Luis Carlos Díaz
SUMARIO
Es la propia voz de Luis Carlos Díaz, de 36 años de edad y periodista, la que nos narra cómo fue detenido el lunes 11 de marzo de 2019 por la tarde. La policía política –el Sebin– del régimen fue la encargada de llevar a cabo la detención. Pero Luis Carlos ya había sufrido varios días de hostigamiento por el supuesto sabotaje a la electricidad del país. El mismo presidente Nicolás Maduro, ese mismo lunes, en alocución pública llegó a decir que se había detenido a dos personas por el apagón. Seguramente una de esas dos personas era Luis Carlos Díaz. Según afirmó en un comunicado la ONG Provea, los funcionarios afirmaron que el arresto se debía a “delitos informáticos”. La detención duró unas treinta horas y al final, Luis Carlos volvió a ver la luz… Y como él mismo nos dice: “Después de eso fue que me devolvieron a mi gente para ver la luz volver”. Esta es su historia.
El sueño que más veces he tenido en la vida es que soy ciego. Algunas personas vuelan, a otros se les caen los dientes y otros recrean sus mayores miedos o deseos. Mi sueño repetido es que soy ciego. Son sueños en los que escucho, toco, camino y hablo. Con el tiempo aprendí a no tropezar y llevarlo con calma. Soñar sin ver desde hace años no es desesperante. Solo es una historia distinta.
Lo que jamás imaginé era que esos años de entrenamiento me servirían para estar encapuchado más de ocho horas en un centro clandestino de tortura, para dosificar el horror y llevar con calma impostada el peor momento de mi vida. Estuve en la oscuridad dentro de la oscuridad. Como salí vivo de allí, te lo comparto. Enciende una vela o la luz del teléfono y acompáñame.
Un apagón
El lunes 11 de marzo de 2019 los venezolanos estábamos cumpliendo cuatro días de apagón nacional. En mi casa el asunto era un poco más complicado que eso. Nosotros ya teníamos siete meses confinados, por la operación y el proceso de quimioterapia de mi esposa, Naky Soto, que atravesó un cáncer de mama. Debíamos extremar todos los cuidados, desde los medicamentos y la comida hasta las rutinas de trabajo para no dejar de producir. Hablamos de la Venezuela de esos años, con fortísimos controles económicos. Eran crueles y estaban diseñados para exacerbar la crisis. En ese momento tener y transar en divisas era ilegal, había una escasez brutal de alimentos y medicinas por decisión política, y desde 2017 atravesábamos una hiperinflación que empobreció al país. En ese contexto difícil, en paralelo, lidiábamos con un cáncer y un corte de gas, de dos semanas, que nos hizo depender de unas hornillas eléctricas.
Esa era nuestra situación cuando se fue la luz en todo el país desde la tarde del 7 de marzo. Dosificamos nuestras raciones, nos preparamos para la incertidumbre y conseguimos algo de conexión y datos en los teléfonos celulares. Lo suficiente como para ver que el 8 y 9 de marzo se publicó un tweet en la cuenta del programa “Con el mazo dando” en el que me vinculaban a mí directamente con la falla eléctrica que mantenía al país apagado. En el video se me señalaba como “influencer fascistoide” y era una manipulación bastante burda de un video que había publicado el 26 de febrero en YouTube en el que hablaba sobre los cortes de Internet hechos por el Estado: los blackouts informativos. Esa es una de mis áreas de especialidad y en Venezuela he denunciado bloqueos digitales desde el año 2010 e incluso un blackout informativo, un corte total de Internet, la noche de las elecciones presidenciales de 2013. Así que hablar de esas posibilidades es real porque ya ha pasado. Quienes tomaron ese video lo editaron y lo manipularon para decir que yo sabía que iba a ocurrir un “blackout eléctrico” y que eso me conectaba con el apagón nacional porque incluso “lo promoví”. El video manipulado no solo se publicó en esa cuenta sino también en la de varios líderes políticos del chavismo, en la oficial del partido PSUV, el canal VTV, e incluso fue emitido por esa televisora el 9 de marzo en una edición especial del programa “Zurda Konducta”, con Diosdado Cabello como invitado, que casi nadie vio porque el país seguía apagado.
De esa forma la mentira que me incriminaba se convertía en verdad oficial. Sin embargo, estábamos en casa resolviendo nuestras complicaciones y no podíamos hacer mucho porque dentro de la emergencia, nosotros ya teníamos las nuestras.
La radio: la plaza pública
El lunes 11 de marzo fui a la sede de Unión Radio, mi lugar de trabajo, a ponerme a la orden para lo que hiciera falta y de paso cargar mis teléfonos y computadoras porque ese lugar contaba con una planta eléctrica. Mi situación en la radio era especial. Hacía menos de un mes, el 15 de febrero (día de mi cumpleaños) habíamos salido al aire por última vez en el espacio que fue de César Miguel Rondón por 29 años. Él había dejado de emitir el 23 de enero de ese mismo año y ya realizaba su programa en el exilio desde 2017. Logramos mantener una sincronía de maquinaria de relojería e hicimos buena radio, pero fuimos sufriendo el veto de secciones, entrevistados y temas hasta que no se pudo más. Es decir: habíamos vivido la censura y la presión del Estado rebanada a rebanada, hasta que nos silenciaron por completo.
fortuna puedo cumplir tanto el rol de periodista y ser un ancla, como el de fuente y ser entrevistado. Ese día era importante explicarle a la gente cómo conectarse a Internet, rendir datos y comunicarse con el mundo. Fue lo que hice a lo largo del día en casi todos los programas en casi todas las emisoras, por eso mucha gente me escuchó ese día o me vio en la radio. Unión Radio tiene cinco emisoras radiales, un canal de TV con señal nacional e internacional y además varias plataformas digitales. Ese día, más que nunca, la radio fue una plaza pública. En la tarde, la directiva de UR me ofreció encargarme de un operativo especial para reportarle al país, a lo largo de la noche, qué zonas iban recuperando electricidad y qué incidencias se reportaban. Teníamos la plataforma comunicacional privada con mayor alcance en Venezuela, así que era nuestra responsabilidad. Mi guardia empezaría a las 9 p.m. y estuve en La Mega en una entrevista hasta las 5:30 p.m. Me daba tiempo de ir a casa a bañarme, cambiarme de ropa y volver. La radio mandaría un taxi a buscarme porque tenía años yendo en bicicleta al trabajo y en la noche iba a ser imposible. Gracias a estar en la radio me vio mucha, muchísima gente, incluido el documentalista Sergio Monsalve, que me grabó una entrevista minutos antes de desaparecer. A esa guardia nocturna nunca llegué.
Un lugar oscuro
Salí de la radio en bicicleta. Mi método era bajar con ella a pie hasta la avenida plana porque no tenía frenos y entre la quimio y el periodo especial del chavismo, no conseguía repuestos. Así de sencillo y así de humilde. En la avenida Los Chaguaramos, donde está el Centro Comercial San Ignacio, me subí a la bicicleta y conduje hacia los campos de golf del Country Club, que es la mejor ruta para caer en la avenida Libertador de Caracas. Ya en ese momento me seguían dos camionetas grises sin placa, pero de eso solo me di cuenta después. En la zona de las embajadas de Corea y Suiza, cuando ya no había nadie alrededor, las camionetas aceleraron, me embistieron y traté de huir pedaleando, pero una de las camionetas me trancó el paso y me hizo chocar contra ella. Allí un funcionario se bajó y me tomó por el brazo a la fuerza, hiriéndome. Fue una persecución y una emboscada, con todas las notas de un secuestro. Pero eso en lenguaje de derechos humanos es una detención arbitraria. Eran dos camionetas con más de una decena de funcionarios armados. Uno de ellos se presentó como parte del Sebin y sin mostrar una orden de detención me obligó a subir a una de las camionetas. Exigí que en la otra se llevaran mi bicicleta.
En la camioneta me impidieron llamar por teléfono y me obligaron a apagar todo lo que tuviese. Me dijeron que iba a una entrevista. Les dije que podía negarme y que debía estar en la radio esa misma noche. Me aclararon que no podía negarme. Allí supe que estaba detenido sin orden de captura ni nada. Me dijeron que me estaban escuchando en La Mega y me esperaban afuera de la emisora. Luego me obligaron a cubrirme la cabeza. Allí empezó la ceguera.
Desde ese momento, alrededor de las 6 p.m., hasta las 2 de la mañana del 12 de marzo, estuve encapuchado. El jefe de la operación dijo textualmente que debían taparme porque me iban a llevar a un lugar que “no podía saber dónde quedaba”. Meses antes mi esposa y yo grabamos un material para la organización Provea que era un kit de emergencia en derechos humanos y qué hacer ante las violaciones. Ese material del que tenía guiones y que grabé con mi voz, me sirvió para hacer mi propia lista de irregularidades. Ir a un paradero desconocido y sin derecho a comunicarme con mi esposa entendí que era una desaparición forzosa y más tarde supe que era en un centro de detención clandestino.
Tiempo después un jefe del Sebin declaró en medios de comunicación que me retuvieron en una “casa segura”. Es el eufemismo revolucionario para los centros de tortura regados por la ciudad.
A Naky también la iban a apresar. Me pidieron la dirección de mi casa y se las di con errores. Cuando me corrigieron molestos supe que ya la tenían y que venían por ambos. Argumenté que mi esposa estaba en tratamiento médico y tras unas llamadas a los superiores, decidieron no parar en mi casa.
Soy ciclista. O era ciclista, ya no sé. Conozco la textura y los movimientos de algunas vías. Encapuchado y viviendo una pesadilla, supe que bajamos por la calle de “Los Estadios”, en la UCV. Esa bajada y la ruta siguiente me indicó que no estaba ni en el Sebin de Plaza Venezuela ni en la sede de El Helicoide.
En el centro clandestino fui sometido a maltratos para entregar las contraseñas de mis equipos electrónicos. No había nada importante en ellos, pero su orden era buscar cualquier cosa para incriminarme y además intimidarme. Los funcionarios fueron groseros y abusaron diciendo que debía colaborar “por las buenas o por las malas”. En paralelo se robaban cosas de mi bolso, incluída mi comida. Constantemente decían que pronto vendría “El jefe” a encargarse de mí. Se referían al torturador.
Fui llevado a la fuerza a una habitación. En algún momento se me movió la capucha y pude ver que era una suerte de oficina vieja, azul, con algunos mobiliarios arrinconados, una colchoneta, una litera, un afiche de Hugo Chávez y poco más. Fui sentado en una silla en medio de la habitación. Cuando entró el jefe dijo que a partir de ese momento estaba “en manos de la DGCIM” y que mi vida dependía de lo que respondiera en adelante.
En el quinto día del apagón, querían obligarme a grabar un video en el que dijera que yo lo había provocado. Luego cambiaron su propio guion y querían que dijera que vendí información sobre el sistema eléctrico a gobiernos extranjeros para que ellos lo sabotearan. Fueron alrededor de cinco o seis horas de distintos métodos de tortura física y psicológica para quebrarme y lograr su misión.
Recordé en todo momento a otras víctimas de tortura y prisioneros políticos que había entrevistado. Recordé también que si mantenía la calma y escuchaba bien podía guardar detalles de todo. Para que tengan una idea: en la primera declaración que di a una ONG sobre mi caso, tardé una hora describiendo las cosas que ocurrieron solo en la primera hora de detención. El relato completo puede ser tan amplio que no quepa en esta publicación. Por fortuna ha habido apoyo psicológico y también documentación de distintas organizaciones como Amnistía Internacional, la Organización Mundial Contra la Tortura, Cofavic, algunas embajadas, la Misión Independiente de Determinación de los Hechos de la ONU, mis abogados defensores de Espacio Público, entre otros. Algunos detalles siguen en reserva para cuando haya algún tribunal que pueda hacer justicia.
Las cosas que se pueden contar son asquerosidades como usar la salud de mi esposa para torturarme: decirme que ya la tenían detenida, como a mí, que no le darían sus medicinas, que se moriría esposada en el Hospital Militar y que todo eso le iba a ocurrir por mi culpa. También dijeron que nos iban a acusar de homicidio. Que había un cadáver en nuestra casa que nos iban a sembrar para dejarnos presos. Les pregunté que cómo iban a subir el cadáver doce pisos sin ascensor para dejarlo en la casa. No les gustó el reto y me golpearon varias veces.
Físicamente fueron por puntos vitales de mi cuerpo con herramientas de tortura, como lo que dijeron que era un taladro. También usaron mi casco de ciclista para ponerlo sobre la capucha y golpearme hasta dejarme aturdido. Con la capucha me asfixiaron. También amenazaron con quebrarme partes del cuerpo, ponerme la cabeza dentro de una bolsa con insecticida y usar electricidad. Todo frente a un retrato de Chávez y además en su nombre, porque también hablaron de política.
Una de las mentiras que querían obligarme a decir en el video es que me habían pagado 100 mil dólares en efectivo para sabotear el Guri. No solo me acusaron de recibir ese dinero sino que me dijeron que me habían capturado con él. Acto seguido me levantaron la capucha para mostrarme que sobre las piernas me estaban poniendo la paca de dinero más grande que he visto en mi vida. Eran dólares envueltos en plástico. Alcancé a decir que era más grande que el morral con el que me detuvieron… e incluso, que con un solo billete hubiese pagado una bicicleta nueva que sí tuviese frenos. Tampoco les gustó y me golpearon. Fui golpeado varias veces de forma azarosa mientras me daban vueltas. Todo esto es una pequeña parte, y no la más grave, de todo lo que ocurrió. La tarea de los torturadores es intimidar y quebrar. Esto lo intentaron de muchas maneras varias voces distintas. Fueron horas largas de separar el cuerpo de la mente, de estar atento a ciegas de cada cosa que ocurriera y en paralelo pensar cómo estaba mi esposa y quién le diría a la radio que no iba a llegar. Seguro había más personas en esa habitación y probablemente había alguna cámara, pero no tengo certeza.
Volver a la luz
Pasadas las horas me hicieron escuchar dos audios mientras se burlaban. En uno, los locutores de Unión Radio, quienes asumieron mi guardia de emergencia, pedían información sobre mí. En el otro Nicolás Maduro decía en medios que ya tenían a los culpables del apagón y que habían confesado todo. Yo estaba aún tirado en paradero desconocido, siendo la persona más vulnerable posible, pero me di cuenta de dos cosas: la primera es que me estaban buscando y la segunda es que Maduro no dijo mi nombre. Entonces los torturadores fueron aún más agresivos. Necesitaban su video y yo no se los había dado. Mi forma de no quebrarme fue repetir que si querían que grabara algo, tenían que armar una historia coherente. Si no, la gente no me iba a creer. Luego dijeron que como no les había sido útil iba a ser asesinado. Describieron con detalles los métodos que habían aplicado para asesinar a otras personas y cómo me lo harían a mí, y que allí sí grabarían el video para mostrárselo a mi esposa. Poco después me dejaron tirado en el piso y se fueron prometiendo volver para matarme. No sé cuánto se estiran el tiempo y el frío cuando estás condenado a muerte, pero esperé allí hasta que a las 2 a.m. me quitaron la capucha y había dieciséis funcionarios del Sebin a mi alrededor. Estaban uniformados, armados y con carnets. Me obligaron a firmar un documento borroso en el que declaraba que había sido bien tratado. Sí, tras una sesión de horas en un cuarto de tortura. Creerían que eso los libraría de alguna responsabilidad. Ahí me dijeron que irían a allanar mi casa.
En la sesión de tortura me preguntaron por el dinero que teníamos. Bajo presión les dije que teníamos el dinero de la segunda parte del tratamiento de mi esposa, en efectivo. En el allanamiento incautaron todos nuestros equipos electrónicos y se robaron ese dinero. Sabían exactamente dónde buscarlo y para qué lo necesitábamos. Luego me dejaron en el Helicoide en una celda con orine, heces, restos de comida y la goma espuma más mugrienta que se puedan imaginar. Las paredes tenían centenares de mensajes de otros presos. Las borraron horas después cuando la comisión de la ONU que visitaba el país dijo que iría al Helicoide a verme, y pintaron todo de forma apurada.
Cosas que me perdí
La campaña de mi esposa y centenares de miles de personas preguntando por mi paradero, con tendencias posicionadas en Twitter en doce países distintos. Las protestas en Fiscalía, en la panadería de Charallave frente a la casa donde me crié, de mis compañeros de Unión Radio en la plaza La Castellana, de los periodistas y exiliados en Madrid y en muchos otros lugares. Mis padres declarando con aplomo en medios españoles. Las llamadas y mensajes de amigos que tienen o tenían hasta ese día algún nexo con el chavismo, para reclamarles la injusticia. Los reclamos en mi nombre en el Parlamento Europeo y otros espacios diplomáticos. El tweet de Bachelet. Los boletines de los amigos de Radio Fe y Alegría, el Servicio de Información Pública y muchos tuiteros. Los medios en varios países para los que reporté gratis durante las protestas de 2017, diciendo que era parte de ellos. El think tank más talentoso del país, reunido en la sala de mi casa durante la madrugada para no dejar sola a Naky, para no abandonar una casa recién allanada y robada, para que el miedo de una noche horrible pesara menos. Todo eso me lo perdí, pero a todos juntos les debo mi libertad. La parte más hermosa de estos tres años ha sido escuchar el cuento de cada persona sobre qué estaba haciendo ese día, cómo se enteró y qué hizo después. Es su propio hito porque fue su propia victoria. Y eso solo se corresponde trabajando más para que no vuelva a pasar.
Vivo con la certeza de que no estoy vacunado contra el terrorismo de Estado. Si me vuelven a agarrar, no me dejarían con vida. Como me dijo un funcionario: montaríamos una escena en la que te resististe a un robo. Así el sicariato se diluye en inseguridad.
Los tres años posteriores a la excarcelación tuve que presentarme en tribunales, me cambiaron el juez como cinco veces, me impidieron viajar para trabajar o ver a mi familia. Tampoco pude volver a tener un programa propio en la radio por tener un procedimiento abierto. Me hicieron perder dinero, trabajos y contactos. Además: me impidieron a mí y a mis abogados declarar sobre mi caso, bajo amenaza de encarcelarme a mí y a mi esposa. Su operación se retrasó un año. Nos costó, pero nos hemos ido recuperando de nuestras heridas. Los amigos no han faltado.
Al salir de prisión, treinta horas después de mi detención, vi cómo borraban la pizarra de El Helicoide y quitaban la cifra de 148 presos. Sin mí, quedarían 147 incluidos los detenidos que me ayudaron en esa coyuntura. Después de eso fue que me devolvieron a mi gente para ver la luz volver.
Luis Carlos Díaz
Ciberactivista de derechos humanos y comunicador social.