Mariengracia Chirinos
Sumario
El artículo nos ofrece un análisis del discurso sobre los jóvenes y la noche caraqueña. Se trata de una fotografía del año 2018. Seguramente las condiciones sociales hayan cambiado por diversas razones locales y globales, pero el ensayo ayuda a entender la experiencia y la percepción de los millennials en la noche caraqueña de ese entonces. Para el análisis del discurso se utilizaron varias categorías: 1.-Inversión en tiempo libre; 2.-Actividades de ocio en general; 3.- Valoración de la ciudad; 4.- Actividades nocturnas en la ciudad; 5.- Prácticas; 6.- Costumbres; 7.- Caracas: símbolos/héroes; 8.- Ritos; 9.- Valores; 10.- Símbolos de la ciudad; y 11.- Recomendaciones de políticas públicas.
Caracas, la mujer nocturna, recorre las calles con una fresca actitud, típico de una joven con una edad difusa, que está terminando la década de los 20 o empezando los 30. Ella camina sola, va con un vestido rasgado pero a la vez es tecnológica. Anda en tacones también gastados, sobremaquillada, mientras quiere seducir. Es una rubia gigante. Es precavida y sonríe, con un aire de misterio, entre enigmas. La ropa que viste sirve para el día y para la noche, porque denota una personalidad sexy y violenta a la vez. No tiene miedo, pero los millennials que comparten con ella sí la observan con temor.
Caracas, el hombre, tiene más recorrido. Es de carácter. Es maduro, pisando los 35 años. Sale en camisa de botones y zapatos cool, como todo un hipster, listo para todos los planes. Un tipo de bien, un buen tipo. Se mueve de este a oeste y de norte a sur en moto, porque no tiene carro.
Así describen la personalidad femenina y masculina de Caracas diecinueve millennials que viven, trabajan, comparten con sus amigos y tienen frecuentes planes nocturnos en ella, a pesar de los peligros, los riesgos y las limitaciones económicas. Se mueven por la capital de Venezuela aunque es la primera ciudad más violenta del mundo, según la organización InsightCrime. Además, es una urbe que surfea un entorno de hiperinflación, cuyas proyecciones para el cierre de 2018 es de 14.000 %, en medio de una recesión económica, de acuerdo a las estimaciones del Fondo Monetario Internacional.
Los jóvenes desafían la ciudad a pesar de que la perciben violenta. Viven con la sensación de peligro, oscuridad y soledad. Lamentan no poder caminarla durante la noche. A Caracas la definen como una ciudad zombie, que entre las calles de Los Chaguaramos alberga gente de noche hurgando la basura. Esa es la realidad que ven todos los días. En las noches la observan como surreal, “… porque tú sales un día entre semana y la ves como una ciudad muerta, pero sabes que a tres cuadras tú pudieras estar tomando unas birras como si no estuviese pasando nada”. “Uno vive esa Caracas de noche todos los días”, confirman sentados sobre una mesa soltando ideas sobre la generación de los s –a la que pertenecen y los define–, su vida y la noche caraqueña.
Caracas, para ellos, es una ciudad de contrastes y demasiado extremista, “… porque puedes estar en una calle con todo inhóspito en la que casi que hay balacera y luego cuando te vas a la calle de al lado hay senda rumba prendida como si nada hubiese sucedido”, dice Carlos. En Petare, por lo menos, “… tú puedes escuchar unas detonaciones tranquilamente y de repente te vas y escuchas una pachanga en La Quinta Bar, en Las Mercedes”, recrea. Sienten la inseguridad. “Muévete y no mires para los lados”, es el pensamiento que le da vueltas en la cabeza a Emmanuel y lo repite en voz alta, emulando a la delincuencia.
Les da miedo. Conviven con la sensación de no estar seguros en ningún lado. Por eso cuando dicen Caracas piensan en una detonación, pero también piensan en la belleza de las luces, en birras y amigos, en sus salidas nocturnas. Caracas también es el olor de una arepa.
Se imaginan en ella a toda velocidad. Montados en un carro, manejando a 100 kilómetros por hora por la autopista y también por la Cota Mil. Piensan en Las Mercedes o en La Guacamaya, que es una tasca de Chacao, a la que por lo menos Oriana podría ir todas las noches de su vida a tomar cervezas y poner la música que le gusta. Para ellos, esta ciudad también es el ambiente de los chinos donde se encuentran con amigos y pasan la noche tomando.
Jesús piensa en Caracas y se ve a sí mismo caminando por la estación del Metro de Capitolio. “Camino a mi casa”, reafirma para enfatizar que esa es su zona de confort. “Es la zona que conozco”. Para otros la noche en Caracas es una locura, “… puede llevarte a perder la vida pero también hacerte ganar otras”.
Caracas también es diversidad. “Es un espacio para encontrarte con tus panas. A pesar de la situación es un espacio distinto”. Aníbal es de los que piensa que en ella no pasan cosas y “… de repente te encuentras maravillas de noche: jazz en vivo en una arepera por Chacao”. Es esa misma ciudad en la que de noche “todo está en silencio”, y que en el día es zozobra.
Pero la noche caraqueña da para todo, para estar en casa, dormir, ver series o disfrutar de la programación por demanda de Netflix. Como Valentina, que de lunes a viernes estudia y hace ejercicios, y de viernes a domingo, es momento para una película en casa y también para salir a un café y hablar con sus amigos. Aníbal tiene planes variados, desde estudiar, leer, ver películas, lavar, cocinar, hasta salir a cenar o ir a casa de otros amigos. A Carlos le gusta ir a bailar. “Normalmente comenzamos en La Quinta Bar y terminamos en La Estancia. Sí, es una cosa muy loca”, se responde a sí mismo y dice que son cosas distintas, una lleva a la otra. Él tiene 22, pero ve los planes de su hermano de 29, que también es millennial, muy distintos. “Ellos son pin, pun, pan”, para denotar que todo lo hacen rápido. Otros prefieren establecerse en un solo sitio, y quedarse hasta que se hagan las seis de la mañana, por seguridad y para poder regresar a casa en metro.
Los dos Jesús del grupo tienen la misma rutina. Prefieren las opciones más baratas, por eso hacen el predespacho con algunas cervezas en un lugar asequible y luego se van de rumba a otro lugar. Jesús, el de El Cafetal, frecuenta el este o el sureste cuando quiere ir de fiesta, luego de cruzar la ciudad de noche, al salir de clase en la Universidad Católica, entre Antímano y Montalbán, al oeste. Mientras que Jesús, el del 23 de Enero, se mueve entre el noreste y la zona por la que habita. Dice que en esta zona popular no hay horarios y las birras son baratas. Suele invitar a sus amigos al 23, y ahí terminan tomando en algún lugar seguro. “En alguna licorería nos abren las puertas, es un sitio feo pero seguro”.
Sthephanie tampoco se detiene de noche. Cuenta: aunque “… no soy de la gente que dice que la inseguridad es una sensación”, “… el viernes pasado salimos de la universidad y fuimos a Chacao a tomarnos unas birras, luego fuimos a Las Mercedes y todo era caro. Entonces terminamos en El Hatillo, y ahí nos comimos un dulce. Lo cierto es que terminé llegando a mi casa a la 1 de la mañana”.
Para los millennials caraqueños, el aspecto económico determina sus planes nocturnos. No dejan de salir, pero se abren opciones que puedan costear. Relatan que “… normalmente en un lugar nocturno, los servicios son más caros y es mejor llegar tomados al lugar. Pero puede haber combinaciones. Puedes hacer el predespacho en una casa y de ahí te vas a algún local”, como Barriott –en Las Mercedes– o Cúsica –en El Hatillo–. Ese es un plan que “… se acaba de doce y media a una, y luego te vas a una casa o a Sawu –en Las Mercedes– que es más tipo rumba”.
“Eso es justo lo que voy a hacer hoy. Vamos a Cúsica primero y luego vamos a casa de una amiga que vive cerca”, valida Dana, quien prefiere no llegar con el estrés de abrir el portón de su casa y por eso prefiere quedarse a dormir con unas amigas.
Las diecinueve voces hacen un recuento de los puntos fragmentados de la ciudad y entre todos mapean la geografía de exclusión que mantiene viva la noche caraqueña, cuyos localizadores están puestos entre los municipios de Miranda, en el eje de El Hatillo, Chacao y Baruta. Pueden ir a los sitios nocturnos del Centro Comercial San Ignacio, en el casco de Chacao, Los Palos Grandes, El Hatillo y Las Mercedes. Solo Jesús nombra el 23 de Enero como su zona de distracción nocturna, junto con sus primos. A diferencia de él, la mayoría coincide en que Chacaíto se ha convertido en su frontera.
Los planes de la noche caraqueña tienen algunos sitios del lado noreste o sureste de esa franja, entre los que pueden estar La Patana, 360 y El León entre Altamira y Los Palos Grandes; Cúsica y Serrano, en El Hatillo; La Quinta Bar o Sawú, en Las Mercedes. También incluyen a Los chinos de Bello Monte y El Excelente en Los Palos Grandes como sitios para comer y beber, “tipo tranquilo”. A los estudiantes de la UCV, como María Victoria, se les hace familiar otros sitios del target universitario como Los chinos del Oeste, El Tropezón o El Estadio. Este siempre es un buen plan, dice la joven de 22 que estudia Medicina. También está el plan de casa, que aparece en todas sus conversaciones. “Cuando vas a la casa de alguien, piensas en algo más tranquilo e informal”, piensa Enmanuel.
Los millennials también ven la noche caraqueña con nostalgia. Ángel, por lo menos en 2009 dice que “… salía de una discoteca en Chacao, tomaba una camioneta y llegaba a casa”. Pero eso ya no lo hace: “… ahorita subo a una camioneta a las siete de la noche y ando asustado”.
En la Caracas de 2018, “… es imposible salir de noche en metro, así que todas las salidas son en carro, bien sea porque te van a buscar o porque vas en carro propio”, dicen otros distintos a Jesús o Ángel, que dependen del transporte público para llegar a sus casas.
Este grupo de jóvenes que nacieron entre 1985 y 1997 no solo comparten un rango de edad que va de 20 a 32 años sino que también comparten las mismas prácticas y costumbres independientemente del estrato social al que pertenecen. Van por la Caracas con su grupo de amigos, pocos identifican salidas solo con sus parejas. Tienen salidas tipo fiestas, reuniones en casas, que son de forma colaborativa. La idea de grupo no solo la utilizan para movilizarse en transportes colectivos, sino en carros particulares. “Normalmente, me tienen que venir a buscar, dice Dana quien confiesa que le aterra manejar en su carro de noche. Tienen un código compartido que se ha vuelto un rito: “Los hombres tienen que buscar a las mujeres. Mi papá me deja con cualquier amigo, pero si es una amiga quien maneja no voy”. Marianna se mueve independiente porque vive retirada de la zona en la que se mueve su círculo: “Generalmente voy hasta el sitio, porque vivo muy lejos desde donde viven mis amigos. Me quedo hasta el día siguiente, que es cuando me pueden llevar porque es de día, a las 6 de la mañana cuando hay luz, hay más gente”.
La historia de Isabella es distinta. Vive con sus papás y esto es un condicionante para el horario de las salidas nocturnas. “Ellos prefieren que llegue a las tres a que me quede en otra casa”, pero Dana tiene otra realidad: “Mis papás prefieren que todos se queden a dormir en mi casa o quedarme a dormir en casa de algún amigo para no salir a las tres de la mañana”. Ángel goza de independencia: “Yo no tengo problemas con el regreso porque vivo desde hace tiempo solo. Pero hay mucho machismo porque siento que con las niñas es distinto que con los hombres”. Jesús y sus amigos a veces se quedan por Sabana Grande hasta que amanezca y abran el metro para llegar a casa.
Esta forma de manada también marca dinámicas de comunicación. Los grupos de WhatsApp, “… son por excelencia nuestro medio de comunicación”. Solo se llama “… cuando ya está listo el plan, cuando alguien no contesta o para avisar”.
Utilizan la comunicación móvil, indistintamente si es una fiesta –cuando el dueño de la casa invita– o es una reunión –que es por contribución–. Suelen compartir noches en casas de amigos y es común ver jardines “con un poco de cajas alrededor”. Incluso, Irina cuenta que “… ha visto 15 años que cada quien trae algo”. Dana e Isabella pertenecen a grupos de amigos en los que “… el licor lo llevan los hombres y las mujeres llevan refresco”.
El plan de la noche depende también de sus grupos de amigos. Coinciden en que tienen redes variadas y de ello depende la ruta nocturna por Caracas. Ángel solo se mueve entre grupos cerrados, de confianza: “… los de la oficina, los de la escalada, o los del trabajo”. María Victoria tiene una máxima: “Si salgo con mis amigos de la universidad, generalmente, voy a beber. Pero si salgo con mis amigos del colegio, usualmente, vamos a casa de alguien”.
Irina también clasifica sus salidas por sus tipos de grupos. Ella puede salir entre jueves y sábado con sus amigos de la maestría, con quienes comparte su preparación en Gerencia Pública en el Iesa, al igual que le ocurre a Dana y Marianna. Arman sus planes de fines de semana después de clases.
Sus compañeros de clases, para Irina, están entre su mejor lista porque la diáspora ha afectado su entorno: “… todos mis amigos se fueron del país”. Para las salidas, ella recurre también a su grupo familiar, sus primos y sus tíos, con quien comparte cervezas y un buen plan en la noche caraqueña. Ella se ríe y mientras tanto Ángel se queda pensativo y reflexiona: “Eso me autorregañó, porque casi no comparto con mi familia”. Jesús, el estudiante de la UCAB que también trabaja en una firma de abogados, reconoce que suele salir a planes “tipo tranquilos” con su hermana mayor y su cuñado, pero poco comparte con su hermano morocho porque tienen distintos intereses. Él estudia derecho y su hermano medicina, explica para denotar sus diferencias.
Jesús, el del 23, también, acude a sus lazos de consanguinidad para la movida caraqueña: “… mi dinámica de rumba la conocí por mis primos. Todos los días iba a una discoteca, de lunes a lunes. Salíamos en grupo”. Pero ahora ha reducido “las fiestas” porque “… mis primos se han ido del país. Ya no es lo mismo, salgo menos, y ahora vamos a las tasquitas”.
Entre el grupo hay quienes consideran sus fiestas y reuniones indistintamente del día de la semana. Depende, es el condicionante utilizado como factor común. “El miércoles salí pero si me toca, salgo el lunes”, dice una de las chicas, pues la nocturnidad no discrimina género, gentilicio, ni ubicación residencial entre los millennials caraqueños. Las fórmulas son variadas: “Una sola vez a la semana”. “Viernes o sábado, pero un jueves puedo salir”, “viernes, sábado e incluso domingo”; “sólo viernes y sábado”; “viernes, sábado, lunes o martes”.
La noche caraqueña es más que fiesta. También es comida y opciones culturales. Se abren alternativas entre stand up comedies, el teatro en el Trasnocho, el cine a cielo abierto en Los Galpones, el microteatro, los foods trucks en la tarde noche. Hay quienes prefieren ver Netflix e incluso estudiar.
Las propuestas en espacios públicos son pocas. Se reduce a la plaza El Hatillo o la plaza Los Palos Grandes, cuando hay actividades puntuales. También, al Eje del Buen Vivir, en el centro de Caracas, por Bellas Artes, “… a pesar de ser una experiencia chavistoide”, lo cataloga Orianna.
Un plan nocturno puede terminar a las nueve, 11 de la noche, a las 12 de la madrugada. Incluso una y media, incluso 3 a. m. Ninguno menciona planes para los últimos rangos de la madrugada, fuera de aquellos que implique quedarse a dormir en casa de algún amigo en lugar de irse a su casa, por temor a la inseguridad.
Lo más barato o lo más costoso para la noche en Caracas, va a depender del plan. Siempre están evaluando el asunto económico, pero tienen claro los gastos que implica. “Si vas con el plan de cenar nada más, puede que la comida sea más costosa que las dos cervezas que te hayas tomado”, dice Jesús. Marianna es de la idea que “… la comida es lo más costoso”, pero Ángel cree que “… siempre el licor es más costoso que la comida”. Hay íconos de la ciudad que se reconocen por ser asequibles, sobre todo entre los estudiantes universitarios. “Lo más barato que yo he ido es El Tropezón por la UCV, pero hay que tener mucho cuidado con la comida”, dice María Victoria.
En la Caracas de la hiperinflación, ellos construyen un ranking de los costos nocturnos. Lo más barato es quedarse en casa, concuerdan como grupo. Lo secunda el plan de ir a Los chinos o ir al Trasnocho –aclaran que es este en particular–, porque “… los demás cines son más caros”.
La noche en Caracas también esconde prácticas oscuras, de planes que los millennials sueltan a destajo y sin inmiscuirse. Solo dicen que han escuchado de fiestas clandestinas, por Prados del Este, en las que rueda a la libre la droga. Lo señalan como una práctica costosa a la que solo recurre una élite porque es un mercado dolarizado.
Este grupo de millennials no solo comparte su visión de la noche sino también las cuentas de sus salidas, pero tienen sus condiciones que casi las convierten en ritos: “… si es una salida con amigas pagamos entre todas, pero si salgo con hombres casi nunca pago”, confiesa Marianna, mientras que Dana dice: “… a veces no pago, pero es una que otra vez”.
María Victoria más bien piensa que “… si estás pendiente –que quiere decir que estás saliendo con una persona– es casi seguro que no pagues, pero hay veces que tú te pagas lo tuyo y ya”. En el caso de Jesús, el estudiante de la UCAB, es compartido: “Yo tengo mi novia y 60 % de las veces pago yo, 20 los dos, y 20 ella”. Orianna es de las que dice que “ … los chicos brindan pero las chamas también brindamos”. Pero Valentina prefiere ritos compartidos: “…casi siempre es miti-miti”.
La confianza entra en juego y la fórmula para pagar las cuentas que dejan las salidas nocturnas por Caracas. “Cuando no hay confianza la gente paga lo suyo y se empieza a ir, y uno queda con el susto”, dice Orianna. A Valentina también le ha pasado: “… me quedo de última y me toca pagar lo que nadie paga, pero la próxima vez pago primero y me voy”. Jesús, que viene del 23, lo evalúa: “… depende del momento, si es quincena la gente se da el tupé de decir: yo pago”.
Este valor de la confianza “es súper importante”, resuena varias veces. “Si una amiga no tiene plata, la puedo invitar yo”, dice Marianna.
Estas prácticas, costumbres, ritos y valores que le dan forma a las dinámicas colectivas en la vida nocturna caraqueña, en esta geografía de la exclusión plantean desafíos de políticas públicas para las alcaldías del Área Metropolitana de Caracas. Los diecinueve millennials, no solo ven problemas en la noche de Caracas, sino que también ven soluciones. Ver alternativas para combatir la inseguridad y los riesgos, como la intervención de espacios de violencia para que se puedan convertir en espacios públicos amables como lo es la Plaza Los Palos Grandes, la plaza de El Hatillo, o El eje del buen vivir, en el centro de Caracas. Recuerdan y anhelan las experiencias de la ruta nocturna, que organizaba la Alcaldía de Libertador, para ofrecer alternativas de rumba y actividades culturales en el centro de Caracas.
Proponen abrir rutas nuevas de festivales callejeros, como lo fue Por el medio de la calle. Piensan que es una opción intervenir Chacaíto que es una frontera y convertirla en un espacio público que tenga vida en la noche.
Coinciden en que “… se necesita presencia policial, limpieza y abrir las puertas a iniciativas privadas”. Pero el principal clamor es la seguridad, una demanda que hizo que lanzaran frases como estas: “… yo estaría feliz, con que yo pueda salir de mi casa de noche. Con este plan: me arreglé, me acomodé el cabello, me taconié, y luego digo ‘Ah, son las 11, ok’. Isabella, te voy a buscar, vamos a tal sitio”.
Aspiran una ciudad que sea caminable en la noche, con más sitios “peatonables”. Sueñan con una urbe asequible. “Me imagino La Trinidad llena de luces y que puedas caminar, con muchos bares. Que puedas hacer bar hopping, que puedas estacionar en un lugar y caminar por todo eso”. Anhelan iluminación, pues “… la luz incide en la percepción de la seguridad”.
Perspectivas urbanas
María Victoria Chirinos es arquitecto y se ocupa de investigar asuntos de diseño urbano. Su lectura de esta percepción de los millennials en torno a la noche caraqueña las redondea en seis ideas:
1. Ante la necesidad del resguardo por los problemas sociopolíticos y la búsqueda de seguridad, los millennials buscan confianza y protección en “guetos urbanos”. Por ello generan convivencia de acuerdo con sus leyes y costumbres particulares.
2. Las funciones naturales de la calle y la ciudad han sido desplazadas y concentradas en núcleos reducidos de seguridad en búsqueda de ocio y recreación. Se han apagado sectores históricamente activos de la vida nocturna. La calle ha perdido dinámica nocturna. Se ha reducido su actividad a su mínima expresión tanto en movilidad y desplazamiento como en transiciones y diversidad comercial. La oferta cada vez es más reducida de actividades expuestas y a la intemperie.
3. La ciudad ha perdido carácter público, como el lugar de todos y de interacción común, de vida urbana y expresión comunitaria.
4. Hay una necesidad constante de socializar que se ha fortalecido y se mantiene activa a través de la agrupación en núcleos privados, trasladando a casas y núcleos domésticos las actividades.
5. Se ha disminuido el contacto con desconocidos y situaciones de poco control público. Ha aparecido el fenómeno de la minimización de la dinámica urbana en unidades individuales. Las unidades habitacionales han tomado funciones recreativas y sociales.
6. A pesar del apagón de la ciudad sobreviven con energía algunos espacios de acción colectiva que se han convertido en nuevas centralidades.
Una construcción narrativa
Este relato es escrito a partir de las diecinueve voces del grupo de millennials que participó en la experiencia del focus group, que se realizó en dos sesiones, el 28 de abril de 2018, como parte de la materia de Análisis de entorno de la Maestría en Gerencia Pública en el IESA. La finalidad fue realizar un análisis de discurso que permitiera construir una radiografía de la experiencia y la percepción de los millennials en la noche caraqueña, utilizando la metodología del círculo de Hofstede. Por ello, la narrativa se construye a partir de varias categorías: 1.-Inversión en tiempo libre; 2.-Actividades de ocio en general; 3.- Valoración de la ciudad; 4.- Actividades nocturnas en la ciudad; 5.- Prácticas; 6.- Costumbres; 7.- Caracas: símbolos/héroes; 8.- Ritos; 9.- Valores; 10.- Símbolos de la ciudad; y 11.- Recomendaciones de políticas públicas.
El análisis se complementa con una consulta a una especialista en el área de diseño y planificación urbana.
Este texto se construyó para responder a las siguientes interrogantes: ¿Qué hacen los millennials en sus actividades de ocio en la Caracas actual? ¿Qué hacen específicamente de noche tomando en cuenta el actual entorno-ciudad? ¿Cuales son sus prácticas, costumbres, símbolos, ritos y valores detrás de sus prácticas de ocio? ¿Cuál es su relación con el espacio público y privado? ¿Qué recomendaciones de políticas públicas se pueden realizar en este tema para las alcaldías de las ciudades?
La narrativa fue hilvanada por Mariengracia Chirinos, periodista, y el focus group fue dirigido por el profesor Gerardo González, quien es director de proyectos de la firma de opinión pública Consultores 21.
Mariengracia Chirinos
Periodista, investigadora y consultora, especializada en derechos humanos, libertad de expresión e Internet. Con posgrados en Libertad de Expresión; Comunicación para el Desarrollo (UCAB) y Gerencia Pública (IESA). Actualmente se desempaña como gerente de proyectos en Prodavinci.