Foto: Karina Villalobos
Por: Edixela Burgos
Gustavo Hernández Díaz
SUMARIO
¿Cómo se define la cultura de la cancelación? ¿Autoritarismo de las comunidades de usuarios? ¿Cultura reivindicadora de los derechos humanos?¿Por qué es más recurrente eliminar plataformas, linchar digitalmente a una persona, exigir que sea despedida por lo que dijo o hizo? ¿Por qué hemos llegado hasta el paroxismo de cancelar películas, series de televisión, obras de arte? Estas interrogantes se examinan en el presente artículo.
Antecedentes de la cultura de la cancelación
Según el Dictionary.com el término “cancelación” se remonta a la década de 1990. Su masificación se le atribuye a Black Twitter (red de usuarios de la comunidad afroamericana en Estados Unidos); movimiento gestado en el año 2010 para denunciar los hechos de discriminación racial. Hinde (2020) indica que una de las primeras referencias de la cultura de la cancelación se observa en New Jack City (1991), uno de sus personajes vocifera: “¡Cancelad a esta puta. Ya me compraré otra!”. En el año 2014 el término cancelación volvió a aparecer en el reality show, Love and Hip-Hop: New York. Se le dice a una de las participantes que está cancelada, que está fuera del programa televisivo. Si bien el término en los últimos años ha sido usado para boicotear a personajes públicos que incurren en prácticas racistas, desde el año 2017 ha surgido otro ciber-movimiento denominado #MeToo (“Yo también”), que denuncia la violencia física y psicológica, el acoso sexual y conductas misóginas que han acontecido en la industria del espectáculo hollywoodense.
El lado oscuro de la cultura de la cancelación no solo es silenciar a un individuo y con ello invalidar el prisma de opiniones, debates y razonamientos. Radica, también, en tergiversar la historia universal. La teoría de la comunicación indica que todo acto de cancelación que se ejerce desde el poder político y comunicacional se asocia a estos factores: censura, omisión informativa, desinformación, falsos contenidos, mentira, deshonestidad, autocensura, flaqueza deontológica.
Ilustramos esta afirmación con un ejemplo que nos brinda Jean Maninat (2020) sobre la censura política en la fotografía, en la época de los dictadores Josef Stalin y Fidel Castro:
Hay una famosa foto donde aparece Lenin arengando a las tropas desde una tarima en la plaza Sverdov en Moscú, a los pies de la escalera, como cerrando el paso se encuentra Trotsky y un peldaño más arriba Kamenev, ambos eran de los más poderosos líderes bolcheviques en aquel 1919 en que la instantánea fue tomada. Años después, bajo el régimen de Stalin, la fotografía sería publicada sin rastro alguno de los jefes revolucionarios ambos purgados de las fotos oficiales y de la vida por el dictador soviético. Habían sido borrados de la memoria histórica de la revolución. Otro tanto harían los censores de la revolución cubana con una fotografía donde aparecía Fidel Castro en primer plano y en el trasfondo Carlos Franqui quien luego sería un disidente y agudo crítico del régimen. Desapareció de la memoria fotográfica oficial de la revolución cubana.
La cultura de la cancelación es una nueva expresión gestada en las redes sociales en pleno siglo XXI para hablar, por ejemplo, acerca de viejos problemas de orden ético, político, económico, cultural, con los cuales la humanidad ha tenido que lidiar desde hace siglos. Cancelar culturalmente se enmarca en la lógica del paradigma informacional de Manuel Castells (2000), las nuevas tecnologías, la información y los símbolos tienden a moldear a los seres humanos:
Puesto que la información es una parte integral de toda actividad humana, todos los procesos de nuestra existencia individual y colectiva están directamente moldeados (aunque sin duda no determinados) por el nuevo medio tecnológico. En el nuevo modo de desarrollo informacional, la fuente de la productividad estriba en la tecnología de la generación del conocimiento, el procesamiento de la información y la comunicación de símbolos. (2000: p. 105)
La cultura de la cancelación –crítica hacia alguien o algún fenómeno social– siempre ha convivido con nosotros sin que se haya formalizado su definición en el siglo XX. Theodor Adorno y Max Horkheimer acuñaron el concepto de “industria cultural” desde el materialismo histórico. Estos filósofos alemanes objetaban –quizás hoy dirían cancelar– la cultura masiva difundida por los medios de comunicación. Afirmaban en la década del cuarenta del siglo XX –antes de la llegada de la televisión– lo siguiente: “La civilización actual concede un aire de semejanza. Films, radio y semanarios constituyen un sistema […] Las manifestaciones estéticas, incluso de los opositores políticos, celebran del mismo modo el elogio del ritmo de acero.” (1944/1985: p. 177).
Aventuramos el supuesto de que el pesimismo cultural de los intelectuales de la Escuela de Frankfurt era muy legítimo y argumentado desde la teoría crítica marxista. No así sucede con la cultura de la cancelación surgida en la sociedad informacional del siglo XXI. No se sabe con certeza cuáles son las teorías sociales que acompañan las luchas reivindicativas de esta cibercultura. Retomando el punto, el pesimismo de los filósofos frankfurtianos constituía un importante motivo de preocupación ética que los animaba a seguir insistiendo en una sociedad humanizada, consciente y crítica de los intereses políticos y crematísticos presentes en la cultura masiva. Los críticos de Frankfurt nunca pensaron en el verbo “cancelar” para expresar su malestar contra la industria cultural. Desde luego que sí promovieron como alternativa estética una cultura de alto nivel simbólico que abreva de la literatura y bellas artes. Visión elitista de la cultura la que consentían los filósofos Adorno y Horkheimer.
No obstante, Walter Benjamin, quien suscribía el espíritu crítico de la Escuela de Frankfurt, era moderado respecto a sus convicciones culturales. Siendo así, Benjamin llega a afirmar, sin pesimismo y sin ánimo de cancelación –como dirían hoy–: “Por primera vez en la historia universal, la reproductibilidad técnica emancipa a la obra artística de su existencia parasitaria en un ritual. La obra de arte reproducida se convierte, en medida siempre creciente, en reproducción de una obra artística dispuesta para ser reproducida” (1989: p.5). En otras palabras:
Benjamin tenía esperanzas en el potencial liberador y revolucionario de algunas manifestaciones de la nueva cultura como el jazz, la música grabada y el cine, y vio en la reproducción mecánica una forma de emancipación de la dependencia que la cultura tenía en relación con espacios de culto como museos o salas de conciertos, de acceso privilegiado para unos pocos. (Pastoriza,2020)
Por lo tanto, los medios masivos no degradan necesariamente la obra de arte.
¿Pero a qué nos referimos cuando hablamos de la cultura de la cancelación?
Partimos de un concepto general para definirla. Radica en activar las redes sociales para rechazar de manera abierta y tajante actos que inciten a la injusticia social, la intolerancia, el odio y el resentimiento, es decir, todo aquello que transgreda los principios universales de convivencia humana. Este es el lado plausible y luminoso de la cultura de la cancelación. En el Cuadro 1 damos cuenta de otros rasgos notables de esta cultura que siempre vienen acompañados de una serie de conductas típicas por parte del prosumidor.
CUADRO 1
CONDUCTAS TÍPICAS DE LOS PROSUMIDORES
EN LA CULTURA DE LA CANCELACIÓN
Conductas típicas asociadas
a la cultura de la cancelación
La víctima se atreve a identificar al agresor.
La masa informe –no se sabe quien lidera la protesta– censura a personajes y empresas vinculadas a actos de corrupción.
Las personas retiran el apoyo a la industria cultural
y del entretenimiento debido a prejuicios.
Las personas cancelan ideas que atenten contra preceptos morales establecidos.
Las personas protegen su reputación para conservar su estatus dentro del grupo.
Se cancela en aras de la justicia social. Las instituciones deben respetar el Estado de derecho.
Se espera que la persona propicie un debate crítico fundamentado en vez de cancelar a alguien sin que se le permita ejercer su derecho a la libertad de expresión.
Definiciones de cultura de la cancelación
La “cultura de la cancelación” es lo que sucede cuando las víctimas, por ejemplo, de racismo y sexismo ya no silencian más la identidad de sus agresores y los exhiben en redes sociales. (Arreola, 2020)
Es la práctica de retirar el apoyo a (o cancelar) personajes y empresas después de que hayan hecho o dicho algo considerado objetable u ofensivo. De hecho, a menudo conlleva la demanda de anular conferencias o despedir a una persona por las opiniones que ha expresado. Esta censura no proviene de un Estado opresor, ni de unas élites corruptas: proviene de la masa informe que habita las redes sociales. Es lo que Matt Taibbi llama TwitterRobespierres. (Llorens, 2020)
Se trata de hacer desaparecer, “cancelar”, lo que consideramos injusto o inadecuado, de modo que no tengamos que lidiar con ello. Este método de cancelación se utiliza, por lo general, en contra de personajes públicos y famosos a los que se castiga por sus actos retirándoles el apoyo. También se cancelan películas, conferencias, videojuegos y cualquier obra de arte que no pase los filtros de la corrección política del momento. (De la Torre, 2019)
Se denomina “cultura de la cancelación” retirar apoyo público o financiero a aquello que vaya en contra de un precepto moral o una causa social, o que interpele a la corrección política con un dicho o una acción.“Cancelar” es activar campañas en contra de una persona, una empresa, un producto o un grupo identificado con una actividad, como el arte o la política. El objetivo es marcar, dejar un signo de alerta en el presente y a futuro. Las iniciativas para “cancelar” se potencian en las redes sociales a través de hashtags, fotos y videos o “escraches” que se vuelven campañas en contra de “ese” o “eso” que atenta contra ideas o instituciones. Un linchamiento virtual y público. (De Masi, 2020)
El problema de la cultura de la cancelación es que es difícil de definir. Intentar hacerlo es como meterse en un laberinto del que es muy complicado salir porque nos topamos constantemente con callejones sin salida, ramificaciones y situaciones de “mi palabra contra la tuya”. Los grupos o tribus siempre han tenido normas éticas y culturales y el hecho de infringirlas puede llevar a esa expulsión, por lo que la gente trata de proteger su propia reputación para conservar su estatus dentro del grupo. (Moceri, 2020)
La cultura de la cancelación provee de herramientas para ejercer la justicia social contra aquellos que promueven el odio, la homofobia, entre otras, creando un sistema en donde las transgresiones sociales disfrazadas de comedia buscan proliferar, pero el problema de darle a la gente la capacidad de linchar al que está en falta públicamente, hace que no se respete la presunción de inocencia, porque en la actualidad ser acusado públicamente te convierte en culpable, sin posibilidad de defensa. (Afrofemeninas, 2020)
Entonces, ¿en qué consiste la cancelación? ¿En qué se distingue del ejercicio de la libertad de expresión y el debate crítico fundamentado? La diferencia es clara a nivel conceptual. La crítica presenta pruebas y argumentos en un esfuerzo por persuadir. La cancelación, en contraste, busca organizar y manipular el ámbito social o mediático con el propósito de aislar, privar de una plataforma o intimidar a los oponentes ideológicos. No intenta buscar la verdad, sino moldear el campo de batalla de la información; su intención –o al menos su secuela más predecible– es forzar al conformismo y reducir el espectro de posibilidades críticas que no han sido sancionadas por el consenso predominante de alguna mayoría local. (Rauch,2020)
Fuente: Cuadro elaborado por Edixela Burgos y Gustavo Hernández Díaz (CIC-UCAB, 2020).
Nota: Hemos tomado al azar y de manera literal, en Google, los conceptos sobre la cultura de la cancelación. Nuestra intención es propiciar el debate sobre el impacto de esta modalidad de expresión cultural que fluctúa entre la denuncia legítima y la arbitrariedad cultural.
No obstante, la persona que cancela no es tan benévola como se espera, no está enriquecida de valores humanos como muchos pudieran pensar. El que cancela, en este caso, lo hace motivado por emociones y no por la razón. Gobernado por la venganza y no por evidencias. El cancelador de oficio es un vengador muy astuto. Se escuda detrás de la democracia, de la libertad de expresión, finge ser un sujeto moral, habla de justicia y de Estado de derecho, retórica para cautivar a adeptos. Influencia y tendencia. Cuenta con miles, millones de seguidores. “Es un ser digital, viral y carismático”. Globaliza contenidos injuriosos. Lesiona reputaciones. Le quita el brillo a la pluralidad de las ideas y con ello a la diversidad cultural.
Precisamente, nos viene a la mente un trabajo de Sanches (2020), columnista del diario The New York Times, en el cual explica cómo funciona la cultura de la cancelación:
Un usuario de redes sociales como Twitter o Facebook, presencia un acto que considera equivocado, lo graba en video o lo fotografía y lo publica en su cuenta, con el cuidado de etiquetar a la empresa empleadora del denunciado y autoridades públicas u otros influencer digitales que puedan amplificar el alcance del mensaje. Es común que, en cuestión de horas, el post haya sido replicado miles de veces. (Sanches, 2020)
No hace falta que usted sea una persona famosa en el mundo del espectáculo, una persona relevante en cualquier ámbito de la vida social y/o profesional. Nadie –nadie– es inmune a la cultura de la cancelación. Cualquier usuario puede ser desaprobado si sus opiniones no calzan bien. Por cierto, una profesora talentosa nos comentó que ella misma estuvo en la mira de la cultura de la cancelación por parte de un estudiante que la acusó de ideologizar la cátedra, por mandar a leer autores marxistas. Este estudiante no tuvo reparo en hacer público su malestar en las redes sociales.
En esta dirección, este testimonio se vincula con lo que dice Ross Douthat, citado por Sanches (2020):
Usted puede ser cancelado por algo que diga en medio de una multitud de completos extraños si alguno de ellos lo graba en video, o por un chiste que suene mal en las redes sociales, o por algo que usted dijera o hiciera hace mucho tiempo y de lo que quede algún registro en internet. Y no hace falta que sea prominente, famoso o político para ser públicamente avergonzado y permanentemente marcado: todo lo que usted necesita hacer es tener un día particularmente malo y las consecuencias pueden durar mientras Google exista. (Ross Douthat, citado por Sanches, 2020)
Cancelación y derechos humanos
El Diccionario de la Real Academia Española define, en una de sus acepciones, la palabra “cancelar”: “Borrar de la memoria, abolir o derogar algo”. La interacción en las redes sociales, por lo general, está determinado por personas que piensan como nosotros. Coinciden con la manera de enfocar los temas cotidianos y primordiales de la vida. El asunto adquiere dimensiones más complejas cuando se llega disentir con las opiniones o tendencias del momento. Las comunidades de interpretación no solo reaccionan con beligerancia, sino que bloquean y censuran al discordante. El cancelado es una silueta fantasmal a quien le han privado de voz y solo se escuchan onomatopeyas cuando intenta comunicarse, eso le ocurrió al personaje Matt en “Blanca Navidad” de la serie de televisión británica Black Mirror.
Algunos encuentran en estas prácticas cancelatorias una expresión responsable de la ciudadanía y de organización colectiva que robustece la democracia, con líderes y vocerías visibles –y no anónimas– que propagan, “viralizan”, globalizan, causas sociales y buenas prácticas que claman por justicia y libertad. Pero también en la comarca de Internet existen personas que irrespetan derechos humanos, personas espontáneas que se lanzan al ruedo de los disparates y que tratan de adquirir un segundo de notoriedad mediante el escándalo, el amarillismo y los falsos contenidos. Conducta reprobable el de convocarse para incitar el odio y el escándalo. Es como invitarse a su misma fiesta sin tener la certeza de que los invitados asistan porque no todos actúan bajo el imperio de la deshonestidad y la mentira. Es por eso que:
En junio de este año (en 2020), 150 intelectuales de distintas nacionalidades, criticaron duramente esta nueva ‘cultura’. ‘La manera de derrotar malas ideas es la exposición, el argumento y la persuasión, no tratar de silenciarlas o desear expulsarlas. Como escritores necesitamos una cultura que nos deje espacio para la experimentación, la asunción de riesgos e incluso los errores. Debemos preservar la posibilidad de discrepar de buena fe sin consecuencias profesionales funestas’, asegura la misiva firmada entre otros por Margaret Atwood, Noam Chomsky y Salman Rushdie. (Villa, 2020, paréntesis nuestro)
En consonancia con lo anterior, en el cuadro N°2 presentamos, in extenso, la carta publicada en la revista Harper’s firmada por más de 150 intelectuales sobre la naturaleza del debate en EE. UU. Grosso modo, en la carta se fija posición sobre estos asuntos vitales para la convivencia ciudadana: 1) Necesidad de que las naciones asuman medidas correctivas a través de la justicia y el Estado de derecho. 2) Pronunciarse contra el clima de intolerancia y fortalecer la inclusión. 3) La censura es un mal que está permeando a la cultura: “[…] una boga para la vergüenza pública y el ostracismo, y la tendencia a disolver cuestiones políticas complejas con una certeza moral cegadora”. Hay que detenerla. 4) El antídoto contra la cancelación irracional es fomentar el debate, la exposición y la discusión, elementos que estimulan la participación y la solución mancomunada de los asuntos públicos a escala local y planetaria.
CUADRO 2
UNA CARTA SOBRE LA JUSTICIA Y EL DEBATE ABIERTO
Texto íntegro de la carta publicada en la revista Harper’s y firmada por más de 150 intelectuales sobre la naturaleza del debate en EE. UU.
Temas centrales de la carta
Sobre la inclusión social
Sobre la censura
Sobre el debate de la ideas, justicia y libertad
Carta publicada en la revista Harper’s
Nuestras instituciones culturales se enfrentan a un momento de prueba. Las poderosas protestas por la justicia racial y social están dando lugar a demandas atrasadas de reforma policial, junto con llamamientos más amplios para una mayor igualdad e inclusión en nuestra sociedad, sobre todo en la educación superior, el periodismo, la filantropía y las artes.
El libre intercambio de información e ideas, elemento vital de una sociedad liberal, se vuelve cada día más restringido. Si bien hemos llegado a esperar esto de la derecha radical, la censura también se está extendiendo más ampliamente en nuestra cultura: una intolerancia de puntos de vista opuestos, una boga para la vergüenza pública y el ostracismo, y la tendencia a disolver cuestiones políticas complejas con una certeza moral cegadora. Defendemos el valor de un contra-discurso robusto e incluso cáustico de todos los sectores. Pero ahora es demasiado común escuchar llamadas a una retribución rápida y severa en respuesta a las transgresiones percibidas del habla y el pensamiento. Más preocupante aún, los líderes institucionales, con un espíritu de control de daños presos del pánico, están aplicando castigos apresurados y desproporcionados en lugar de reformas consideradas. Los editores son despedidos por publicar piezas controvertidas; los libros se retiran por supuesta falta de autenticidad; los periodistas tienen prohibido escribir sobre determinados temas; se investiga a los profesores por citar obras literarias en clase; un investigador es despedido por hacer circular un estudio académico revisado por pares; y los jefes de organizaciones son expulsados por lo que a veces son errores torpes. Cualesquiera que sean los argumentos en torno a cada incidente en particular, el resultado ha sido estrechar constantemente los límites de lo que se puede decir sin la amenaza de represalias. Ya estamos pagando el precio en una mayor aversión al riesgo entre escritores, artistas y periodistas que temen por su sustento si se apartan del consenso, o incluso carecen de suficiente celo en el acuerdo.
Esta atmósfera sofocante dañará en última instancia las causas más vitales de nuestro tiempo. La restricción del debate, ya sea por parte de un gobierno represivo o de una sociedad intolerante, perjudica invariablemente a los que carecen de poder y hace que todos sean menos capaces de participar democráticamente. La forma de derrotar las malas ideas es mediante la exposición, la discusión y la persuasión, no tratando de silenciarlas o desear que se eliminen. Rechazamos cualquier elección falsa entre justicia y libertad, que no pueden existir una sin la otra. Como escritores, necesitamos una cultura que nos deje espacio para la experimentación, la asunción de riesgos e incluso los errores. Necesitamos preservar la posibilidad de un desacuerdo de buena fe sin consecuencias profesionales nefastas. Si no defendemos precisamente aquello de lo que depende nuestro trabajo, no debemos esperar que el público o el estado lo defiendan por nosotros.
Fuente: https://elpais.com/cultura/2020-07-08/una-carta-sobre-la-justicia-y-el-debate-abierto.html (Consultado 28-12-2020)
Nota: Esta carta la hemos dividido en varios temas para orientar el debate sobre la cultura de la cancelación. Estos son, a saber: inclusión social; censura; debates de las ideas, justicia y libertad.
Poscensura en las redes sociales
Soto (2017) considera que estamos en presencia de la poscensura. Fenómeno que en pleno siglo XXI se estructura alrededor de las redes sociales. Muy bien lo señala este autor. Uno de los sucesos más emblemáticos en la sociedad de la comunicación ha sido el rol protagónico que está ocupando el prosumidor en su condición de constructor de opinión pública, asunto atípico, inédito, por decirlo de alguna manera, si consideramos que los medios unidireccionales de comunicación como la televisión, lo mínimo que permitían era una breve intervención telefónica o la participación en programas de opinión. Pero no todos tenían el acceso abierto a estos programas y, por lo general, los participantes eran personas conocidas del mundo de la política y el espectáculo. Sobre este asunto, Internet le ha dado la oportunidad a la personas para expresarse sobre lo que sea a escala mundial.
Soto (2020) lo explica muy bien de esta manera:
Quizás el cambio más radical en la cultura de la comunicación desde la invención de la imprenta ha sido esta capacidad del público para responder. De la galaxia Gutenberg a la galaxia Zuckerberg se ha producido la disolución del concepto de autoridad intelectual. El máximo exponente es ese célebre tuitero que acusó al papa de no tener ‘ni puta idea de religión’. Cuando este tipo de respuestas se agrupan en enjambres de usuarios y se dirigen de forma masiva contra individuos, ¿podemos decir que la mayor libertad de expresión de la historia de la humanidad provoca un mayor control del pensamiento? ¿Un mayor miedo a decir según qué?
Poscensura, poshumanismo, periodismo ciudadano, prosumidor y, por supuesto, la cultura de la cancelación, son terminologías que se han generado desde las ciber-comunidades. Poscensura es censura online. Implica cancelar a alguien o a una institución, con o sin justificación. Explica Soto (2019) que las redes sociales son proclives a favorecer el linchamiento social y en menor medida se inclinan por establecer un debate crítico bien argumentado:
Para entender qué es la poscensura es fundamental separar dos conceptos: la crítica y el linchamiento, que suelen confundirse en los debates sobre libertad de expresión. La crítica es una respuesta argumentada a una opinión o una obra. Está construida para encajar en un debate y trata de hallar y exhibir los puntos débiles del argumento rebatido. Es, por tanto, una herramienta intelectual que surge del individuo y pone en liza elementos racionales. El linchamiento, por el contrario, es una respuesta colectiva, masiva, irracional. No busca rebatir un argumento, sino destruir con falacias y ataques personales la reputación de quien haya expresado una opinión que disgusta a un grupo. Apela a sentimientos colectivos para legitimarse (la ofensa y la indignación son los más socorridos) y tiene una estructura horizontal: el linchamiento no suele ser un movimiento dirigido, aunque esto puede ocurrir. (Soto, 2019, cursivas nuestras)
Ante las conductas impropias y los excesos, Soto afirma que grupos de diverso origen político e ideológico recurren a formas de linchamiento digital, peticiones de boicot y recogidas de firmas para ejercer control sobre la opinión disidente. La ferocidad de los ataques supone que la persona recurra a la autocensura con la finalidad de evitar persecuciones futuras, plegándose a falsas correcciones políticas, que no suponen una reivindicación real de los derechos sociales y políticos, limitando así la libertad de expresión:
El problema –me dijo– es que ahora es público lo que se quedaba en casa, y que Internet lo magnifica: su rapidez simplifica, el titular exalta, el anonimato envalentona y el algoritmo de Facebook lleva a la endogamia. La combinación de estos factores hace que cualquier hecho diferencial sea condenado. (Anónimo García, citado por Soto, 2017: p. 132)
Soto (2017) argumenta que la poscensura no reconoce de matices, una vez que la mayoría enarbola un dictamen negativo sobre una persona o situación, cualquier opinión individual resulta absolutamente provocadora. A nuestro parecer, inmadurez, irracionalidad y juicios falaces, desierto de evidencias o argumentos, son los protagonistas que narran la cultura de la cancelación.
Creemos que la vara adecuada para medir a los demás es la nuestra, aun desconociendo la historia particular de cada sujeto. Nos dejamos llevar por las emociones del momento, sin que medie en ello nuestra razón, y actuamos sin considerar las consecuencias de lo que hacemos para el otro, en el fondo dejamos de ver a un otro. (Christian Schnake, citado por Villa, 2020)
La cultura de la cancelación también es actuar desde el sentir de lo políticamente correcto. Un discurso social aséptico, que termina incidiendo en el uso neutro del lenguaje, a través de lo que se considera socialmente aceptado. Recordemos como la plataforma de streaming HBO Max retiró la película: Lo que el viento se llevó (1939) de su catálogo en Estados Unidos por reflejar “prejuicios étnicos y raciales”, muchas salas de cine cancelaron la proyección de esta película, todo ello en pleno desarrollo de protestas masivas contra el racismo en Estados Unidos.
En otros casos hemos visto:
Obras notables como Moby Dick de Herman Melville, La llamada de lo salvaje de Jack London, Farenhheit 451 de RayBradbury o Las uvas de la ira de John Steinbeck han sido des¬terrados de las lecturas escolares, por razones tan nimias como la presencia de injurias o malas palabras o razones tan inasibles como ‘conflictos con los valores de la comunidad’. (Hanán, 2020: p. 50
Destino similar han tenido libros, películas y otros bienes culturales que terminan siendo objeto de juicios que no pretenden generar debate y reflexión sobre temas como el racismo, la intolerancia, sexismo y otros. Bajo estas ideas de fondo, Hanán se pregunta: “¿Es posible que proscribir estos libros tenga algún impacto en la manera de pensar de todo un colectivo?” (p. 50). Igual interrogante aplicaría para películas, series, canciones y demás productos culturales.
Los enjambres de la cancelación
Byung-Chul Han (2014) considera que en el medio digital la comunicación se gesta carente de respeto y centrada en una exposición pornográfica de la intimidad, dado que no existe separación entre lo público y lo privado. Lo privado se expone frenéticamente en el ámbito público, aunado a ello, se potencia el anonimato en los entornos virtuales, lo cual conduce a una cultura de la indiscreción y de la falta de respeto.
Byung-Chul Han nos habla de la shitstorm (tormenta de mierda) que solo es posible en entornos comunicacionales digitales caracterizados por el anonimato, la falta de respeto y la indiscreción. “La shitstorm, que hoy crece por doquier, indica que vivimos en una sociedad sin respeto recíproco. El respeto impone distancia. Tanto el poder como el respeto son medios de comunicación que producen distancia, que ejercen un efecto de distanciamiento”. (Han, 2014: p. 11).
En cierto sentido, estas shitstorm como ruido comunicacional, encuentran su paralelismo en esa cultura de la cancelación que solo persigue como fin último el aniquilamiento del otro, silenciar cualquier elemento que se oponga al dictamen de la tendencia del día. En la cultura de la cancelación, no hay una búsqueda de la verdad, se habla más de venganzas y de la negación del otro. Censurar un discurso como forma de desaparición de ese otro que se opone a lo que pienso o siento.
Es muy común observar cómo en las redes sociales la gente solo se queda con los titulares de una noticia, teniendo una perspectiva sesgada de las implicaciones de ese mensaje, se legitiman bulos y se obtura la realidad que deviene posverdad sin siquiera pensar en los argumentos esgrimidos. Dentro de la esfera de la cultura de la cancelación, no se niega la crítica contundente que debe hacerse hacia cualquier forma de injusticia social, pero ello no puede implicar el uso de maniqueísmos, moralinas tóxicas que no conducen a ningún proceso reflexivo crítico.
En nuestros tiempos caracterizados por la cultura del consumo, flujos incesantes de información transitan a ritmos vertiginosos en las redes sociales, pululan múltiples estados de opinión que en función de circunstancias específicas pueden converger simultáneamente. Esfera pública que se organiza cada vez más en función de “individuos aislados”. Se observa en las redes “[…] un Enjambre que es capaz de aglomerarse en torno a un suceso que llamaremos TrendingTopic”. (Cuadra, 2018: p.18).
Pudiésemos retomar la conceptualización propuesta por Aquilla y Rondfelt sobre las estrategias de enjambre: individuos dispersos pueden converger al unísono ante un evento o desastre social. Rheingold (2004) considera que las multitudes inteligentes se automovilizan y auto organizan utilizando estrategias como las de “enjambre”, cuando sus comunicaciones móviles las impulsan a converger simultáneamente en un lugar específico. Un ejemplo de ello, lo vimos en la llamada Batalla de Seattle (30 de noviembrede 1999).
Quienes defienden la cultura de la cancelación, consideran que actúan imitando la dinámica de los enjambres. Movilizar a individuos en puntos específicos y vincularlos de manera coordinada con otros grupos. Solo que en el caso de las redes sociales, se trata de convertir un suceso, persona o evento en tendencia (a través de likes y retweets). Viralizar un mensaje de rechazo y cancelación. Luchar contra cualquier acto de injustica social o simplemente seguir la tendencia de lo que una mayoría ha establecido como la verdad. Insistimos: no negamos lo poderoso que puede ser el poder de la indignación como arma para movilizar y concientizar, el asunto estriba en que la cancelación dista mucho de lo que supone generar procesos de reflexión y debate.
Según Byung-Chul Han (2014) estamos en presencia de un enjambre digital que se caracteriza por individuos aislados, “no desarrollan ningún nosotros”; con ello, nuestro autor toma distancia de los conceptos de “masa” (Le Bon) y de “multitud” de Hardt y Negri.
Al enjambre digital le falta un alma o un espíritu de la masa. Los individuos que se unen en un enjambre digital no desarrollan ningún nosotros. Este no se distingue por ninguna concordancia que consolide la multitud en una masa que sea sujeto de acción. (p.16)
Como expresa Byung-Chul Han, el homo digitalis mantiene su identidad privada, aun cuando forme parte del enjambre, mientras que el sujeto que constituye la masa, no exige atención y su identidad privada está disuelta. Aunque el anonimato sea un rasgo común de este homo digitalis es “un alguien anónimo”.
En esto el enjambre digital se distingue de la masa clásica, que como la masa de trabajadores, por ejemplo, no es volátil, sino voluntaria, y no constituye masas fugaces, sino formaciones firmes. Con un alma, unida por una ideología, la masa marcha en una dirección. (p.18)
Estos enjambres sustentados en las tecnologías digitales tienden a la volatilidad y fugacidad, y al estilo de un flashmobs se disuelven tan rápido como se han formado. A juicio de Byung-Chul Han, los denominados shitstorms no suponen un cuestionamiento del propio poder, sino que “[…] se precipitan solo sobre personas particulares, por cuanto las comprometen o las convierten en motivo de escándalo”(p.18). Encontramos similitudes entre la llamada cultura de la cancelación y las llamadas shitstorms, porque más allá de la búsqueda de justicia, estas acciones se orientan muchas veces a comportamientos eminentemente viscerales y narcisistas, centrados en el castigo y vigilancia, con consecuencias profundamente trágicas para la vida de las personas.
Dada la fragilidad de los vínculos y la fugacidad de los afectos, aspectos que caracterizan a nuestro tiempo, resulta harto complejo que a través de la cultura de la cancelación se pretenda promover acciones que permitan generar procesos de reflexión en los sujetos, que estos se responsabilicen por sus acciones. Si la expiación es la máxima común de la cancelación, implica preguntarse qué estamos entendiendo por justicia, si nos remitimos solo al proceso de asumir culpas, muchos de los implicados lo harán más movidos por los embates de la mercadotecnia y la publicidad, que por arrepentimiento y dolor real. Si la formación del enjambre solo supone una asociación efímera, en la cual circunstancialmente se movilizan personas bajo una causa común, cabría preguntarse cuáles son los alcances reales de la cultura de la cancelación, en especial, si se buscan cambios permanentes en la sociedad así como la promoción de una cultura de justicia y paz.
Cancelación online y offline, con y sin Internet
Probablemente, la diferencia entre la cultura de la cancelación online y la que no depende de la mediación de la Internet, estriba en el hecho de que el poder de la redes sociales puede cuestionar la integridad moral de una persona o la manera de actuar el Estado, con solo globalizar la denuncia en las redes sociales. En menos de un segundo, todo el planeta se entera, con hacer click al mouse, que un reconocido productor de Hollywood, Harvey Weinstein, es un violador y acosador sexual que luego sería condenado a 23 años de prisión por parte de la justicia estadounidense. No así sucede con la cancelación offline que no cuenta con la cobertura mundial que garantiza Internet. Dicho de otro modo: en la comunicación personal “cancelamos” socialmente, esto es, no queremos ver más a alguien porque nos ha hecho daño. El pasado tortuoso queda en la esfera de lo privado. Pero otra cosa es que la vida privada se quiera hacer pública en las redes sociales. Si eso ocurriese, el escrutinio final ya no está en manos de quien canceló a la persona, sino de las comunidades de interpretación virtual que forman parte del mundo globalizado. Estas comunidades ofrecerán versiones coherentes y desde luego disparatadas sobre la cancelación interpersonal que en un principio fue íntimo y privado, sin la mediación “chismosa” y tendenciosa de las redes sociales.
Ética de la cultura de la cancelación: ¡hay que verificar si hay fuego en la red!
La ética es una rama de la filosofía que estudia la moral o el conjunto de reglas morales concebidas socialmente a través de la historia. Pero también Savater nos enseña que la ética es el arte de vivir la libertad con sentido de responsabilidad:
Poder decir sí o no; lo hago o no lo hago, digan lo que digan mis jefes o los demás; esto me conviene y lo quiero, aquello no me conviene y por lo tanto no lo quiero. Libertad es decidir, pero también, no lo olvides, darte cuenta de que estás decidiendo. Y para no dejarte llevar no tienes más remedio que intentar pensar al menos dos veces lo que vas hacer. (Savater, 2000: p. 51, cursivas nuestras)
Savater (2003) se imagina una escena dramática en un teatro para ilustrar los límites de la libertad de expresión:
La libertad de expresión es maravillosa, pero si en un teatro lleno alguien se levanta y por broma grita: ‘¡Fuego, fuego!’ y causa una estampida de gente en la que mueren cuatro o cinco, pues le pediremos responsabilidades, a pesar de que cuando grito hizo pleno de su libertad de expresión. Todo tiene sus límites, todas las libertades y los valores, para ser reales en una sociedad real, deben tener límites determinados, y sobre eso precisamente debe reflexionar la ética con la ciudadanía. (Savater, 2003: p.36)
Ni en broma deberíamos vociferar ¡Fuego, fuego! si no estamos seguros de ello. Pero el fuego se atiza en la redes y, por supuesto, en nuestra vida cotidiana, cuando seguimos órdenes, costumbres y caprichos sin ser conscientes de por qué actuamos de una manera y no de otra. Siendo así, campean irresponsables que apoyan de manera abierta el principio de autoridad de un hombre devenido en influencia –influencer– a quien no se le objeta sus opiniones. Cuando los seguidores se acostumbran a reenviar contenidos sin leerlos y sin verificar procedencia, son, de hecho, cómplices de valores atentatorios de la condición humana. Han cancelado sin justificación alguna, responderán que están habituados a “reenviar” contenidos, es una manera de actuar que se repite casi sin pensar. O cuando la gente por capricho, “porque le da la gana”, se hace cómplice de cualquier mensaje que se alinee a prejuicios y estereotipos. De todos modos, Savater nos explica mejor desde su perspectiva ética la distinción entre orden, costumbre y capricho. Darse cuenta de estos tres motivos que tenemos o creemos tener para hacer algo, es hacerse responsable del ejercicio de la libertad:
Las órdenes, por ejemplo, sacan su fuerza, en parte, del miedo que puedes tener a las terribles represalias que tomaré contra ti si no me obedeces; pero también, supongo, al afecto y la confianza que me tienes y que te lleva a pensar que lo que te mando es para protegerte y mejorarte. Las costumbres, en cambio, vienen más bien de la comodidad de seguir la rutina en ciertas ocasiones y también de no contrariar a los otros, es decir de la presión de los demás. Las órdenes y las costumbres tienen en común que vienen de fuera, que se te imponen sin pedirte permiso. En cambio, los caprichos te salen de dentro, brotan espontáneamente sin que nadie te los mande ni a nadie en principio creas imitarlos. (Savater, 2000: p. 42)
Porque una cosa es hablar en privado sobre lo que se nos antoje, claro está, si nos lo permiten, y otra cosa es perifonear de manera irresponsable nuestros prejuicios contra alguien o algo, sin examinar las consecuencias de los pensamientos que se comparten en el ciber-ágora del siglo XXI, espacio virtual donde se amplifican virtudes y lados oscuros en medios masivos online y en redes sociales. En síntesis, Savater nos invita a que ponderemos nuestras conductas basadas en órdenes y costumbres. La orden de un médico cristaliza en una prescripción. ¡No siga fumando porque acortará su existencia! La de la familia es para proteger a sus hijos, siempre que no se confunda con la sobreprotección. Y la de un buen amigo se trasluce en un atinado consejo. Con los caprichos hay que tener cuidado. No hay que tomarse tan a pecho lo que sugería Oscar Wilde, que la mejor manera de librarse de la tentación es ceder ante ella. No sea que el capricho tentador acabe con nosotros.
Para finalizar este punto, meditemos cuatro premisas esenciales de la ética de Savater que a nuestro parecer son muy acertadas para discernir sobre la cultura de la cancelación o sobre cualquier tema vinculado a comportamientos en las redes sociales y en nuestra vida fuera de línea (off line), como, por ejemplo, asumir el rol de periodista ciudadano, emitir información falsa, cancelar con o sin justificación, anhelar el ciber-estatus de ser tendencia, influencia y viral informativo sin escrúpulo alguno. Y completamos la lista de conductas innobles que Savater añade:
Adoptar personalidades diferentes, intervenir en conversaciones sin dar nuestro nombre e insultar, ofender y atacar a nuestros semejantes sin dejar constancia de ello. Eso nos da un poder peligroso porque nos posibilita sacar lo peor de nosotros de manera impune, o al menos eso creemos. (Citado por Páramo, 2014)
Primero: sobre la microfísica del poder y la espiral del silencio.“No podemos hacer cualquier cosa que queramos pero tampoco estamos obligados a hacer una sola cosa”, (Savater, 2000: p. 28) como, por ejemplo, consentir ofensas y otros despropósitos en las redes sociales. Podemos, en cambio, darle otro rumbo a nuestra conducta. Evitar el enjambre de mentiras, mantenernos alejados de las malas prácticas de la cultura de la cancelación. No podemos dejar que otros piensen y tomen decisiones por nosotros. Savater explica muy bien este asunto:
No hay ley de obediencia ética, al contrario, el único deber que existe en la ética es precisamente la capacidad de criticar, de examinar por uno mismo y de valorar, aunque luego llegues a la conclusión de que la opinión de la mayoría es la mejor, pero tienes primero que haberla valorado por ti mismo. (Savater, 2003: p. 37).
Las razones por las cuales convalidamos la opinión dominante son de muy diversa índole. Nos dejamos seducir por las ideas de una persona carismática. Influimos a otros por medio de la coacción. Medios masivos sobredimensionan su agenda de prioridades temáticas sin reparar en otras opiniones. Se aceptan, sin empacho, ideas enfermas, por temor a represalias y quedar al margen de la comunidad. Todos estos aspectos que se han mencionado se pueden estudiar en las obras de Michel Foucault, sobre todo, en su estudio Microfísica del poder (1993) cuya tesis central se basa en que el poder no solo es institucional sino que es periférico, lo ejercemos todos los ciudadanos. Todos tratamos de influirnos sin la mediación de los medios. También recomendamos el estudio La espiral del silencio (1995) de Elizabeth Noëlle-Neumann, quien sostiene que los medios son los que determinan qué se dice o no, qué se explicita u omite, y que solemos guardar silencio para no contradecir la matriz de opinión dominante, aquí no hay cabida para que las minorías activas tengan voz en los medios tradicionales pero sí en las redes sociales como prosumidores responsables o no.
Segundo: sobre el dilema de la tolerancia. No somos libres de elegir lo que nos pasa, tener un nombre distinto, nacer en tal país, padecer una enfermedad, experimentar una relación desastrosa. Pero sí somos libres de responder ante los dilemas de la vida, esto es, obedecer o revelarnos, ser prudentes o temerarios, ser honestos o mentirosos, hacer genuflexión ante el poderoso o retirarnos dignamente. (Savater, 2000). Siendo así, somos libres para responder sin titubeos a aquellas personas que pretenden destruir a los que piensen distinto. Incluso podemos enriquecer aún más la libertad cultivando la valentía moral que no es otra cosa que denunciar a quienes violen los derechos humanos. No hay que ser tolerante con este problema universal. Como enseña Savater:
Pero tolerancia no es desinterés, no es la idea de que a uno le dé absolutamente igual lo que piensen los demás o de que uno crea que todas las opiniones son igualmente buenas, porque una cosa es ser tolerantes y otra cosa es ser imbéciles. (2003: p. 34)
Tercero: sobre el valor de la libertad. “Hay cosas que dependen de mi voluntad (y eso es ser libre), pero no todo depende de mi voluntad (entonces sería omnipotente), porque en el mundo hay muchas otras voluntades y otras muchas necesidades que no controlo a mi gusto” (Savater, 2000: p. 29). Depende de mi voluntad seguir o no causas altruistas o repudiables que se gestan en la cultura de la cancelación o en todos los asuntos de la vida. En cambio, seríamos egotistas si pretendiéramos creer que podemos transformar el rumbo de la sociedad con tan solo denunciar en las redes sociales. Hace falta más que redes para cambiar el rumbo de la historia.
Cuarto: sobre el poder del Estado. El Estado atenta contra las libertades básicas que dan sentido a la vida cuando dictamina a todos: “[…] lo que debemos tomar o lo que no, a dónde debemos ir adónde no, a qué hora debemos acostarnos, qué debemos ver, qué nos debe divertir.” (Savater, 2003: p.29). De modo que el valor ético supremo por el cual debemos velar es aquél que se basa en defender a ultranza la inviolabilidad de la persona, en que la vida no puede ser transgredida y sacrificada por ninguna idea por muy valiosa que se presente. Sobre este asunto, citamos, in extenso, una historia contada por Rousseau sobre la ciudad de la paz:
Si en la ciudad perfecta, armoniosa, en la ciudad de la paz, aquélla donde todo el mundo está contento, de pronto alguien supiese que toda esa armonía y esa paz social se deben a una persona en un calabozo ignoto que los demás desconocen está siendo torturado injustamente día y noche y que ese es el precio que hay que pagar por la paz, la armonía y la prosperidad del resto, ¿entonces qué? (Citado por Savater, 2003: p.27)
Conclusiones provisionales… para no cancelar el debate
Si la cultura de la cancelación supone una acción contra la injusticia social, la intolerancia y demás, la paradoja reside en cómo se puede combatir un prejuicio con prácticas que supongan que una persona sea despedida de su trabajo o sea amonestada socialmente. Cancelar a alguien ¿puede ser una medida suficiente para cambiar una forma de pensamiento o comportamiento? Ante ello, hay defensores a ultranza de estas medidas, quienes consideran que se puede combatir la desigualdad y luchar contra el poder. Para los activistas de derechos civiles, la cultura de la cancelación es una herramienta significativa para lograr los cambios sociales a través de la exposición ante la opinión pública no solo de celebridades y políticos, sino de individuos comunes, quienes atentan contra la dignidad de cualquier ser viviente. Bajo la premisa de cancelar en nombre de la justicia social nos topamos, paradójicamente, con acciones que soslayan o minimizan a la otredad, dado que en esta acción de querer expulsar a alguien, bloquear por redes sociales o retirar nuestro apoyo anulando su existencia, supone irremediablemente la primacía de una sociedad que se centra en la subjetividad personal, minimizando las posibilidades para profundizar en nuestras reflexiones, dada la inmediatez con que se pretende actuar ante los diversos eventos que ocurren en nuestra realidad.
Referencias
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Edixela Burgos
Doctora en Ciencias Sociales de la UCV (2019). Profesora Asociado adscrita del Centro de Investigación de la Comunicación (CIC-UCAB) desde el año 2019.
Gustavo Hernández Díaz
Director del CIC-UCAB desde el año 2018. Doctor en Ciencias Sociales de la UCV (2005). Miembro del equipo editorial de la revista Comunicación desde el año 1987.