores. Tampoco garantiza la interacción social de los muchachos con la familia, los amigos, los compañeros, construcción de significados. El secreto, insistió, está en el uso que se da a la herramienta y la reflexión previa.