Betzhabet Melo Medina
SUMARIO
El artículo nos ofrece un análisis de los resultados de la Encuesta Nacional sobre Juventud (Enjuve, 2021), presentada recientemente por investigadores de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) en Caracas. Este segundo estudio nos ofrece, al igual que el primero, las percepciones que tienen los jóvenes venezolanos sobre la democracia, el interés en la política y la confianza en las instituciones. Los resultados obtenidos no son nada alentadores para la democracia.
En 2013 , el 78 % de los jóvenes venezolanos (15-29 años) prefería la democracia antes que cualquier otro sistema de gobierno. En 2021 , solo el 50 % avala a la democracia como el mejor sistema de gobierno; ocho años después, casi 30 % menos. Pero, ¿qué ha cambiado desde entonces? ¿el descontento es solo de las nuevas generaciones? ¿es un fenómeno local producto de la crisis o afecta también a otros países?
Estas son algunas de las interrogantes que surgen luego de los resultados de la Encuesta Nacional sobre Juventud (Enjuve, 2021), presentada recientemente por investigadores de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) en Caracas. Es el segundo estudio de este tipo dirigido a los jóvenes para conocer, entre otros datos, sus percepciones sobre la democracia, el interés en la política y la confianza en las instituciones.
Los resultados de 2021 no son nada alentadores para la democracia. No solo muestran que apenas la mitad de los jóvenes venezolanos eligen este sistema de gobierno, sino que a 27,5 % de ellos le da lo mismo vivir bajo una dictadura o una democracia, cifra que en 2013 llegaba apenas al 10,8 %.
En la misma línea, luego de ocho años se redujo considerablemente la confianza hacia las instituciones. Por ejemplo, los partidos políticos pasaron de 47,6 % de confianza (2013) a 30,3 % (2021), y el Consejo Nacional Electoral de 55,5 % (2013) a 45,3 % (2021). Instancias vitales para el funcionamiento del sistema democrático.
Y eso no es todo. Hay un descontento generalizado con el ejercicio de la política. En 2013 casi 80 % (79 %) manifestaba al menos algún interés en la política. Hoy solo la mitad (40 %).
Luis Pedro España, profesor de la UCAB e investigador de la Enjuve 2021, cree que la “fuente del descontento” es la “[…] ausencia de oportunidades económicas, restricciones para insertarse en la sociedad, abismo entre las metas institucionalizadas y los medios para alcanzarlos, deterioro de la cotidianidad y tensión familiar, ausencia de espacio público y de socialización, inseguridad institucional y presión migratoria”. Lo que ha generado, más que un rechazo a la democracia, desinterés y desmovilización, especialmente entre los más jóvenes, que no ven perspectivas de futuro.
Sin duda alguna, hay una gran diferencia entre el contexto venezolano de 2013 y el de 2021. Ya mucha agua ha corrido desde entonces. El país pasó de una crisis política, social y económica a una emergencia humanitaria compleja, palabras mayores. En 2013, Maduro apenas iniciaba su primer año de mandato, luego de unas elecciones apresuradas tras la muerte de Chávez. Para muchos, era el principio del fin del “socialismo de siglo XXI”, como se autobautizó el gobierno durante años.
Un problema global
En este escenario se podría llegar a pensar que el descontento con la democracia es un fenómeno local, que responde a las no pocas dificultades que han enfrentado los venezolanos –especialmente los jóvenes– durante los últimos años, y que ha logrado prácticamente expulsar alrededor de 6 millones de personas del país .
Sin embargo, nuestros vecinos de Latinoamérica y Estados Unidos, así como una parte de Europa también se están encontrando con la misma percepción desde hace ya algunos años. Hay un desencanto generalizado que no distingue edad, género o condición socioeconómica y, al parecer, tampoco nacionalidad. Pero que indiscutiblemente es más notable en las nuevas generaciones.
Según Latinobarómetro , entre 2010 y 2018 el respaldo a la democracia en Latinoamérica cayó de 63 % a 48 %; más de 20 %, en ocho años. Apenas en el último registro (2020) se detuvo la caída, manteniendo un respaldo de 49 %. Además, “el mayor déficit democrático en la región está entre los jóvenes”, afirma en el estudio .
Uno de los datos más reveladores que nos puede acercar a las causas de esta crisis de la democracia, al menos en Latinoamérica, está relacionada estrechamente con la confianza. “América Latina es la región del mundo más desconfiada de la tierra” en comparación con otras regiones y otros estudios como el Estudio Mundial de Valores y con los Barómetros de Opinión. “En promedio, en América Latina se registran 20 puntos porcentuales menos de confianza en las instituciones elegidas por voto popular que en Asia, África, los países árabes y Eurasia”, asegura el último reporte de Latinobarómetro.
Gran parte de la sociedad ya no confía en sus gobernantes, ni en sus políticos y, como resultado, ha perdido la fe en el sistema que estos representan. Sobre todo las generaciones de millennials y centennials, ya que son ellos quienes en la última década han sufrido más las consecuencias de la mala gestión, teniendo que adaptarse a contextos de crisis e incertidumbre permanente.
En este panorama, la utopía que ofrecía la democracia como el gobierno de las mayorías, de la libertad y la prosperidad, se ha ido desgastando en contraste con la realidad.
Causas de la crisis
Jesús Ceberio, periodista de El país de España, asegura en su artículo “Democracia menguante” que, en menos de treinta años “la democracia liberal ha pasado de ser un bien universal a un sistema en recesión. Incluso en países como Estados Unidos, Reino Unido, Suecia o Australia, grandes minorías la consideran como una alternativa más, y no necesariamente la mejor”.
Llama la atención que, a pesar de tener realidades tan distintas, esta percepción se repita en América Latina.
Ceberio rescata los argumentos del director del Centro Tony Blair para el Cambio Global y autor del libro El pueblo contra la democracia, Yasha Mounk, así como los de los politólogos de la Universidad de Harvard y autores de Cómo mueren las democracias, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt; estos ponen a la comunicación y a la economía como las principales desencadenantes de la crisis de la democracia.
Para Mounk, dos de los principales factores que han afectado la popularidad de este sistema de gobierno son:
La ruptura del papel dominante de los medios de comunicación, que limitaban la difusión de ideas extremas y creaban un espacio de valores compartido; y, el estancamiento de la economía familiar durante los últimos treinta años después de varias décadas de crecimiento acelerado…
Dos variables; una, la comunicacional, que se refiere al papel de las redes sociales y, en general, a todos los medios de difusión que permiten a cualquier ciudadano expresarse con cierta libertad –hasta donde permitan sus gobiernos–. Pero que, por otro lado, se han convertido en espacios minados de noticias falsas, intolerancia y polarización. Según Cebeiro, los investigadores coinciden en que representan: “Una tecnología virtualmente liberadora que ha roto en añicos el espacio de debate público y se ha convertido en incontrolable plataforma de ideologías del odio y falsedades”.
Por otro lado, también destaca la variable económica, que ha dejado “en el aire” a no pocos jóvenes a quienes les cuesta mucho más alcanzar una estabilidad financiera que les permita acceder a los bienes de consumo que garanticen una vida digna.
En la misma línea, los politólogos Levitsky y Ziblatt, argumentan que este factor económico es vital, pues “el compromiso con la democracia está vinculado a una expectativa de mejora económica y no es ese el caso hoy día. Hace medio siglo, cada generación duplicaba el bienestar alcanzado por sus padres”.
Posibles respuestas y desafíos
En 2018, el Instituto Internacional para la Democracia y Asistencia Electoral (IDEA Internacional) y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) reunieron en Santiago de Chile a más de cuarenta expertos, intelectuales y dirigentes políticos de la región, Estados Unidos y Europa para analizar el tema y discutir alternativas .
Parte de las intervenciones que dan respuesta a algunas causas y posibles soluciones de esta crisis fueron abordadas por la periodista Roscío Montes en 2018 , en un artículo publicado en El país de España.
Entre ellas destaca el argumento del expresidente chileno Ricardo Lagos, quien aseguró que:
Las nuevas tecnologías cambian totalmente la forma de entender y hacer política. En el siglo XX y comienzos del XXI, era vertical: habla el líder y define la línea hacia dónde quiere ir, el partido toma definiciones y la ciudadanía escucha y opina cuando hay elecciones. Hoy en día, en cambio, la política es horizontal.
Para Lagos, este desfase entre los políticos y la forma de interactuar y comunicarse con los ciudadanos y sus problemas no responde a las necesidades actuales ni a las expectativas de la sociedad.
En este mismo sentido, la expresidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla aseguró que “más que un desencanto con la democracia, lo que vemos es un desencanto con la política”. La forma de hacer política, así como el desarrollo de las democracias se ha quedado en una especie de desfase tal como ha pasado en el sector educativo. Requiere actualizaciones.
Ante este panorama, ¿qué podemos hacer? Para el exministro de Chile y miembro del consejo de IDEA Internacional, Sergio Bitar, la clave está en la efectividad de los gobiernos: “La democracia necesita que se gobierne bien. Sin improvisación, con transparencia, con consultas ciudadanas y mayorías políticas. Y América Latina carece de suficientes personas bien formadas política y técnicamente”.
Si bien una respuesta lógica a la crisis de la democracia es la de contar con gobiernos más eficientes e inclusivos, no es tan fácil de implementar. Más allá de las respuestas que deben dar los que están en una posición de poder –políticos, gobernantes– también es importante reflexionar sobre el rol que tiene la ciudadanía en este contexto, tanto para abordar los problemas del presente, como los que nos esperan en el futuro.
Betzhabet Melo Medina
Licenciada en Comunicación Social, mención periodismo (UCAB-Venezuela). Magíster en políticas y procesos de desarrollo (UPV-Universidad Politécnica de Valencia-España). Miembro del Consejo de Redacción de la revista Comunicación.