Marcelino Bisbal
El optimismo es un deber. El futuro está abierto.
No está predeterminado. Nadie puede predecirlo, salvo por casualidad.
Todos nosotros contribuimos a determinarlo
por medio de lo que hacemos. Todos somos igualmente responsables
de aquello que sucederá.
Karl Poopper
SUMARIO
Desde el 27 de junio de 1965 se celebra en nuestro país el Día Nacional del Periodista. De esto hace ya 56 años. Esta fecha surge como un homenaje a la primera edición del Correo del Orinoco que el 27 de junio de 1818 salía al público de la época con su primera edición. En 1994 la Ley del Ejercicio del Periodismo ratifica al 27 de junio como el Día Nacional del Periodismo. ¿Qué podemos celebrar en este 2021 cuando el acoso a las comunicaciones a través de instrumentos legales bajo la figura de ley, sin enumerar los decretos y las resoluciones que se van formulando al paso de los acontecimientos, hacen del ejercicio del periodismo, de la libre expresión, y del trabajo de los medios, una tarea casi imposible de cumplir? Es cierto, estos tiempos son oscuros, pero aun así reivindicamos la función del periodista: expresar la realidad de los hechos desde la responsabilidad pública que él tiene con la verdad y el país.
La conjura de los necios
Busquemos el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE); es decir, el diccionario de la lengua. Según cuenta Gabriel García Márquez su abuelo le explicó –el escritor colombiano tenía apenas cinco años– que “este libro no solo lo sabe todo, sino que es el único que nunca se equivoca[…] Esto quiere decir que los diccionarios tienen que sostener el mundo”. Veamos entonces qué nos dice de estas dos palabras que componen el título del ensayo:
*Conjura: Del latín coniurare. Unirse mediante juramento o compromiso para un fin. Para conspirar contra alguien.
*Necios: Del latín nescius. Ignorante, imprudente o carente de razón o de lógica.
El título de nuestra conversación, más no una conferencia, lo hemos tomado de la novela póstuma del joven John Kennedy Toole. Este norteamericano, que no se sabía escritor pero quería serlo, contaba con 32 años cuando decidió quitarse la vida en 1969. A los 25 años había escrito La conjura de los necios (1962) y será en 1980 cuando se publique. Ganará el Premio Pulitzer en 1981. Se trata de un relato tragicómico en donde el personaje principal Ignatius J. Reilly no se encuentra a gusto con el mundo que le toca vivir, ni siquiera con la gente más cercana.
La conjura de los necios es un retrato de la vida, de sus miserias, del ser humano. Ignatius sueña con el mundo medieval, al extremo que llega a decir que:
Tras el período en el que el mundo occidental había gozado de orden, tranquilidad, unidad y unicidad con su Dios Verdadero y su Trinidad, aparecieron vientos de cambio que presagiaban malos tiempos. Un mal viento no trae nada bueno. Los años luminosos de Abelardo, Thomas Beckett y Everyman se convirtieron en escoria; la rueda de la Fortuna había atropellado a la Humanidad, aplastándole la clavícula, destrozándole el cráneo, retorciéndole el torso, taladrándole la pelvis, afligiendo su alma. Y la Humanidad, que tan alto había llegado, cayó muy bajo. Lo que antes se había consagrado al alma, se consagraba al comercio.
Se me ocurre pensar que John Kennedy Toole es Ignatius. Ambos querían ser escritores, de los grandes, con el único propósito de cambiar la realidad. Sin embargo, para ambos la realidad se impuso. La realidad pudo más.
Dirán ustedes y seguro se estarán preguntando ¿qué tiene que ver la realidad venezolana con lo que nos narra la novela? Hagamos entonces una analogía con el país. La conjura de los necios estaría cumpliendo hoy 41 años de haberse publicado. Nunca imaginó John Kennedy Toole que en la Venezuela de aquí y ahora estaríamos en presencia de una conspiración contra el ciudadano, contra el país entero. Una conspiración que ya lleva casi veintidós años. Seguramente Toole no conocía nuestro país, si acaso lo habría oído en alguna lección de geografía, o en una conversación , o en una lectura.
No es posible explicar tantos desaciertos que se suceden día a día desde el Gobierno, incluso desde el otro lado donde se dice que están las fuerzas democráticas que quieren cambiar esta realidad.
Hoy los venezolanos presenciamos y vivimos una escena social que nunca habíamos visto, al menos quien esto escribe. Vivimos un nuevo paisaje que las palabras no aciertan a significar. Ellas no pueden dar cuenta exacta del desastre, de la destrucción, del horror, en que está sumido el país. La historia venezolana en estas dos décadas ha sido prodigiosa en pasos de cangrejo como nos expresaría Umberto Eco. Y nos dirá de manera enfática, viendo, sufriendo y palpando la realidad que “[…] los tiempos son oscuros, las costumbres corruptas y hasta el derecho a la crítica, cuando no lo ahogan las medidas de censura, está expuesto al furor popular”.
El ambiente político, económico y social nos habla de un país devastado que nada tiene que ver con el país soñado por nuestros padres y abuelos. Así, una síntesis rápida de lo que es hoy Venezuela nos dice que, según cifras extraidas de la Encuesta Condiciones de Vida del Venezolano (Encovi,2019-2020) y resumidas por la página elucabista.com del 7 de julio de 2020:
>Venezuela ha adquirido condiciones más propias de países de Centroamérica, el Caribe y África en materia de pobreza y desnutrición. Venezuela se ubica como el país más pobre y el segundo más desigual de América Latina detrás de Brasil; pero cuando se juntan las variables inestabilidad política, PIB y pobreza extrema, Venezuela aparece en el segundo lugar de una lista de 12 países –que encabeza Nigeria y termina con Irán– seguida de Chad, Congo y Zimbabue.
>Apenas 3% de los hogares venezolanos no tiene ningún tipo de inseguridad alimentaria, mientras que 74% presenta inseguridad alimentaria moderada y severa, producto de una inflación anualizada de 3.356% a marzo y un ingreso promedio diario de 0,72 dólares. La caída del PIB entre 2013 y 2019 se calcula en 70%.
>Un 30% (639 mil) de los infantes menores de 5 años presenta desnutrición crónica (por talla o estatura) y 8% (166 mil) presenta desnutrición global por
indicador peso/edad.
>En el caso de la mortalidad infantil, el INE ha estimado una tasa para esta fecha de 12 por cada mil habitantes. Sin embargo, la ENCOVI registró una cifra de 26 por mil, diferencia de 14 puntos que ubica el registro en niveles similares a los de 1985-1990. Los nacidos entre 2015 y 2020 vivirán 3,7 años menos a lo previsto en las proyecciones oficiales, apunta el informe.
>Sobre la diáspora, el estudio precisa que 19% de los hogares reporta que al menos uno de sus integrantes emigró a otro país en el período 2014-2019, lo que equivale a 1.616.000 hogares. De los que partieron recientemente, la mitad (48%) está entre los 15 y 29 años. 82,8% de quienes abandonaron el país alegaron motivos laborales y apenas 1,3% mencionó razones políticas. Colombia, Perú y Chile, en ese orden, son los países que concentran la mayor cantidad de venezolanos. 96% de los emigrados (54% hombres) no ha regresado.
>El nivel de participación económica de Venezuela es de 56%, el más bajo de América Latina en todas las edades (15 a 60). Del 44% de la población inactiva, la mitad alega que atiende responsabilidades en el hogar. Entre 2014 y 2019, el porcentaje de trabajadores por cuenta propia subió de 31% a 45%, mientras el de asalariados se redujo de 62% a 46% Ha sido en servicios y comercio donde la población ha encontrado alguna forma de emplearse. Más de 80% trabaja en esta área.
>En el contexto regional, Venezuela tiene una cobertura educativa cercana a la de El Salvador o Colombia, distante de Argentina y Chile. En el caso de la educación media la meta está lejos de cumplirse, más de la mitad de la población más pobre no completa la secundaria, es decir, no consigue completar los 12 años de escolaridad que son necesarios para superar la pobreza.
El riesgo de exclusión se hace bastante mayor entre la población más pobre de 12 a 17 años, donde 27% se encuentra en situación de rezago educativo severo. De los 7 millones 863 mil niños, niñas y adolescentes entre los 3 y 17 años que están en el sistema educativo, 40% falta a clases “algunas veces” por: servicio de agua (23%), apagones (17%), falta comida en el hogar (16%), transporte (7%), faltan docentes (18%).Un 60% nunca falta.
La cobertura educativa cayó con más fuerza en población con edad entre 18 y 24 años. La asistencia escolar entre jóvenes de esas edades pasó de 48% en 2016 a 25% en 2019. Solo entre 2018 y 2019 se redujo 5%. Del grupo entre 18 y 24 años (3 millones 136 mil) no se educan unos 2 millones 282 mil jóvenes.
Estos son algunos pocos datos extraídos de la realidad que asfixia al ciudadano, al país entero. Y no hemos dicho nada del transfondo cultural que trae consigo toda esta crisis, este desplome del día a día; en fin, de nuestra cotidianidad. Que bien lo expresaba el periodista Ryszard Kapuściński: “La cultura se manifiesta más claramente en la vida cotidiana que en los golpes de Estado, por lo que creo que vale la pena observarla con atención”. O lo que nos decía el poeta Cadenas: “Solo en un sitio puede ser derrotada una sociedad: en el pecho de cada hombre”
La demolición de la República
No hemos dicho nada del escenario político e institucional que gobierna al país. Esto que llaman “proceso bolivariano” nos ofrece una nueva escena cuyo rasgo más característico es la presencia de un Gobierno con evidentes tintes militaristas y de corte totalitario.
Así, resumiendo de manera más que apretada, digamos entonces que la vida de los venezolanos del presente ha venido atravesando, desde 1999 hasta el momento, una serie de mutaciones-transformaciones políticas, sociales, culturales y económicas que han devenido en una pérdida de nuestra calidad de vida y en la confiscación y declive de la ciudadanía y de la esencia de la república. En la Venezuela de hoy, nuestro participar en las cosas públicas, nuestro derecho a informar y ser informados… ha sido vulnerado a lo largo de todos estos años por una ¿revolución? más militar que nunca. ¿El resultado? ruinas y escombros; desmoronamiento de la convivencia social; despojo de todo aquello que funciona; establecimiento e institucionalización del resentimiento social como forma de dirimir los problemas; resemantización de las palabras para significar cosas distintas a lo que ellas quieren expresar; la aparición del fundamentalismo, de la intolerancia y del rechazo ante el que piensa distinto al poder; destrucción del quehacer político y de la política como acción en la que los hombres, respetándose por lo que ellos son y por sus ideas, buscan conjuntamente su bien y el bien de los demás… y un largo etcétera que se nos ha venido imponiendo a lo largo de ya casi veintidós años.
Lo que hemos vivido en estos últimos años del actual proceso político es lo que el historiador Germán Carrera Damas ha llamado “la demolición de la república”. Es decir, el objetivo político ha sido, sigue siendo, acabar por todos los medios posibles –ya sean jurídicos o de fuerza– con la idea del Ágora griega. Porque la república es una forma de gobierno y Ágora es el foro para dirimir e intercambiar ideas de manera libre y abierta. Aquí nace la democracia como forma de gobierno y de organización social que se visibiliza, entre otros elementos, por la mediación que establece la libertad de expresión y asociación. Especialistas en el tema de política-poder-democracia nos apuntan que: “La democracia se ha convertido en la idea, y aparentemente la única idea, capaz de garantizar el legítimo ejercicio del poder político de finales del siglo XX” (John B. Thompson).
Leitmotiv
Llevamos ya en el terreno de las comunicaciones veintidós años repitiendo la misma idea, el mismo leitmotiv. El planteamiento central ante la libertad de expresión y el derecho a la comunicación/información tiene que ver con la consideración de la democracia como sistema político que implica pluralidad, diversidad ideológica y amplio espacio de libertades siempre que se respeten las leyes y normas emanadas desde el Estado como ente que representa a la sociedad en su conjunto, sin distingos de raza, religión y creencias ideológicas.
Desde esa formulación hemos venido repitiendo ante la opinión pública y el poder –sea este de la naturaleza que sea– que la libertad de comunicación, la libertad de expresión y, por consiguiente, el derecho a la comunicación e información, son connaturales a la propia democracia. Es decir, la democracia no puede ser una realidad tangible sin la existencia de medios de comunicación libres e independientes de cualquier forma de poder y especialmente de la autoridad gubernamental.
Hoy nadie discute, al menos en un grado representativo, que hablar y debatir sobre la democracia en un país, es hablar y discutir sobre la libertad de expresión. Existe una relación estrecha entre democracia y libertad de expresión. Se requiere de una verdadera democracia en el sentido que ella implica el desarrollo libre y autónomo de la ciudadanía, de la conformación de espacios públicos de acuerdo a los intereses de los ciudadanos y de la posibilidad real –sin el freno del gobierno en funciones de Estado o de intereses económicos– de ejercer los derechos del hombre para el pleno ejercicio de la libertad de expresión. Esto significa que el derecho a la libertad de expresión implica la posibilidad de ejercer los demás derechos del hombre porque la información hoy, dentro de este mundo globalizado y mundializado culturalmente, se ha convertido en el polo alrededor del cual se organiza gran parte de la vida pública y por tanto de la ciudadanía del presente. Digámoslo de forma conclusiva: la discusión sobre los medios, sobre la libertad de expresión y el derecho a la información se vuelve, obligatoriamente, un debate sobre la democracia. Ya lo expresaba el colombiano Germán Rey cuando decía que “la comunicación es central para un rediseño de la vida democrática”. Lo apuntaba también el periodista colombiano Darío Restrepo al formular tres principios que son importantes a tener en cuenta frente a a este Gobierno: –Criticar al Estado y sus funcionarios es el significado central de la libertad de expresión; -La libertad de expresión nos define la calidad del sistema democrático: la libertad de expresión es la cancha donde se está jugando la democracia y; -En una sociedad democrática hay pocos derechos tan importantes como el de la libre expresión.
¿A qué viene una vez más este planteamiento? El proyecto político que gobierna al país tiene una idea fija sobre el mundo de las comunicaciones que raya en el delirio alucinante de suprimir, por todos los medios posibles, la libertad de comunicar a la que tiene derecho todo ciudadano, la de usurpar espacios importantes de privacidad, la de vigilar (nos) al estilo del Gran Hermano descrito por Orwell, la de controlar y manipular las formas de expresión… La excusa es la tan nombrada seguridad de Estado y/o del pueblo al que hay que proteger cual ente minusválido. Se cree desde el Gobierno, y de ahí la idea de la apercepción o ilusión, que es preferible perder grados importantes de libertad para ganar una supuesta seguridad. No estamos hablando de la seguridad de los ciudadanos, sino la seguridad del poder establecido que no acepta ningún tipo de adversario que haga oposición a sus políticas.
Resignificación del país
El ejercicio periodístico no puede apartarse del contexto donde se ejerce, y mucho menos puede desligarse del funcionamiento de la democracia. Ya nos lo decía muy claramente el sociólogo chileno José Joaquín Brunner: “Existe una conexión profunda entre el sistema político prevaleciente en una sociedad determinada y el régimen comunicativo que aquél en parte condiciona y al cual necesita para subsistir”. Lo expresa también muy bien Antonio Pasquali cuando nos dice que hay que entender que la comunicación es la piedra fundacional de todo lo que estamos pensando y haciendo: “No es la polis la que crea un modelo de comunicación, es la comunicación la que crea sociedad. Entes incomunicados no pueden formar estructura social”.
Así se puede comprender cómo el proceso político que gobierna y somete al país se ha dado a la tarea de desmontar, de asaltar al sistema comunicativo que nos era conocido hasta 1999, e implantar un nuevo paisaje comunicacional y un nuevo orden comunicacional como ha pregonado el régimen.
Lo que hemos vivido en este tramo de la historia comunicacional venezolana es una resignificación no solo del periodismo, sino de las comunicaciones en general. Pero esta resignificación también es similar a la que ha ocurrido en los otros sectores de la vida del país: la economía, la educación, los gremios, lo militar, la política en general, la cultura y el deporte… Así, el Gobierno tiene claridad sobre la importancia estratégica de los medios de comunicación y desde esa idea el campo de las comunicaciones es un lugar de la política.
Agenda hegemón
El contexto legislativo en el que se mueven los medios, tanto los tradicionales (prensa, radio y televisión) como los nuevos medios –que dan origen y sentido al actual ecosistema comunicativo donde lo digital se ha impuesto como determinante en la vida del presente– hace que la libertad de las comunicaciones (libertad de código, de canales y medios, de fuentes, de mensajes y de públicos) sea una tarea de no fácil cumplimiento y concreción. Todo el marco jurídico impuesto para la comunicación e información deprime, en muchos casos anula, la libertad de comunicar que no es más que las posibilidades de expresión y de comunicación de la sociedad, de los ciudadanos. Con razón se dice, en el campo de los derechos humanos, que el derecho a la comunicación es totalizante, que engloba a los demás derechos y es central para la vida democrática de un país. La Unesco, en 1978 asumía este principio al puntualizar que: “La información es un componente fundamental de la democracia y constituye un derecho del hombre, de carácter primordial en la medida en que el Derecho a la Información valoriza y permite el ejercicio de los demás derechos”.
No hay país de la región que cuente con tanta jurisprudencia que regule de manera directa e indirecta al sector de las comunicaciones como el nuestro:
–Ley orgánica de telecomunicaciones (reformada en 2010).
–Ley de responsabilidad social en radio, televisión y medios electrónicos (se reformula en 2010 para incluir a los medios electrónicos: Internet).
–Ley orgánica para la protección de niños, niñas y adolescentes (LOPNA) (con dos reformas, una en 2009 y otra en 2015).
–Código penal (reformado en 2005).
–Ley orgánica de contraloría social (esta ley reproduce la llamada Ley del sistema nacional de inteligencia y contrainteligencia que se conoció como la “ley sapo”, retirada al mes de su promulgación).
-La Ley constitucional contra el odio o por la convivencia pacífica y la tolerancia (puesta en práctica a partir de los sucesos de 2017. Se le conoce también como la “ley contra el odio”).
Estos instrumentos legales bajo la figura de ley, sin enumerar los decretos y las resoluciones que se van formulando al paso de los acontecimientos, hacen del ejercicio del periodismo, de la libre expresión y del trabajo de los medios, una tarea casi imposible de cumplir. La censura, el hostigamiento tanto verbal como judicial, la intimidación, la intromisión en la generación de contenidos, la expropiación de medios y de equipos, la autocensura, la agresión-amenaza-ataque, las restricciones tanto legales como administrativas, las detenciones e inclusive la muerte mientras se busca o se cubre la información, impiden el ejercicio de la libertad de comunicar en todos los espacios de la sociedad y disminuye las opciones informativas.
Este es el panorama de la Venezuela del presente en el campo de la libertad de expresión y en el trabajo de los periodistas y los medios. Este contexto ha tenido incidencias en las capacidades de emitir y recibir de los ciudadanos.
En tal sentido, ya para terminar, quisiera traer un cita extensa, pero esclarecedora, de lo que ha significado y cuál ha sido el resultado en el mundo comunicacional venezolano de la existencia de estos desiertos informativos según la referencia de una de las investigaciones del Instituto de Prensa y Sociedad-Venezuela (IPYS-Venezuela) de nuestro investigador, fallecido recientemente, Antonio Pasquali y que aparece en su último libro La devastación chavista. Transporte y comunicaciones (2017). Nos dice Antonio:
[…] porque varias generaciones de pensadores del siglo XX lograron evidenciar el rol ontológicamente fecundante de las comunicaciones en la conformación de las estructuras sociales humanas. Para nosotros es ya verdad apodíctica que entes incomunicados, que no saben uno del otro, no pueden congregarse en estructuras de humana convivencia, en polis, porque ello requiere de previas capacidades comunicantes, una verdad ya entrevista hace veinticinco siglos por un Demócrito que asignaba a la preexistencia de lenguajes la posibilidad de socializar. Ese axioma fundamenta un corolario altamente revelador y, hoy, de enorme actualidad para nosotros: si comunicar es socializar, reconocer la existencia del otro y desear con-vivir con él tolerando sus diferencias, todo intento deliberado y planificado de incomunicar, producirá entonces, siempre y necesariamente, efectos de-socializantes […] y deshumanizantes (un negar al otro, el supremo crimen anti-humanista, decía Simone Weil), de lo cual se infiere que: limitar, modificar, confiscar, regimentar o conculcar fuera del contrato social, por coacción, nuestra natural propensión a emitir y recibir mensajes en toda libertad, es un atropello social y político de suprema gravedad, porque desfigura y entraba la base misma de mi posibilidad y manera de convivir con el otro, el comunicar. Así, modos de comunicar y formas de convivir son interdependientes; una comunicación autoritaria up-down genera sociedades sumisas, una comunicación bidireccional y dialogal, sociedades abiertas y democráticas. Intervenciones en códigos, canales, contenidos, soportes, emisiores y destinatarios del libre comunicar, cuando no legitimadas y consensuadas por democrático convenio, siempre generan control, manipulación, avasallamiento, persuasión/intoxicación o esclavitud.
Para la libertad
Sirvan estas líneas para recordar este nuevo 27 de junio… a pesar de todo lo que hemos vivido en el campo de la libertad de expresión y la libertad de comunicación. Recordemos, una vez más, que en una sociedad democrática hay pocos derechos tan importantes como el de la libre expresión. En tal sentido, el actual régimen que nos gobierna ha demostrado, a lo largo del tiempo, que le tiene miedo a los medios. Es, como dice el escritor Arturo Pérez Reverte:
[…] miedo del poderoso a perder influencia, el privilegio. Miedo a perder la impunidad. A verse enfrentado públicamente a sus contradicciones, a sus manejos, a sus ambiciones, a sus incumplimientos, a sus mentiras, a sus delitos. Sin ese miedo, todo poder se vuelve tiranía. Y el único medio que el mundo actual posee para mantener a los poderosos a raya, para conservarlos en los márgenes de ese saludable miedo, es una prensa libre, lúcida, culta, eficaz, independiente. Sin ese contrapoder, la libertad, la democracia, la decencia, son imposibles.
Así, hoy queremos decirle a nuestros colegas, muchos han sido mis discípulos, que no renuncien a lo que Juan Luis Cebrián apuntaba en el 2011 en la entrega de los premios Ortega y Gasset de España: “[…] valentía de perseguir la verdad sin temor a las presiones; fidelidad a los mejores valores del oficio e independencia y libertad de pensamiento”.
Nota: Este ensayo contiene textos aparecidos en otros artículos y textos publicados en fechas distintas por el autor. Se desarrolla a partir de la integración de trabajos previos, recientes y actualización de datos e ideas. El mismo fue presentado el 30 de junio con motivo del Día del Periodista y por invitación de la organización Expresión Libre.
Marcelino Bisbal
Licenciado en Comunicación Social. Fue director de la Escuela de Comunicación Social de la UCV. Profesor titular de la UCV. Actualmente es director de AB ediciones de la UCAB y forma parte del Consejo de Redacción de la revista Comunicación.