Foto: Juan Vasquez
Por Víctor M. Quintana
SUMARIO
El autor nos hace un repaso por la historia política del país a partir de comienzos del siglo XX y se enfoca en los valores que han prevalecido en cada momento; pero no solo se conforma con conceptualizar este tema que ha estado presente en el quehacer de la vida cotidiana y política venezolana, sino que va más allá al plantearnos también el tema de los medios de comunicación y el papel que deben cumplir en la transformación y desarrollo del país.
El hombre pendula entre lo sublime y lo perverso
Es casi imposible vivir la vida sin los valores porque forman parte del ser humano. A los imbéciles les parece que no hacen falta. Otros los colocan en el mundo de la subjetividad, porque piensan que una cosa son los deseos y muy otra la realidad. Las argumentaciones con base en ideologías e ideas de este tipo han sido nefastas para el desarrollo del hombre. En Venezuela se han desperdiciado, por la ausencia de valores, unas cuatro oportunidades de convertirla, no en una potencia, pero sí en un país capaz de perfeccionar la democracia, y de autoabastecer las necesidades básicas de la población.
No queda otra cosa que aprenderlos, pero no por ley o por castigo, sino por “degustación”, como sugiere Cortina (2001). Las instituciones públicas, privadas y religiosas han de ser las primeras en catarlos como se cata un buen vino. Es decir, modelarlos como lo prescribe la moral y ética, para que los individuos hagan lo propio y se sientan orgullosos de participar y pertenecer a la civilidad de su país.
Los valores guían por el buen camino, o, al menos, alertan de las conductas torcidas. Pero no son una camisa de fuerza. La conducta de los individuos e instituciones oficiales y privadas pareciera fluctuar entre lo sublime y lo perverso. En el medio hay actitudes que, gradualmente, se inclinan hacia uno u otro extremo dependiendo del propósito que se persigue o la persona con que se interactúa. Los regímenes autocráticos persiguen, encarcelan y torturan al adversario político. Son perversos. Los cuasi democráticos, gradualmente, cometen los mismos delitos. Son perversos. Los civilistas, como el de Medina Angarita, aunque amenazados por el enemigo, no cometen tales delitos contra nadie. Son sublimes y admirables.
El desviarse de los valores, en unas épocas más que en otras, trajo consigo, siguiendo a Iragorri (1992), que el país fuera de fracaso en fracaso, pues las actitudes contrarias los pisotean porque no creen en ellos. Pero ¿cómo superar la pobreza con más pobreza? La democracia, ayuna de libertad y de justicia, no es democracia.
Aparte de desestimar a los valores, y de que hay permiso para violarlos, existe la dificultad para aprehenderlos. En el caso de Venezuela, la madre –casi siempre– cría y forma sola a los hijos. Allí, muchas veces, hay disfuncionalidad familiar por las carencias afectivas, materiales y de conocimiento. Así mismo, los niños sometidos a las normas rígidas y estereotipadas del autoritarismo familiar; y a las humillaciones de algunos docentes en la escuela, son considerados “niños estorbo”, cuya “creatividad se les anula”, según la experta Bermúdez en Indacoechea (1991); lo que también es una desventaja para concienciar la importancia de vivir la vida con valores.
No obstante, de esos hogares disfuncionales –y de los niños humillados– han salido jóvenes que han contribuido con la construcción del país, pero otros han sido un lastre y una vergüenza para la sociedad venezolana. Estos últimos, generalmente, atribuyen sus desgracias a las enseñanzas recibidas en casa, o al gen egoísta. Pero si hay capacidad para atribuir a los progenitores o a tendencias hereditarias los problemas existenciales de cada quien, también ha de haberla para reflexionar y corregir los entuertos, y empezar de nuevo sin mirar hacia el pasado.
La fuerza del hábito de los valores no es suficiente para enfrentar las situaciones adversas o comprometidas. Es necesario controlar las emociones y sensaciones del momento. Para actuar con inteligencia y racionalidad los valores han de estar sembrados en al alma y corazón del individuo. Pero las personas son únicas. Alguien de carácter irascible por desequilibrio espiritual, o aquel que está descompensado biológicamente, podría interactuar contraviniendo los valores y causando daño al otro. El prominente psiquiatra Edmundo Chirinos o el Rey Juan Carlos I de España, que parecieran ser incorruptibles, se implicaron en los delitos penales inocultables que se les atribuyen. Donal Trump, sin pruebas fehacientes, desconoce el resultado de las elecciones en las que participa en 2020, poniendo en entredicho la honestidad y confianza del sistema electoral y la trayectoria democrática de su país. Esos casos son el mejor ejemplo de lo que no se debe modelar.
Nadie está exento de caer en desgracias (ser víctima) o de incurrir en hechos abominables (ser victimario). En cualquiera de los dos casos, a quienes delinquen, más allá de la justicia penal, la opinión pública los condena a priori. Los mencionados personajes, conscientes o no de lo que hacían, se relajaron dándose licencia para apartarse de los valores y convertirse así en victimarios.
Existe la creencia de que algunas personas cuanta más edad tienen, mayor sabiduría exhiben. Pues llegada la etapa evolutiva de la vejez, la actitud podría ser más comedida, es decir, más reposada y pacífica. Lo que le granjearía al sabio el reconocimiento y admiración del semejante. Pero en esta etapa también los hay achacosos y neurasténicos, cuya conducta se aleja de los valores, constituyéndose en una traba para interactuar cívicamente en la sociedad.
Los valores morales universales (la justicia, la libertad, la igualdad, el diálogo, la tolerancia, entre otros), desde la perspectiva teleológica, determinan qué es lo bueno y qué es lo malo. Los valores morales relativos, en cambio –y siguiendo a Aristóteles–, responden a las necesidades de un grupo humano con base en la cultura y la religión. En África, por ejemplo, se infibulan los genitales de las niñas para evitar la promiscuidad. Los crímenes causados por el fanatismo religioso internacional, se justifican porque hay que eliminar a quienes no comulgan con la fe religiosa de los terroristas.
Kant (Wikipedia), por lo contrario, considera que los valores son universales por el imperativo categórico, que no obedece a religión ni ideología alguna, cuya máxima es no desear al otro lo que no quieres para ti mismo. Que las acciones de cada quien sean la norma para cada cual, y para transformarse en una ley universal de la naturaleza.
El amor por algo, o por alguien, lo confirman los hechos. “Por los frutos los conoceréis”, dice la palabra bíblica. El desamor y el no reconocimiento al otro trajeron consigo la hiperinflación económica venezolana, que arruinó a la clase media y a los más vulnerables los convirtió en menesterosos. Causó la desinversión en la industria y cegó la visión gerencial hasta colapsar los servicios básicos (electricidad, agua, gas doméstico y combustible), desmejorando la calidad de vida de la población e impidiendo el desarrollo científico, tecnológico e industrial. Peor aún: en los confines más recónditos se sobrevive cocinando con la leña. Quizás en poco tiempo, el alumbrado, según la capacidad económica, se afrontará con faroles o con velas.
No, no es pueril ni risible la perversidad del incumplimiento de las necesidades básicas de la población; la distorsión de los contenidos en la educación y, por sobre todo, el odio y resentimiento social sembrados en la sociedad y el país. El sistema de la salud que, aunque siempre ha acusado deficiencias, ha empeorado dramáticamente desde finales del siglo XX y lo que va del siglo XXI.
La población infantil y los de la vejez fallecen no solo por enfermedades terminales, sino también por una inofensiva tosecita, por la precaria infraestructura hospitalaria y por la falta de medicamentos. La Federación Farmacéutica, (Ferfarven), en página electrónica de El País, asegura que ocho de cada diez medicamentos no están disponibles en las farmacias, y que los fármacos para enfermedades terminales y de alto riesgo escasean en un 90 %. ¿Hasta cuándo habrá que lidiar con esto?
La diáspora, de acuerdo con Acnur, se calcula entre cinco y seis millones de venezolanos, sobre todo profesionales entre 18/35 años de edad, que han migrado a otros lugares a buscar refugio y mejores posibilidades de subsistencia que el país les ha negado.
Pero si no se vale quejarse gastando energías inútilmente; tampoco se vale el laissez faire ni el laissez passer (dejar hacer, dejar pasar). Savater (1977) apunta que es una “imbecilidad” no conmoverse ante nada. Peor aún es la indiferencia de quienes venden el alma a Mefístoles, para asegurarse beneficios políticos, económicos y sociales, mientras la inmensa mayoría de la población se ahoga en un mar de calamidades, que solo podrían ser risibles al cínico o tal vez al imbécil.
Los sectores que dinamizan el aparato productivo claman por leyes claras y justas, que garanticen la relación segura confiable entre ellos y el sector público, para producir los bienes y servicios que necesita el país. ¡Hoy nadie confía en nadie! La confianza hay que cultivarla a través de la decencia, la responsabilidad, el diálogo, la libertad y, sobre todo, con una luz radiante que saque de las tinieblas a una población que yace impotente y confusa. Pero el mundo de los valores, siguiendo a Adela Cortina, es subjetivo, escurridizo, complejo; en él todo parece subsanarse, no recurriendo a los valores, sino con base en los intereses y necesidades de cada quien.
Los medios de comunicación social tienen mucho que aportar a la transformación correcta y buena del país y el resto de la humanidad. Los financiados por el Estado han de vigilar, controlar, informar, educar, divertir y, en definitiva, difundir las necesidades e intereses exclusivos de la sociedad y del país. Los bienes públicos son de todos, y no son de nadie. Es decir, la propiedad pública no existe. En el mejor de los casos, pertenece al gobernante de turno que la usa como quiere. Pero es inaceptable que los medios de comunicación social, como ha sido siempre, respondan al servicio y capricho del régimen de turno.
Los de particulares, como ya se sabe, desestiman la ciencia, la filosofía, las bellas artes y los valores humanos. Difunden lo que Vargas Llosa denomina la “cultura del espectáculo”, que está relacionada con el deporte, la gastronomía y la música popular. Ello les genera altos dividendos, defender los intereses empresariales y mantener anestesiada a la audiencia, para que no reaccione ante la ilegitimidad de desempeño de un gobierno, o frente a los padecimientos agobiantes que acusa una población por falta de políticas públicas oportunas y eficientes.
Empezar de nuevo sin mirar hacia el pasado
Luis López Méndez en Iragorri (Ibidem) apunta que “las generaciones del pasado hicieron la obra”. A las de hoy –y a las del futuro–corresponde hacer la suya. El ilustre hombre no rechaza el legado del pasado. Todo lo contrario. Alerta del “infecundo inconformismo” de quienes no hacen nada porque ya todo está hecho. Pero no se vale exaltar las gestas mitológicas de los héroes de la Independencia para lograr ventajas políticas. Así mismo, es una herejía aborrecible enaltecer a las deidades religiosas para manipular la fe y creencias de la gente, en lugar de demostrar solidaridad con los que sufren las peores penurias.
En la política venezolana ha sido una constante opacar los logros de los antecesores, para que brillen los de la mediocridad que está gobernando. Sin la crítica, aunque sea dura e injusta, no hay progreso en forma alguna. Es cierto que un fracaso ha sustituido a otro fracaso, como ha sucedido en la educación, la agricultura, la economía y hasta en la vitalidad de la vida; pero es innegable lo positivo del pasado colonial, lo significativo de la epopeya de la emancipación y la importancia de los éxitos de los regímenes que vinieron después que –se quiera o no–, son la fuente de la historia ciudadana del país. La subjetividad de valores –de una u otra manera–, ha estado presente en el quehacer de la vida cotidiana y de la política venezolana.
Gómez, entre 1908-1935, integra geográficamente la nacionalidad y paga la deuda externa, extermina las montoneras poniendo fin al eslogan de que “Venezuela es un cuero seco que se pisa por un lado y se levanta por el otro”. Lleva al país del siglo XIX al siglo XX, convirtiéndolo en el centro de atención de América Latina y resto del mundo. Crea el Ejército Nacional y la Fuerza Aérea. Los caminos de tierra los transforma en carreteras pavimentadas para que el caballo se rinda ante el automóvil. Más todavía: la Venezuela desintegrada, pobre y arruinada, pasa a ser unida y holgada económicamente producto de la renta petrolera. Le dio paz y tranquilidad a la nación. Pero ¿se justifica gobernar un país por tanto tiempo, persiguiendo, torturando, matando y confinando al adversario?
Isaías Medina Angarita, entre los años 41-45, concede el derecho del voto a la mujer. Los opositores, como Rómulo Betancourt, le acusan de ser fascista y de asumir posturas nazis, él les responde legalizando el partido Acción Democrática en 1941, y el Partido Comunista en 1945. Sin embargo, la inconformidad política contrataca deponiéndole del gobierno el 18 de octubre de 1945; impidiéndole iniciar el proceso de democracia directa y secreta, que se culmina en el año 1948. Es pionero en la transformación urbana del país. Su gobierno es uno de los más democráticos y de mayor libertad en la historia de Venezuela. No hay presos políticos, ni violación de los derechos humanos.
Marcos Pérez, entre los años 52-58, impone su ideología “conservadora, nacionalista y patriótica”, mediante la cual moderniza la Sultana del Ávila y el resto del país con rascacielos, distribuidores y autopistas. Funda la Ciudad Universitaria de Caracas, y construye una red hotelera y hospitalaria de primer mundo. El bolívar reemplaza el valor del dólar y la inflación económica no alcanza el 1 %. La dictadura –guste o no–, “civilizó y modernizó” el país. La delincuencia común es controlada, y su “perdón es cosa de Dios”. Hay seguridad y prosperidad. Pero la paz –se dice–, es la paz del sepulcro. Al adversario político lo persigue, encarcela y tortura hasta la muerte. Los críticos sostienen que las edificaciones faraónicas son una de las formas de lavarse la cara las dictaduras sanguinarias.
Rómulo Betancourt, entre 1959-64, defiende los valores de la democracia enfrentando la conspiración fidelista-comunista estimulada y financiada desde el exterior, cuyas manifestaciones principales son las guerrillas urbana y campesina. El 24 de junio de 1960, es atacado en la avenida Los Próceres en Caracas, resultando quemado y malherido, lo cual no le impide continuar gobernando. Preside un gobierno sin antecedentes en Venezuela, integrado en todas sus instancias por representantes de los partidos Acción Democrática, Social Cristiano Copei y Unión Republicana Democrática; excluyendo al Partido Comunista de Venezuela, que también había luchado por derrocar a la dictadura perezjimenista.
Rafael Caldera (Wikipedia) entre 1969-1974, pacifica la guerrilla alzada en armas, y la llama a incorporarse a la vida democrática, a tal punto que exguerrilleros como Teodoro Petkott, forman parte de su segundo gobierno. Por primera vez en cinco años no hay un acuartelamiento ni alzamiento militar. Aumenta la participación fiscal en el negocio petrolero, nacionaliza el gas y adelanta la reversión de los bienes de la industria petrolera, lo que favorece posteriormente su nacionalización. Crea el Complejo Petroquímico de El Tablazo. Se registra un crecimiento promedio del 5% (con picos de 7,6% en 1970 y 6,9% en 1973) y una inflación promedio de 3,3% anual, lo que permite revaluar el bolívar a 4,30 por dólar, en acuerdo con el Banco Central de Venezuela. Funda los Colegios Universitarios e Institutos Universitarios de Tecnología, pero desaparece las Escuelas Técnicas Industriales. Crea la Universidad Simón Bolívar, la Universidad del Táchira, La Universidad Simón Rodríguez y el Instituto de Altos Estudios de Defensa Nacional. La oferta de las “100 mil casas por año” la alcanza, con la participación del sector privado, en el último año de su primer gobierno.
Carlos Andrés Pérez, en su segundo mandato, quiso equilibrar la economía y las finanzas públicas con políticas “neoliberales”, pero el mal ya estaba hecho. La respuesta es el Caracazo del 27/2/89. El retrato nítido de la crisis del país, pintado por Bisbal (1989), titulado “Lo que ya no será jamás como antes”, devela que había motivos suficientes para que el pueblo estuviera indignado. Una deuda externa inmensa e impagable, unos dineros públicos en el exterior que quizás no regresarían al país, un 42 % de la población que no alcanza a cubrir las necesidades de subsistencia, un 82 % de los ciudadanos no puede acumular riqueza, un 50 % de la población se encuentra en el sector informal, el valor adquisitivo del salario cada día vale menos. Hay que sumar el deterioro de los servicios y la deficiencia que acusan los sectores de la salud y la educación.
Ante un escenario como ese, aparece Hugo Chávez, prometiendo exterminar la pobreza y acabar la corrupción. El quisquilloso y avisado le ve, por sus travesuras golpistas, con escepticismo. El desprevenido y confiado le aclama con júbilo. ¡Los lobos rapaces se visten con piel de oveja! El mesías, cual fiera hambrienta, comienza a avanzar sigilosamente en pos de la presa. La hiere gravemente pero no logra engullirla. Le falta tiempo para hacerlo. La presa, sanada las laceraciones, exclama: “¡Caray, el ser humano siempre choca contra la misma piedra!”
El golpe militar fallido de Chávez, el 4 de febrero de 1992, el pueblo no lo interpreta como un mal antecedente. Todo lo contrario. Se rinde a la verborrea del golpista indultado por el presidente Caldera. Dejando atrás la cárcel de Yare, ocupa el Palacio de Miraflores con la aquiescencia de algunos medios audiovisuales e impresos. El propósito es desmontar la obra de la mentira política, que alienta la dádiva, el tráfico de influencias y somete a la gente a la miseria y a subsistir de la viveza criolla o caribeña, cuando lo que redime de la pobreza es el trabajo productivo. ¡No hay otra forma!
El fracaso de Chávez es peor que el de los antecesores. La dádiva insostenible, repugnante, satisface cada vez menos la oferta clientelar, que controla política y socialmente a la gente. Él y su hijo Nicolás Maduro acabaron con el poco bienestar y prosperidad logrados en los cuarenta años de la democracia. La malaria, el sarampión, la viruela, la tuberculosis, epidemias que habían sido desterradas regresaron rozagantes. La clase media, que ya había superado la pobreza y progresado, cayó en la ruina. Los pobres se convirtieron en menesterosos. La corrupción se incrementó exponencialmente.
Exhortar al Banco Central de Venezuela (BCV) a pasar un millardito de dólares al fisco nacional, es otra de las cabriolas repelentes del régimen chavista. España (2016), apunta que el boom petrolero pospuso el pedimento, pero queda claro que el BCV, posteriormente, debe financiar el déficit fiscal de la nación, llevando a la hiperinflación económica que hoy sufre de país. El otrora equilibrio institucional desapareció dando paso al poder absoluto del Ejecutivo. La independencia y la cooperación entre poderes, en el pasado reciente, permitió destituir, condenar y encarcelar a Carlos Andrés Pérez, durante el segundo mandato, por utilizar 250 millones de bolívares de la partida secreta del Ministerio de Relaciones Interiores. ¿Quién pone freno a la angurria de riqueza de la revolución roja?
Los valores y la eticidad –es cierto–, se ubican en el mundo escurridizo de la subjetividad. Pero no hace falta saber pensar ni saber mirar, para darse cuenta que Pdvsa está quebrada. ¡No! Las colas interminables en el país para surtir de gasolina lo confirman. La conclusión colectiva: “¡el país está en crisis!” “¡No se da pie con bola!”.
“Estamos mal pero vamos bien”
La frase es del exministro de Cordiplan Teodoro Petkoff, quien la acuñó durante el mandato de Caldera II. Entonces, –según él–, “estamos mal pero vamos bien”. La economía se recupera no obstante que el petróleo ronda 7/8 $ por barril. En la Venezuela del s. XXI se está mal, pero se va bien porque un 80 % de la población desaprueba la gestión chavista-madurista; sobre todo, a partir del año 2016, cuando la crisis económica afecta gravemente el presupuesto familiar, provocando la estampida de muchos venezolanos al extranjero.
Muchos sectores populares optaron por el valor de la solidaridad de los unos con otros. El padre Luis Ugalde, exrector de la Universidad Católica, afirma que en La Vega y Carapita, se atienden las necesidades más sentidas de los niños en precarias condiciones económicas. Que muchos empresarios, asumiendo que su éxito depende del esfuerzo de los trabajadores, mantienen la fuerza de trabajo pagándole un salario superior al sueldo mínimo establecido oficialmente. Y que se aprendió a utilizar eficientemente el dinero y a administrar mejor los recursos para sobrevivir.
La sociedad, sin afiliación política partidista, está más consciente de luchar contra los problemas políticos, económicos y sociales que la agobian. En síntesis, ha aflorado la actitud sublime de apoyar al semejante y, particularmente, reflexionar qué sucede en la polis. Eso ya es bastante alentador para la esperanza de recobrar el camino perdido, y para empezar de nuevo sin mirar hacia el pasado.
La conexión emocional del pueblo con la hegemonía chavista se ha erosionado; ya son pocos los que se tragan la injuria verbal estridente del gobierno contra el adversario. La sociedad clama justicia, pero no aquella justicia cómplice, que fabrica expedientes para perseguir y mancillar al inocente.
Enero de 2016. La frase célebre petkofftiana “Estamos mal pero vamos bien”, cambia a estamos bien, pero vamos mal. Nubes violáceas cubriendo el cielo anuncian tempestad. Entre sonrisas forzadas y miradas escépticas, comienza el forcejeo en el hemiciclo de la nueva Asamblea Nacional (AN). El presidente Nicolás Maduro, por primera y única vez, rinde cuentas ante el organismo, con transmisión en vivo y directo por la televisión. El diputado Ramos Allup, en discurso encendido para el gozo y alivio de la mayoría, le enrostra sus verdades al jefe de Estado. Esas verdades que a muchos les gustaría expresarle al mandatario por el daño casi irreparable causado a la sociedad y el país. Maduro, retorciéndose de rabia, sudando copiosamente, escucha y toma nota, para armar las argucias leguleyas y políticas con que, más tarde, pondrá de rodillas a la AN.
El Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) es remozado con nuevos magistrados sin la experiencia, ni los méritos académicos para ocupar el cargo, pero afectos al gobierno. Llega la hora del pugilato. Allup, pide calmar con moringa los ánimos a la fracción parlamentaria oficialista que le abuchea. “Les guste o no, yo voy a decir lo que tengo que decir”. Promete destituir, en seis meses, a Maduro de la Presidencia. El TSJ sentencia que los tres diputados de Amazonas no se pueden juramentar ante la AN, porque fueron electos mediante la “compra” de votos. El delito jamás fue demostrado. Pero se acabó con la mayoría calificada y el funcionamiento del organismo. La AN, negándose a reconocer el adefesio del tribunal, los incorpora de nuevo al hemiciclo. El TSJ sentencia que la AN está en “desacato” y, por tanto, las decisiones y leyes emanadas del organismo son “nulas de toda nulidad”.
Queda claro, como sugiere Protágoras, que el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son y de las que no son. Entonces, hay tantas verdades como hombres existen y –por ello–, cada quien tiene la suya. Lo que significa, en conclusión, que las decisiones difíciles y complejas tienen que ser asumidas al menos por consenso, para afectar lo menos posible a alguien, o a algo, que está comprometido.
23 de enero de 2019. Juan Guaidó, presidente de la AN, se convierte en presidente interino de Venezuela. La gente, subyugada por la injusticia social, mayoritariamente, le apoya. Es reconocido por más de cincuenta países del continente americano y del mundo, que alientan la libertad y democracia para Venezuela. No tiene poder de fuego. Los mandatarios que le reciben y apoyan, se enteran del caos económico que atraviesa el país. La arrogancia oficialista desestima la gestión, pero arde de rabia por las sanciones contra sus líderes, y que algunos bienes y capitales de la República en el exterior sean manejados por el presidente interino. Los diálogos y las negociaciones no surten ningún efecto. ¡No hay fe ni esperanza! La conexión emocional de la gente con Guaidó es casi inexistente. Los esfuerzos por establecer un nuevo gobierno son evidentes, pero un pueblo sometido al hambre, la miseria y abandono en la salud, no puede pensar en otra cosa que en comer para subsistir.
19 de septiembre 2019. El pugilato continúa. Se reincorporan a la AN los diputados de la fracción del PSUV, producto de los arreglitos de miembros del gobierno con dirigentes de la llamada “mesita” de la unidad. La jugada del partido oficialista está cantada. Los diputados rojos se fueron y regresaron al organismo acatando órdenes de las máximas autoridades de su partido. Recibirlos hizo posible que la AN tuviera dos presidentes: Juan Guaidó y Luis Parra. Nadie gana el pugilato y, en cambio, el país sufre una derrota aplastante.
6 de diciembre 2020. En medio de la pobreza y miseria causadas por la hiperinflación, el Gobierno realiza las elecciones legislativas sin la supervisión de representación internacional. Los puntos rojos y el uso de los recursos del Estado evidencian el ventajismo electoral del régimen. La oposición no participa. El oficialismo consigue la mayoría de diputados otorgada por un 60 % de unos 3 millones 500 mil personas –que se afirma–, acudieron a votar.
5 y 12 de diciembre 2020. La oposición, en consulta presencial y electrónica, consigue el favor de casi 7 millones de personas, incluyendo a las que están fuera del país. Ello no quiere decir que haya un abrumador apoyo a la gestión de Guaidó. Todo lo contrario. Como se dijo antes, ¡nadie cree en nadie! Lo que sí está claro es que la legitimidad de desempeño de Maduro es cuestionada, según los estudios de opinión, por cerca del 80 % de la población. Pero, como se dice en España, eso es “coser y cantar”, porque ahora el gobierno tiene luz verde (¿?) para hacer cuanto se le antoje. El 5 de enero de 2021 se instala la nueva Asamblea Nacional, cuyas ejecutorias darán pie para narrar otro episodio de la vida política venezolana.
Venezuela: un país que desaprovecha las oportunidades
En Venezuela –no hay duda–, desde Juan Vicente Gómez hasta Caldera II, y con base en los valores, se ha perfeccionado el sistema político democrático como la forma de vida, y logrado progresos significativos en lo social, político y económico, propiciando bienestar y calidad de vida para casi todo el pueblo venezolano. Pero el ciudadano de la polis, más que el historiador profesional, debe reflexionar si se justifica que un gobierno permanezca en el poder por 27 años. La conclusión, en el caso de Gómez –aunque parezca una herejía–, es que se justifica porque desapareció el estado naturaleza cuyo límite, según Hobbes (1995), es lo inalcanzable; y consolida el estado cultural con instituciones como el Ejército Nacional, la Fuerza Aérea, los primeros aeropuertos y, lo más importante, integra geográficamente al país, y acaba con el asaltante de caminos que viola a las mujeres y se apodera de cuanto encuentra a su paso.
Es decir, transforma un país rural y semisalvaje, en uno moderno, cohesionado y organizado. A un costo muy alto en vidas –es verdad–, pero alguien tenía que hacerlo para construir la Venezuela del presente. Las mentes más lúcidas que le acompañan en Maracay hasta la muerte no se horrorizan. Todo lo contrario. Aprueban las ejecutorias de la dictadura gomecista. ¿Tenían la convicción de que el hombre taciturno y de hablar quedo garantizaba la paz y tranquilidad del país; o tal vez preferían ser cómplices por omisión, que morir en las mazmorras de La Rotunda, o el Castillo de Puerto Cabello? ¿Quién sabe?
El derrocamiento del gobierno de Medina Angarita, según ciertos puntos de vista, es un episodio cívico-militar “infeliz” que no supo entender e interpretar las circunstancias del momento; pero que abortó el proceso de democratización que se venía gestando, y alentó con fuerza la idea de ver el hueso al adversario como venganza política, cuyas consecuencias negativas persisten todavía hoy en el escenario político nacional. Se perdió la oportunidad de conseguir democráticamente, en libertad, el bienestar y el desarrollo social.
¿Se justifica el derrocamiento de Medina? En absoluto. El mandato de Medina agonizaba, ¿para qué derribarlo? Fue una torpeza haber manchado con un golpe de Estado la primera experiencia democrática del país; que –según Bracamonte (2009)–, las convenciones académicas, califican como el quebrantamiento de un sistema político plenamente constituido. ¡La democracia nace torcida! Hoy se sostiene que, de no haber existido ese penoso episodio, la política sería el arte de servir a la gente.
El investigador Leonardo Bracamonte (Ibid) dice:
Medina Angarita apostaba sinceramente a modernizar y democratizar a Venezuela. No en balde las reformas que se instauraron revelan esta preocupación de la elite medinista. El voto a la mujer, la legalización del Partido Comunista, la Ley de Hidrocarburos de 1943, y sobre todo la vigencia plena de la libertad de expresión, son muestras que revelan una intención por darle cauces institucionales a la participación política.
Rómulo Betancourt –en cambio–, promueve el derrocamiento del medinismo por no haberse decantado por la democracia directa, mediante el voto secreto, libre y universal. Medina Angarita no ejerce ningún enfrentamiento violento, evitando un baño de sangre, incapaz de revertir el control que rápidamente tomaban los golpistas sobre la situación.
Marcos Evangelista Pérez Jiménez, en apenas seis años de obra gubernamental, hizo lo que nadie hasta ahora ha sido capaz de hacer. La preocupación nacionalista es convertir Venezuela en un país de primer mundo, para lo cual se quita del medio con persecución, cárcel, tortura y muerte a quienes obstaculizan la realización del cometido. Impulsa la eliminación de los ranchos de las barriadas caraqueñas y del resto del país, para cubrirlas de súper bloques, como los del 23 de Enero. Echa las bases de la ciencia y la tecnología, con el científico Humberto Fernández Morán, creador del bisturí de punta de diamantes, quien participa en la instalación del reactor nuclear en el Instituto de Investigaciones Científicas (IVIC).
Inaugura las autopistas Caracas-La Guaira, Las Tejerías-Valencia, la carretera Panamericana entre Las Tejerías y Caracas, el hipódromo La Rinconada, entre otras muchas obras que aún se mantienen y llaman la atención de los expertos en arquitectura. La red hotelera y la red hospitalaria develan que había preocupación por el turismo nacional e internacional, por la salud y, en general, por el bienestar y calidad de vida de la población. La Universidad Central de Venezuela –es cierto–, era solo para una élite privilegiada con poder económico y afín al régimen.
Quizás predominaba el criterio de Aristóteles (1978), de que “unos nacen para mandar y otros nacen para servir”. Lo cual es inaceptable, a pesar del gen egoísta, porque podría allanar el camino para justificar la esclavitud. La conducta del hombre no es predeterminada, sino que más bien responde a los gustos y necesidades de cada quien, y de acuerdo con lo que permite hacer el medio ambiente.
Pero ¿qué habría pasado si Pérez Jiménez hubiera gobernado el país unos dos años más? ¿Se perdió la oportunidad de convertir a Venezuela, no en un país de primer mundo pero, sí en uno capaz de producir lo necesario para la supervivencia de la población? “yo no perdí –exclamó el dictador en España–, perdió el país y el pueblo venezolano”.
Carlos Andrés Pérez, en el segundo mandato, se rodea de gente joven y capaz para modernizar y sacar el país del marasmo e incertidumbre en que se encuentra. La gente no entiende que, en medio del derroche de tanta riqueza, el discurso presidencial le exija hacer el esfuerzo máximo, para superar la crisis social y económica existente. Cómo inmolarse cuando se acaba de presenciar la llamada “coronación” del nuevo gobierno, con la presencia de mandatarios y políticos de otros países dando testimonio de una democracia única como forma de vida, que causa admiración al resto de países de América Latina. De no haber ocurrido El Caracazo, ni la venganza política del partido Acción Democrática contra el Presidente, por no haber incluido sus líderes en el nuevo gobierno de Pérez, se habría evitado la hecatombe de ese fatídico evento, y el país se habría ahorrado el desmadre causado por la revolución bolivariana.
El chispazo que genera la explosión social del 27F, es el incremento de la gasolina a 0,25 céntimos por litro. Hecho insignificante en comparación, por ejemplo, con la hiperinflación que hoy agobia a Venezuela. Pero de no haber sido esto, alguna otra excusa habría dado rienda suelta a la rabia y demás emociones reprimidas. Cabrujas (2009) sostiene que el 27F no es un saqueo revolucionario, sino un saqueo dramático, donde la gente pletórica de júbilo asalta locales. Al iniciarse el proceso, no hay tragedia. Y luego agrega:
A mí me quedó la imagen de un caraqueño alegre cargando media res en su hombro, pero no era un tipo famélico buscando el pan, era un ‘jodedor’ venezolano. Aquella cara sonriente llevando media res se corresponde con una ética muy particular: si el Presidente es un ladrón, yo también; si el Estado miente, yo también; si el poder en Venezuela es una cúpula de pendencieros, ¿qué ley me impide que yo entre en la carnicería y me lleve media res? ¿Es viveza? No, es drama, es un gran conflicto humano, es una gran ceremonia (p. 251).
Para vivir la vida ascendiendo en la escala social hay que instruirse y trabajar. ¡No hay otra forma! Eso requiere de esfuerzos ingentes que muchos no están dispuestos a hacer, porque no se sienten responsables de los errores causados por otros; y porque, siguiendo a Bisbal (Ibid) “[…] cuando lo real deja de ser lo no verdadero no hay nada seguro”.
Nadie se baña dos veces en el mismo río, apunta Heráclito. Pues, cuando se regresa, ni el río ni el bañista son lo mismo. Pérez, no es la excepción. Pero la gente, creyendo| que regresaban el dispendio y derroche de recursos de CAP I, volvió a elegirlo.
Es necesario dejar de lado la visión fatalista apocalíptica, y empezar de nuevo sin mirar hacia el pasado. Las desgracias del país no son responsabilidad del capitalismo, de la burguesía o de la intervención imperialista extranjera. ¡No! Son consecuencia de la torpeza o interés personal de algunos gobernantes, que han permitido explotar el petróleo y demás minerales, sin pedir a cambio mayor cosa. Solo Pérez Jiménez, con la industria de ensamblaje, se atrevió a exigir algo de transferencia tecnológica para el país. Es un mito que potencia extranjera alguna se haya apoderado por la fuerza de la riqueza venezolana. Los mitos como este –y el de la viveza criolla–, hay que apartarlos, pues se han convertido, según Cabrujas (Ibid), en actos de fe, que han desplazado a la historia que recoge el pasado del país. “Es falso –subraya el dramaturgo–, no hay viveza criolla; hay viveza alemana, viveza japonesa”.
La viveza es administrar los recursos con carácter de escasez, es decir, gastar menos de lo que ingresa, lo que entraña prudencia en el consumo. Viveza es el trabajo honrado y productivo. No obstante, el venezolano, en general –y a pesar del legado español–, es un ser trabajador que lucha con tesón para superarse a sí mismo. Lo que ocurre, en algunos casos, es que no se da cuenta de que la capacidad de ahorro es lo que sobra; y lo que sobra es para enfrentar las situaciones difíciles.
“Lo que ya no será jamás como antes”, título que Bisbal (Ibid) toma prestado de André Gorz, para describir las causas del 27 de Febrero, calza mucho mejor con la premonición del caos en ciernes que causará la revolución chavista-madurista, marcando verdaderamente un antes y un después en la vida del pueblo venezolano.
Hugo Chávez (1999-2013). Se pierde la oportunidad de convertir Venezuela en un país potencia, como el régimen se ufana de pregonar. El ingreso más alto (100 $ el barril) por la venta de petróleo en la historia venezolana, se utiliza, una parte, para financiar las Misiones y para satisfacer a la clientela; y la otra se dilapida financiando malos negocios que socavan el tesoro de la nación, cuyos responsables, en tiempos de revolución, no rinden cuentas a la justicia. El gobierno se dedica a la destrucción política y física del adversario, para asegurarse la permanencia en el poder. El país se divide entre “buenos y malos”, “patriotas y traidores”. Los pobres son producto de la avaricia de los ricos. La democracia arruinó el país. La revolución lo está recuperando. La educación burguesa la reemplaza la educación revolucionaria, cuyos contenidos adoctrinantes favorecen la ideología socialista y bolivariana del régimen. En vez de apostar por las universidades nacionales, reconocidas nacional e internacionalmente, se crean otras cuya mediocridad responde a los fines del gobierno. Los médicos integrales, que se forman en tres años en esas instituciones, cuando ven a un paciente sangrando, no saben qué hacer, dice Luis Ugalde, exrector de la UCAB.
La Educación Básica carece de profesores de Física, Química, Matemática. Estas asignaturas se dan por estudiadas y se aprueban promediando las notas de las otras materias cursadas. ¡Así se concluye el bachillerato! Estafa y demagogia educativa de un régimen, para congraciarse con los sectores más vulnerables de la población. Se cacarea la libertad y la democracia, pero ¿qué diferencia hay entre la brutalidad policial de la revolución y la de los gobiernos anteriores?
Los testimonios aterradores de las víctimas encarceladas y torturadas son elocuentes. Los calabozos de la Disip, la Digepol, la Seguridad Nacional, de Pérez Jiménez, no se diferencian de las mazmorras de El Helicoide y de La Tumba, en donde los esbirros del DGCIM (Dirección General de Contrainteligencia Militar), según se afirma, ultiman a los presos políticos. Los homicidios de Fernando Albán, el Capitán Arévalo, entre otros, reflejan la muerte como venganza política, y la escasa libertad de expresión que hay en el país. La protesta pública conlleva persecución y encarcelamiento de quien se atreva a denunciar públicamente la incapacidad del Gobierno.
La diferencia entre el régimen Chávez-Maduro con los gobiernos, desde Gómez hasta Caldera II, es que aquéllos hicieron la obra. En veinte años de revolución roja no se ha hecho lo propio. Todo lo contrario. Se ha destruido la democracia, entre otras cosas, ampliando el período presidencial de cinco a seis años, e implantando la reelección indefinida del presidente de la República. Durante López Contreras, como ya se advirtió, el ejercicio presidencial se redujo de 7 a 5 años, y la reelección del presidente es anulada. Queda en evidencia que la revolución bolivariana desestima los valores de la democracia, consolidando, así, el poder autocrático.
Si desde de Gómez hasta Caldera II hay avances significativos en todos los órdenes de la vida nacional, quiere decir que no es cierto que el ingreso petrolero no se haya sembrado. Basta con mencionar la masificación de la educación, la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho (Fundayacucho), que envía a muchos estudiantes a formarse al exterior. El Sistema Nacional de Orquestas, creado por José Antonio Abreu, en el año 1975. Las Torres de Parque Central, el Teatro Teresa Carreño, la línea uno del Metro de Caracas.
El experto Luis Alberto Buttó, coordinador del posgrado en Ciencia Política de la Universidad Simón Bolívar, en Rodríguez (2020), sostiene que la siembra de la renta petrolera, contrario a la profecía de Uslar Pietri, sí se hace realidad con la formación y desarrollo de la gente llevada a cabo por quienes instituyeron la democracia en el país desde 1958. Pero mientras el “[…] mundo marchaba hacia la industrialización acelerada, el pensamiento de Uslar se mantenía anclado en la economía rural”. ¿Cómo recuperar el fruto de la siembra petrolera, que se encuentra nutriendo el crecimiento y desarrollo en otros países?
Referencias
Aristóteles (1978): La política. El Cid Editor. Barcelona: España.
BISBAL, M. (1989): “Lo que ya no será jamás como antes”. En: El estallido de Febrero, un fantasma más cierto y más dramático. Caracas, Venezuela: Ediciones Centauro.
BRICEÑO IRAGORRI, M. (1992): Mensaje sin destino. Monte Ávila Editores.
CABRUJAS, J. I. (2009): El mundo según Cabrujas. Editorial Alfa.
CORTINA, A. (2001): Ciudadanos del mundo. Hacia una teoría de la ciudadanía. Madrid, España: Alianza Editorial.
EL PAÍS “La escasez de medicinas mata en Venezuela”. Extraído el 20/12/2020 de https://elpais.com/elpais/2018/04/23/planeta_futuro/1524502559_810295.html
ESPAÑA, L. P. (2016): “Del millardito a la hiperinflación”. En: El Estímulo extraído 22/12/2020 de https://elestimulo.com/del-millardito-a-la-hiperinflacion/
HOBBES, Thomas (1995): Leviatán. La materia, forma y poder de un Estado eclesiástico y civil. España. Alianza Editorial.
INDACOECHEA, G. (1991): “Creatividad”. En: Apuntes 32, Cuadernos de la Escuela de Comunicación Social (UCV). Caracas, Venezuela.
RODRÍGUEZ, M. (2020): “La fatalista ‘profecía’ sobre Venezuela que hizo un joven hace más de 80 años”. En: BBC Mundo News extraído el 21/12/2020 de https://www.bbc.com/mundo/noticias-53082364
SAVATER, F. (1977): El valor de educar. Barcelona, España: Editorial Ariel S.A.
Wikipedia, “Inmanuel Kant”, extraído el 20/12/2020 de https://es.wikipedia.org/wiki/Imperativo_categ%C3%B3rico.
Wikipedia, la Enciclopedia libre. “Rafael Caldera”, extraído el 21/12/2020 de https://es.wikipedia.org/wiki/Rafael_Caldera.
Víctor Quintana
Licenciado en Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela. Magister en Comunicación Social, Mención Comunicación para el Desarrollo Social de la Universidad Católica Andrés Bello.