Manuel de Pedro tenía 84 años y dejó una extensa y reconocida filmografía de documentales, cortos y largometrajes, entre ellos Juan Vicente Gómez y su época y el filme de ficción En Sabana Grande siempre es de día.
Manuel de Pedro, cineasta, falleció el 18 de febrero en su hogar de Catia La Mar a los ochenta y cuatro años. Manuel nació en Zaragoza, España, comenzó la universidad con los jesuitas en el país vasco licenciándose en Filosofía en la Universidad de Comillas. Luego, fue a estudiar Filosofía a Alemania y Humanidades y Cinematografía, Master in Speech, Major in film en Northwestern University (Chicago).
A principio de los años setenta vino a Venezuela, país del cual se enamoró e hizo suyo. Se destacó en la cinematografía, particularmente en el documental, trabajó con Bolívar Films y luego en su propia empresa Cochano Films, con su socio y entrañable amigo Juvenal Herrera. Realizó más de treinta y cinco producciones, como el documental Recordemos a Un solo pueblo, donde le tocó recorrer el país con la familia Querales, Francisco Pacheco y los demás integrantes de este grupo. Produjo mi documental favorito, Juan Vicente Gómez y su época, muy aclamado por la crítica. Entre sus producciones figuran: En las selvas de Guayana, Iniciación de un Shaman y El extranjero que danza, con daneses y yanomamis; Trampa para un gato, sobre la guerrilla en El Salvador; temas caraqueños como En Sabana Grande siempre es de día, teniendo en mente a su entrañable amigo Fausto Mazó; documentales sobre artistas como Cruz Diez, Francisco Narváez y Vicente Emilio Sojo. Algunos lo recordarán en la exitosa telenovela Kai Na, transmitida por Venevisión, donde además de ser su director general, interpretó al convincente cura de la trama.
Ejerció la docencia como profesor titular en la Cátedra de Dirección de Cine, durante treinta años, en la Escuela de Artes de la Universidad Central de Venezuela.
En lo personal, la separación de sus hijos de su primer matrimonio lo afectó muchísimo y la reconciliación fue la fuente de su mayor alegría. Se casó con Martha Peinado, alumna y discípula, en una historia de amor sin paralelo, entregándose por entero a su familia, pareja a la que llamaban Jota y Joropo.
Para los que tuvimos la suerte de conocerlo, podemos decir que era un hombre de excepción. Inteligente y culto, sentía suya a Venezuela, honesto, creativo y de eterna iniciativa, buena gente, preocupado por los demás, siempre risueño frente a las dificultades, como decíamos en otros tiempos “un dechado de virtudes”.
Manuel trabajó por Venezuela hasta el último de sus días. Hace una semana me entregó su primer libro Historia ilustrada de la Independencia de Venezuela, dirigido a los jóvenes, que veremos publicado en Amazon Books, en enero, Dios mediante. Una vida vivida plenamente y para provecho de todos nosotros. Que descanse en paz.
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