Cuando lo entrevisté, Teodoro convalecía de una operación de rodilla y buscaba estar en forma para la campaña presidencial que terminaría disputando Manuel Rosales con Chávez. Durante esas largas conversaciones, que podían durar muchas horas, dejó a ratos de lado a la política para hablar de su otra gran pasión: los libros. Era un lector voraz que estaba al día con lo más reciente de la ficción, el ensayo y la poesía, sobre todo de autores venezolanos. Todavía recuerdo dos revelaciones que me sorprendieron. Teodoro leía todos los años dos libros: La guerra y la paz, de León Tolstoi, y El amor en los tiempos del cólera, de su amigo y cómplice Gabriel García Márquez. Pero lo que me sorprendió más fue su confesión de que había en él un narrador frustrado. En los años cincuenta, mientras conspiraba en la lucha contra Pérez Jiménez y estudiaba economía marxista, se debatió intensamente entre la ficción literaria y la realidad política. Optó por la última sin dejar de soñar con la primera. Y, de hecho, según me dijo, escribió un par de cuentos que ojalá algún día se publiquen.