Nunca, como en el imaginario de la utopía absoluta del Comandante Eterno, las masas empobrecidas se vieron transportadas al olimpo de la suprema felicidad, en una patria bonita, soberana, convertida en potencia mundial. Pero, al final de esta fábula, de cuyo sueño despertamos, nos encontramos con una hambruna pavorosa y entre los países más infelices del mundo, con una superinflación indetenible, que corroe especialmente los ahorros de la clase trabajadora y los ingresos de la pobrecía nacional.