Las constantes urbanas de Raquel Soffer
Las constantes urbanas de Raquel Soffer

AUTOR: Humberto Valdivieso

Es cierto que los nómadas no tienen historia, solo tienen una geografía. Gilles Deleuze y Félix Guattari

Una ciudad está hecha de capas superpuestas, magnitudes, direcciones, fuerzas contradictorias, velocidades y agitación. También de imágenes, palabras y sensaciones. Los edificios, las avenidas, los parques, la infraestructura de los servicios públicos, la moda y los anuncios publicitarios son evidencias de ello. En su conjunto, integran algo llamado: el imaginario del espacio urbano. Este no es otra cosa que un sistema constituido por lugares, tiempos y signos interconectados en la imaginación de los ciudadanos.

En una ciudad todo habla y nada domina: lo más antiguo convive con lo actual –y a veces con el futuro–, lo inconmensurable no desplaza a lo ínfimo, lo veloz transita entre lo pausado sin alterarlo. Objetos, memorias y hábitos jamás son desestimados en el desenvolvimiento de la vida urbana y sin embargo, nada puede definirla por completo. En ella todo es recuperable. Los intercambios emocionales, espirituales e intelectuales –los ciudadanos y sus conflictos–, convierten a las ciudades en textos inquietos, espacios parlanchines y memorias cruzadas. Caracas no es una excepción, el proyecto Constantes urbanas de Raquel Soffer da cuenta de ello.

Semejante trabajo es una acuciosa pesquisa y un discurso visual que revela el tránsito de la artista por los espacios de la metrópolis y las tecnologías digitales. Una investigación que integra el espíritu de las libretas de los exploradores del siglo XVIII con los mapas de navegación de los bohemios digitales. Tiene mucho de registro visual, inventario, comparación y taxonomía. En este sentido, recuerda las palabras de Alexander von Humboldt: “Conocer y reconocer es el placer y la facultad de lo humano”. También está llena de conexiones, alternativas, imágenes híbridas, metáforas inestables e identidades frágiles. En su interior confluyen formatos y medios mixtos.

El proyecto señala un deambular entre átomos y bytes. Asimismo, una práctica de recuperación histórica y un ejercicio que contamina los supuestos habituales de los ciudadanos. En tanto mapa –cartografía alterada por una sensibilidad contemporánea– está próxima a estos versos de Octavio Paz: “Es un reflejo suspendido en otro / Tránsitos: parpadeos del instante”. También a una petición de Jean-François Lyotard: “Hay una tarea decisiva: hacer que la humanidad esté en condiciones de adaptarse a unos medios de sentir, de comprender y de hacer muy complejos, que exceden lo que ella reclama. Esta tarea implica como mínimo la resistencia al simplismo”.

raquels

Soffer toma elementos del imaginario caraqueño, presentes desde la Colonia hasta nuestros días, y los codifica en sus trabajos: balaustradas, arcos de medio punto, colores y retículas entre otros. Cada codificación es una exégesis que genera reflexiones, alternativas visuales, metáforas espaciales y comentarios. Nuevos contenidos para la ciudad. Su obra no se conforma con el testimonio: ella indaga e interviene. Al hacerlo, extiende el imaginario y lo hace más complejo. Por lo tanto, la idea de contaminación es necesario vincularla con pensar, investigar, relacionar e imaginar. Con darle densidad al espacio en cada nueva intervención. Es el sentido que el poeta francés Antonin Artaud le dio: “comprender es contaminar el infinito”.

Los elementos integrados al interior de Constantes urbanas asoman una verdad irrefutable: Caracas es un mito. La artista lo manifiesta tejiendo –metaforizando– ciertos elementos donde descansa la atemporalidad de la urbe. Y es que esta ciudad es, sin duda, un cúmulo de relatos inconclusos escritos por la ingenuidad y la demagogia. De ahí el inexorable mestizaje racial, estructural y simbólico que muchas veces es apreciado como caos o desorden.

 

Esa percepción de caos urbano proviene de la ilusión cronológica. En la Caracas infinita de este proyecto visual el tiempo no existe, por lo tanto todos los tiempos están presentes a la vez. De ahí su carácter mítico: es un relato sin anclaje histórico, 

 un cuento que comienza una y otra vez en el discurso charlatán de la heroicidad caribeña. La “Gran Caracas”, así como la “Gran Venezuela”, siempre está por hacerse.

Soffer desestima los lugares comunes y penetra en las complejas sintaxis arquitectónicas de la metrópolis. Conecta mitos y lidia con los conflictos del mestizaje. Va en busca de las marcas dejadas por las narrativas inconclusas de la Colonia, la Independencia, las dictaduras y las democracias. En ese ejercicio detecta elementos constructivos capaces de integrar visualmente las distintas clases sociales, reconoce paisajes donde  cables y naturaleza diseñan un gran rizoma extendido por barrios y urbanizaciones, localiza murales que integran disparatadamente mitos religiosos y sociales para imponer dogmas a gritos, y registra colores que manchan el espacio urbano y funden en una sola trama lo público y lo privado.

Esta propuesta, entonces, promueve lo híbrido, la re-mezcla y le da prioridad a la experiencia vivida sobre el problema del material en la obra: de ahí su estética ultra contemporánea. Utiliza fotografía, video y computación gráfica sin dejarse apabullar por el proceso técnico. Instala, reúne, pega, tacha, suma, compone: hace y deshace. Los medios utilizados por la artista no pueden ser evaluados en sí mismos como testimonios de un ejercicio técnico. Ellos son parte del performance de la investigación, de la búsqueda y modo de pensar: su función básica es permitir el despliegue de esta libreta de apuntes-mapa de navegación.

Constantes urbanas en realidad es un proceso: ahí nada es definitivo, todo es transitorio. Como la ciudad, la obra de esta artista supone un hacerse inagotable. Átomos y bytes, plástico y cemento, cables enredados y perfiles simétricos, naturaleza y arquitectura, barrios y urbanizaciones, pasado y presente plantean los dilemas de una Caracas viva, interminable, complicada. Todo está abierto. Y así debe ser porque una propuesta afín a la ciudad siempre pide más habla y, por lo tanto, una mayor dispersión creativa.