Por vez primera un autor latinoamericano integraba las sofisticadas y por entonces convincentes tesis de la Escuela de Frankfurt, de la que Theodor Adorno y Max Horkheimer eran líderes, con los persuasivos recursos empíricos –estadísticas precisas y análisis cuantitativos– de las tradiciones académicas norteamericanas para demostrar, entre otras cosas, que Venezuela y América Latina eran víctimas de un devastador subdesarrollo cultural y que de esa situación eran responsables, en grado sumo, la manera como se habían configurado y la impunidad con la que funcionaban, las industrias culturales de la región.