Terrorismo, migraciones, refugiados, conflictos armados, desastres naturales… los acontecimientos parecen repetirse. Encuadres y composiciones similares nos recuerdan que la tragedia es añeja y que, ciertamente, “la cámara es el ojo de la historia” (Mathew Brady). Un ojo que mira y nos hace ver a través de él, que ofrece un punto de vista que, en ocasiones, se cruza con nuestra mirada, a veces ingenua o desprevenida, otras acuciosa y detallista. A veces inconmovible, otras empañada en emociones. Resuena la acertada idea de Gary Knight, al afirmar que “Una fotografía no es el fin de una historia. Es el comienzo”. Más allá de la captura fotográfica de un suceso, su alcance se potencia a través de su circulación y difusión, así como de las posibilidades de influencia en distintas capas y niveles. No es exagerado afirmar, entonces, que la fotografía es una herramienta para recordar y representar, una forma de visualizar y entender el mundo, con sus actores y momentos claves, con temas y episodios significativos que conforman la agenda global y mediática, asumiendo la correspondencia y nexos entre ambas.