León Hernández
SUMARIO
En el presente artículo se ofrece una reflexión sobre algunos contextos en los cuales, a pesar de la intención de acallar y los métodos sistemáticos para perseguir a la crítica y a la disidencia, se produjo una fuga de ideas o un hecho comunicacional que supera con éxito los intentos por acallar la voz alterna a la esfera de poder.
A modo de introducción
A continuación se presentarán modalidades de evasión de censura en regímenes dictatoriales. De igual manera, ofrecemos un breve ejercicio de presentación de elusiones de censura, sin distinción, esto es: citaremos episodios de distintos momentos de la historia, sin excluir protagonistas ni regímenes por conveniencia ideológica. Se parte de una postura sencilla y práctica para responder al cómo escapar del censor, entendido como todo aquel que de manera parcial silencia lo que no conviene al poder en ejercicio.
Para ello, se parte de un concepto de censura, sencillo, empleado por el catedrático de la lengua española, José Portolés, quien, basado en desarrollos sobre el tema ideológico, lo delinea así, en su artículo “Evitar la censura, análisis pragmático”:
La censura es una reacción ante un mensaje que amenaza la ideología del censor. […] Quien censura comprende un mensaje como una amenaza para su ideología. Esta amenaza es la que justificaría la acción censoria, que generalmente constituye una prohibición y también, en muchas ocasiones, un castigo. (Portolés, 2013)
Se verán contradicciones, entre estas, cómo en las décadas de los sesenta, setenta y ochenta, los exponentes culturales de países con gobiernos considerados revolucionarios reclamaron libertad de expresión en mensajes de exportación a otros territorios, sin dar cuenta de las fallas en materia de libertad de expresión en sus propios ámbitos. Es decir, lo que era visto como evasión de la censura en las dictaduras consideradas de derecha, tales como canciones y narrativas que provenían de exponentes culturales de regímenes de izquierda, obviaban la censura propia de estos últimos y sus métodos de elusión, que incluyeron el pronunciarse desde el destierro, entre otras vías.
La música clandestina y el decir sin decir
La fábula de Esopo, una con la cual este fabulista griego habría hecho alusión al gobierno de Pisístrato (560 antes de J.C.) habla de otro tipo de estratagema para eludir la censura, uno que deja percibir a los receptores, críticos y adeptos al gobierno, ciertos mensajes a través de metáforas, sin producir reacciones en el poder. (Patterson, 1984: p. 45). Decir y no decir.
En ese decir y no decir, hay una historia mítica de la visita de Carlos Gardel a Venezuela, en tiempos de dictadura de Juan Vicente Gómez, y su “chito”, habitual en las comunicaciones del país. El artista internacional llegó a La Guaira el 25 de abril y tomó el tren a Caracas. Juan Vicente Gómez invitó a Gardel para que le cantara en el “Hotel Jardín” de Maracay, donde acompañado por sus tres guitarristas interpretó siete temas, incluyendo Pobre gallo bataraz “Pobre gallo bataraz / se te está abriendo el pellejo / ya ni pa’dar un consejo / como dicen te encontrás / porque estás enclenque y viejo / pobre gallo bataraz”. El mandatario no puso reserva alguna y dio a Gardel 10.000 bolívares, de aquel entonces.
Un sello distintivo en el caso de la censura de Chile, durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1986), fue el uso de la música. Laura Jordán (2009) analiza el papel de la música en la clandestinidad vivida durante el citado régimen militar, y enfatiza en el método para hacerla circular: el casete. Indica que la música del casete, reproducido y empleado para eludir la censura, era el recurso ante la Política Cultural del Gobierno de Chile de 1975, documento que se proponía, entre otros aspectos, crear ‘anticuerpos’ contra el marxismo para “… extirpar de raíz y para siempre los focos de infección que se desarrollaron y puedan desarrollarse sobre el cuerpo moral de nuestra patria”.
Jordán explora testimonios sobre las restricciones aplicadas en Chile para eliminar la producción, circulación y difusión de ciertas músicas, relatando, incluso, las medidas de destrucción de instrumentos provenientes de la cultura andina en la nación austral, identificados con lo que llamaban “la canción social”. Es entonces cuando músicos de Chile entraron en la clandestinidad, mientras que algunos tuvieron que exiliarse por ser oficialmente identificados como izquierdistas. Recuerda la autora el caso de Víctor Jara, ejecutado por las fuerzas del orden.
En ocasiones, los músicos lograron organizar hasta festivales, cuya existencia fue considerada inocua, para introducir en ellos figuras de la resistencia y expresar el descontento y la protesta. Incluso el Festival de Viña del Mar incorpora a algunos artistas con contenidos considerados como poco convenientes para el gobierno de Pinochet.
Cuando la censura en la nación austral arreció, ya no de forma intermitente, el casete pirateado de forma casera surgió como mecanismo de elusión de censura. La imposición de listas negras, con las cuales se restringió la producción de ciertos discos considerados de izquierda, fue saltada por el mano en mano de casetes producidos con ayuda del avance tecnológico del momento: la grabadora de cintas, con el cual los casetes pasaban de mano en mano, regrabándose una y otra vez. Así se conocieron temas de Violeta Parra, Víctor Jara y Silvio Rodríguez, entre otros, que estimulaban realidades discordantes al gobierno de Pinochet (Jordán, 2009).
Los contenidos alcanzaron proselitismo político con apoyo de células de toldas de corte comunista, mientras que las narrativas más moderadas, que apelaban al “decir sin decir”, de Esopo, circularon con menor restricción.
El método para saltar la censura, entonces, estaba ligado –al menos en el caso chileno– a lo artístico. La producción musical, para estos círculos, tenía militancia.
La producción de grabaciones militantes establece una línea de fuga para la comprensión de la adaptación que la música sufre durante la dictadura, pues aquí ella sobrepasa una otorgada función artística para someterse por completo a las dinámicas de la lucha política. (Jordán, 2009: p. 95)
Contradictorio que mientras en Chile era perseguida la música de cantores cubanos que hablaban de una libertad que había nacido sin dueño, como reza una de las canciones de Silvio Rodríguez, en la isla se aplicaran similares presidios para acallar a la disidencia en nombre de la llamada revolución.
Los libros en Argentina durante la dictadura militar
El igual que en Chile, las canciones de protesta se escurrían en Argentina, donde también fueron censurados libros. Pero, gracias a las habilidades de los libreros, se documentaron casos de textos que también escaparon de la férrea censura, pese a que transportaban ideas polémicas para la dictadura militar.
Se recuerda el emblemático caso de la librería Hernández, creada en 1956 y que sobrevive aún en el presente, recinto que supo ganarse el respeto de docentes, estudiantes y eruditos de toda ideología, dado el valor que presentó en tiempos de dictadura su creador fundador, el librero y editor Damián Carlos Hernández, quien ocultó y permitió el acceso de textos proscritos por la dictadura, en el sótano de la sede editorial, ubicado en la avenida Corrientes de Buenos Aires.
Testimonio de ello lo ofrece Horacio Paglione, más conocido como Horacio Tarcus, doctor en Historia por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y director del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en la Argentina (CeDInCI/UNSAM), en una entrevista que ofreció en 2018 a Elena Vinelli y a Andrea Vilariño.
Según este experto, en la Argentina de los años 70 los libreros, renuentes a echar a la basura los libros sobre marxismo y pensamiento existencialista que eran objeto de sanciones y confiscaciones, solían esconderlos, cambiarlos de estanterías, venderlos o regalarlos de manera clandestina, incluso en grandes volúmenes. Recuerda que incluso algunos policías, una vez incautaban textos, los vendían para lucrarse. Una empleada de Hernández bajaba frecuentemente al sótano y esto lo aprovechaba para tomar, algunas veces de regalo, textos que compartía con sus amigos, con quienes, recuerda, llegó a sepultar algunos libros de Marx y Lenin, para esconderlos de las autoridades.
Hernández, que era un tipo muy particular, tenía arreglos con los pequeños editores, con José Luis Mangieri, de La rosa blindada, con Carlos Pérez, de Ediciones Cepe y les compraba, digamos, la mitad de la edición o un tercio de la edición, o sea, si se hacía un tiraje de 3000 ejemplares, Hernández compraba 1000 o 2000. Entre esa librería y otra que tenía en la calle Córdoba y alguna cosa que revendería al interior, agotaba las ediciones. Él las pagaba con cheques a 30, 60 y 90 días. Esto me lo contó Mangieri, después. Compraba con un descuento del 60%, a precio de venta. Entonces había tirajes enteros. Cuando bajé al sótano, estaban Trotsky, Mao Tse Tung, Che Guevara. Era un polvorín bibliográfico. […] Ese depósito se abrió a la venta para fines del ´83. O sea, la policía lo había fajado (sancionado), pero ¿qué pasó? Era una faja de papel y con el tiempo, como la faja se rompió, ellos dijeron: –Bueno, no la rompimos nosotros–. Yo creo que entraron con la intención de contabilizar y era imposible contabilizar.
Digamos, era tener que poner ahí, no sé, durante un año dos policías con una máquina de escribir, era inviable. Dijeron: —Esto es imposible. Y no se los llevaron. No los quemaron. Bueno, eso fue lo que pasó. Así que ese depósito alimentó a la nueva generación que en los años ´83, ´84, ´85 se lanzaba a la política. Digamos postMalvinas, cuando ya era posible acceder otra vez a esa literatura, yo me dediqué a ponerla en circulación. (Vinelli, et all., 2018)
Del teatro y las telenovelas: máscaras y dramas para encubrir denuncias
Las obras de teatro adquieren un importante peso en la denuncia en tiempos de censura impuesta en dictaduras. Un ejemplo de ello ocurre con el venezolano César Rengifo, (1915-1980), dramaturgo antigomecista y antiperezjimenista.
Durante la dictadura militar en Brasil (1964-1985), la telenovela de las 10 p. m., en nada menos que la Rede Globo de TV, el canal que más había promocionado la dictadura castrense, se convirtió en la vía para la promoción sobre ciertas ideas contrarias a la naturaleza ideológica del régimen, empleada por diversos autores de tendencia políticamente comprometidos, según refiere Emilia Grizende García (2021).
A pesar del filtro que imponía la entonces llamada División de Censura de Diversiones Públicas (DCDP) de Brasil, esta empresa de medios le permitió a los escritores de tendencias izquierdistas escribir para las novelas.
A escritores como Días Gomes, autor de obras de teatro censuradas y de la telenovela vetada “Roque Santeiro”, no se le permitió la responsabilidad de los guiones en el prime time (hasta las 10 p.m.), pero sí se le dieron ciertas concesiones, en momentos de apertura política, para que dejara colar en sus historias ciertas críticas en las novelas que se transmitían después de las 10 pm. Así coló mensajes entre 1969 y 1979, en “Verano rojo” (1969), “Así en la Tierra como en el Cielo” (1969-1970), “Bandera 2” (1971-1972), “El bien amado” (1973), “La espiga” (1974), “Saramandaia” (1976) y “Señal de alerta” (1978-1979) (Grizende, 2021).
Otros importantes autores, políticamente comprometidos y críticos de la dictadura militar en Brasil, que incursionaron con su pluma en estas prácticas de evasión de censura, fueron Walter Dust, Braúlio Pedroso y Jorge Andrade. Este último escribe críticas al proceso de modernización de Sao Paulo en la trama de “El Grito” (1975-1976), que denotó las desigualdades presentes en ese estado.
Había cierta permeabilidad en la DCDP para posibilitar que estas obras, aunque críticas, fuesen presentadas en el horario de las diez de la noche. Esto se debía a la posición de prestigio de Rede Globo ante el régimen militar, dado que la emisora, aun divulgando representaciones contrarias ideológicamente en el horario de menor audiencia, continuaba siendo la principal vitrina de los ideales defendidos por el régimen militar. (Grizende, 2021: p. 131)
Los estudiantes y sus métodos de expresión
Un ejemplo de resistencia estudiantil a la censura y de evasión a los mecanismos para silenciar la crítica, debe incluir a los universitarios de la Rosa Blanca (La Weiße Rose). Aquel grupo, fundado en 1942, estaba compuesto por intelectuales que, bajo el lema “la pluma contra la espada”, distribuyeron panfletos escritos a máquina, en los cuales advertían que cualquier persona honesta se avergonzaría de los crímenes del régimen nazi.
Su segundo panfleto rezaba: “Aquí vemos el más espantoso crimen en contra de la dignidad humana, un crimen que no tiene paralelo en toda la historia puesto que los judíos también son seres humanos”. También se atrevieron a pintar consignas en la avenida principal de Munich, tales como “Abajo Hitler”. Ser vistos al momento de lanzar panfletos los llevó a su detención y posterior ejecución, el 22 de febrero de 1943.
El abogado alemán Helmuth James Graf von Moltke, contrario al nacionalsocialismo, hizo llegar el último panfleto de la Rosa Blanca a Londres. Miles de copias fueron lanzadas sobre Alemania desde aviones aliados. En el texto, titulado El manifiesto de los estudiantes de Múnich, se leía: “Nuestro pueblo se alza contra la esclavización de Europa a manos del nacionalsocialismo en una nueva irrupción de libertad y honor” (Wikipedia, 2022).
El movimiento estudiantil de 1968 en México, es buen exponente de elusión de censura en el continente, y su “legado” aún es disputado por grupos de tendencia izquierdista en la nación azteca.
Gustavo Díaz Ordaz Bolaños presidía el país para ese entonces. En medio de la Guerra Fría y con resultados macroeconómicos eficientes en términos de baja inflación, su sexenio, de 1964 a 1970, mantuvo prácticas contra la libertad de expresión, el más relevante: la “matanza de Tlatelolco”, ocurrida el 2 de octubre de 1968, producto de una acción lanzada por las fuerzas castrenses y civiles del orden público, denominada “Operación Galeana”, y que, teniendo como fin el encarcelamiento de dirigentes del movimiento estudiantil, dejó un número indeterminado de muertos, heridos y detenidos.
Este contexto fue propicio para acciones que desafiaron el aparataje represor del Estado azteca para entones. Establecieron “brigadas” estudiantiles para informar al colectivo sobre las razones de su protesta y contravenir la versión oficial de lo que ocurría.
Aunque este carácter democrático es uno de los mitos del 68 que se ha cuestionado últimamente, no cabe duda de que fomentó nuevas formas de expresión. Las brigadas implementaron formas alternativas de comunicación masiva: volantes, canciones, periódicos murales, arengas en las plazas y mercados, organización de mítines y manifestaciones, carteles, mantas, pintas, hojas informativas, las cuales dieron colorido e imaginación, así como una dinámica sacudida a la esfera pública mexicana. En términos informativos no formales: cumplieron con una función que no estaba llenando el periodismo profesional. (Serna, 2014)
Serna (2014) recuerda uno de los instrumentos de propaganda del movimiento estudiantil llamada “Hoja popular”. Cita, entonces, al final de su número 17:
La Prensa Revolucionaria sirve de poco si no logra llegar a las masas. Guardar la Hoja Popular dobladita en un libro no colabora a esto. Léela, discútela y después pásala en el camión. Nuestros laboratorios nos informan que Hoja Popular puede ser leída por 10000 gentes antes de que el uso borre sus letras. ¡Pásala! ¡Circúlala! ¡Muévela! (Serna, 2014)
En China
Vale mencionar cómo se ha sorteado el aparato censor a través de mensajes en redes de usuarios con identidades no reveladas, así como los esfuerzos que operan en naciones como China para tratar de impedirlo. En el gigante asiático es obligatoria la revelación de identidad como paso para crear cuentas en Weibo, una plataforma empleada en ausencia a Twitter, que está prohibida en ese país.
En China están censurados Google, Facebook, Twitter, Instagram, Wikipedia, Gmail. Aplican lo que llaman el “Gran Cortafuegos”, con el cual se controla y censura el flujo de datos, especialmente en la China continental. Allí, saben poco de la represión en sus plazas, historias que han borrado del mapa digital y que no penetran en el ecosistema mediático.
No obstante, a pesar de controles a ciertas expresiones y términos, el ciudadano ha encontrado vías para eludir el aparato censurador chino, que se ve incapacitado en su meta de impedir toda comunicación sobre ciertos temas. Como gran parte de los ciudadanos en China desconfía de la televisión y los diarios, algunos se comunican con lenguajes encriptados a través de mensajería y microblogs. También, al igual que ocurre en Venezuela, las personas recurren a los VPN, un tipo de conexión encriptada que no puede ser rastreable, a fin de poder acceder a sitios web y a las aplicaciones que han sido bloqueadas. En Wikipedia se mencionan algunas de las herramientas para eludir la censura en la nación asiática, se citan algunas:
• Usar servidores proxy fuera de China.
• Las empresas han recurrido a establecer sitios web regionales evitando el Gran Cortafuegos de China; sin embargo, deben solicitar licencias de ICP locales.
• Utilizar enrutamientos especiales.
• Emplear programas como Freegate, Ultrasurf y Psiphon, utilizando múltiples servidores proxy abiertos.
• Las VPN (red privada virtual) y SSH (shell seguro).
En la Venezuela de ayer y de hoy
En Venezuela, las contradicciones a la hora de bloquear las comunicaciones han sido comentadas por diversos expertos en materia de comunicación digital. Uno de ellos es Luis Carlos Díaz. El 27 de febrero de 2019, este periodista, reconocido conductor de programas radiales en el país e influencer responsable de programas de activismo en derechos alusivos a la comunicación, se refería a la situación comunicacional venezolana en un espacio audiovisual que lleva adelante vía digital.
En el audiovisual transmitido por Facebook, uno de los recursos comunes para sortear la censura en Venezuela, contestaba preguntas a la audiencia, una de ellas referida a la posibilidad de que un corte de luz eléctrica al momento del fin del gobierno de Nicolás Maduro, provocara un blackout. Se transcribe para que el lector visualice cómo son las rutinas anticomunicacionales en momentos de protesta en Venezuela, y lo que Díaz sugiere, incluso en momentos de inexistencia de Internet, que es similar a lo indicado por Portolés (2013): apelar a la dimensión tiempo y registrar lo que ocurre, para después compartirlo.
Precisamente, estas palabras del comunicador provocaron una detención por parte del gobierno de Nicolás Maduro, el cual le achacó supuesta responsabilidad en los apagones eléctricos. Posteriormente fue liberado, bajo condiciones de restricción que se prolongaron durante dos años, cuando la causa en su contra fue archivada.
El comunicador ha seguido activo a través de la esfera digital. Su comentario es importante para entender cómo operan ciertas fragilidades de la censura en Venezuela, pues permite establecer que la penetración y licencia de ciertas plataformas comunicacionales son las que permiten al propio oficialismo mantenerse conectado y articulado, y que ante la imposibilidad de mantener los cortes de plataformas comunicacionales disponibles por Internet, queda abierta la posibilidad de que por esa misma vía se articulen críticas y convocatorias de la disidencia y del periodismo crítico.
Resistencia a la mordaza estructurada con leyes que embozalan
Los regímenes de muy amplia data, como ocurre con los casos de Cuba y Rusia, tienen un amplio historial de violaciones de derechos humanos. A continuación se hará referencia a observaciones sobre salidas creativas de los periodistas y ciudadanos ante la inexistencia institucional de libertad de expresión en la nación cubana.
Citaré palabras del periodista cubano en exilio, Pedro Corzo, en conferencia ofrecida en Miami en 2017:
Lo peor que tienen las dictaduras es que convierten a los periodistas en activistas. Dejamos de ser periodistas para convertirnos en activistas, porque cuando defendemos nuestro derecho a informar, ya estamos en cierta medida enfrentando a la autoridad que nos limita nuestros derechos. (Hernández, 2017: p.57)
Corzo, del medio Radio Martí, vivió bajo diversos tipos de censura en su país. En tiempo de Fulgencio Batista conoció la censura parcial, con la cual el gobernante dictaminaba lo que los medios no podían informar.
Cuando el castrismo llega al poder, la situación cambió radicalmente. Creíamos que íbamos a tener una permanente libertad de prensa. No fue así. Se estableció en menos de dos años un control sin precedentes. Los medios de comunicación pasaron a ser del Estado. Desde 1959, los periodistas comenzaron a ir a prisión en Cuba. Somos el país que más periodistas presos políticos ha tenido en toda América Latina.
Señaló Corzo que la situación de Cuba se parece a la venezolana.
La censura en mi país ha sido y sigue siendo severa. No hay nada que no esté controlado en la medida que el Gobierno quiere. Somos el país con menos conexión en Internet, que está censurada, hay páginas a las que no podemos acceder.
Al periodista cubano, no obstante, no lo limita el presidio, según dijo.
La labor de informar de un periodista es tan comprometida, que aún en el presidio los periodistas cumplen con su deber de informar. En las cárceles los periodistas hacían boletines informativos y hacían radios con una pequeña piedra de galena y con eso recibían señales de radio. Esos hombres que eran periodistas de oficio y que habían ido a prisión por informar, transcribían aquellas informaciones e iban leyendo esas informaciones pisos por pisos. Eran los primeros en ir a celdas de castigo.
“Como consecuencia de que el periodismo quedó concernido a los intereses del Estado, se generó lo que hoy se conoce como el periodismo independiente”, añadió. Hoy día, mediante blogs y plataformas digitales como Radio Martí y 14 y Medio, cubanos en el exilio se enteran de lo que ocurre en la isla.
El primer paso: vencer el miedo
(A modo de conclusiones)
El lunes 14 de marzo de 2021, en el marco de la invasión de Rusia a Ucrania, la rusa Maria Ovsiannikova, editora de un noticiero de la televisión de corte estatal, se colocó, detrás del ancla del espacio audiovisual, con una pancarta en mano, en rechazo a la acción bélica de su país contra Ucrania. El texto decía un claro “No a la Guerra”. Tras un par de segundos, un titubeante director de cabina sacó la imagen del aire, para colocar un video de un hospital. La productora deberá sortear la posibilidad de estar en la cárcel por una pena de entre tres y quince años por ese atrevimiento.
En el contexto de la invasión a Ucrania, ciudadanos rusos han sido aprehendidos por portar carteles en blanco, en reclamo contra la mordaza estructurada en forma de leyes que legitiman la censura. Circularon en redes sociales imágenes de dos mujeres detenidas por declarar ante la cámara de un medio de comunicación. De esa manera los agentes del orden interpretaron el anuncio del Ministerio del Interior en Rusia, sobre tomar “todas las medidas necesarias” ante acciones que el Estado ruso estime, y citamos literalmente, “agresivas o provocadoras”. También cerraron Instagram en esa nación, dejando por fuera a 80 millones de usuarios de esa red social.
¿Qué lleva a una persona a levantar una pancarta que señala un no a la guerra en televisión abierta, en una nación como Rusia? Esa comunicadora tal vez tendría la completa convicción de que con su señal de protesta se identificaría con otros en desacuerdo con la invasión, gritando al mundo que a pesar de los silencios impuestos, el espíritu humano intenta conectarse con el otro, con quien comparte llanto, indignación y necesidad de cambio.
La comunicación no es algo que se pueda eliminar con decretos ni presidio. Se le restringe y limita, pero ejemplos históricos sobre comunicación en la clandestinidad han existido, sin importar la ideología de la dictadura. ¿Quién olvida la prensa clandestina en regímenes como el de Pérez Jiménez, Franco y Pinochet?
Los ejemplos dejan atrás las tendencias de izquierda y derecha, dejando sobre la mesa a dos tipos de personas: opresores y oprimidos. Válido es el concepto expuesto al inicio del texto y, además, muy sencillo para sostener la afirmación anterior: “La censura es una reacción ante un mensaje que amenaza la ideología del censor” (Portolés, 2013).
Con el caso de estos rusos y de otros muchos en la historia, como el de los jóvenes del grupo la Rosa Blanca en la Alemania nazi, el mundo atestigua, hoy en tiempo cuasi real, cómo el valor se manifiesta en seres que deciden expresarse, sin importar el costo. ¿Puede ser la censura inviolable? ¿Puede el totalitarismo acallar por siempre la noción de justicia y libertad?
El primer paso que se aprecia común en todos estos casos, es vencer el miedo. “Pero, ¿quién dijo miedo?”, es una de las frases de un video promocional del emprendimiento venezolano de noticias Efecto Cocuyo, que desde 2014 emplea las redes sociales y medios digitales para “iluminar” sobre lo que ocurre en Venezuela. Una de sus fundadoras, Laura Weffer, estima que su emprendimiento, al igual que muchos otros de periodistas independientes, ha asimilado que el entorno del país para el ejercicio es hostil y que se debe contrarrestar la opacidad oficial, evitando resignarse a una vocería oficial cuestionable.
En naciones latinoamericanas también han surgido redes entre periodistas, en solidaridad creciente, con la misión de brindarse respaldo para hacer frente a regímenes que perciben cada vez más autoritarios, tales como los de Cuba, Nicaragua y Venezuela. No quedan por fuera otro tipo de métodos de censura aplicados en Brasil y El Salvador, naciones con otras ideologías, pero también pobremente calificadas en el Índice Chapultepec de Libertad de Expresión y de Prensa de la Sociedad Interamericana de Prensa.
A pesar de que entienden que existe un peligro real de que se emitan nuevas modalidades de censura a medios digitales, nuevas leyes que intenten legitimar la persecución a la crítica, el espíritu humano parece resistir a los embates de la censura negativa y alzar la voz para defender principios. No obstante, los procesos de cambio se ralentizan, por las mordazas estructuradas y la manipulación de las narrativas oficiales en ciertos contextos. En la era de redes, muchos capítulos sobre derechos comunicacionales, desinformación y cómo generar capacidades mediáticas para sortear la censura están por escribirse.
Referencias
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León Hernández
Licenciado en Comunicación Social, magíster en Comunicación Organizacional, doctorando en Historia de la Universidad Católica Andrés Bello. Periodista, documentalista, investigador del Centro de Investigación de la Comunicación de la UCAB, coordinador del Observatorio Venezolano de Fake News, socio de Medianálisis, miembro del consejo editorial de la revista Comunicación del Centro Gumilla, miembro del comité editorial de la revista Temas de Comunicación de la UCAB. Miembro del programa Next Generation Leaders del McCain Institute de la Universidad de Arizona.