Nos dice el autor que la inmediatez nos abruma. Que no tenemos tiempo ni para pensar y que al final del día, del tiempo transcurrido en nuestras vidas, todo lo que hemos hecho se convierte en olvido. Las comunicaciones-hoy nos abruman no solo con informaciones, sino con experiencias que van desde el consumo de videos hasta los selfies, las fotos, los Whatsapp… y paremos de contar. La conclusión a la que llega el articulista no puede ser más pesimista: “¿Verdaderamente compartimos? ¿Realmente meditamos, concentramos, reunimos, interpretamos los instantes que compartimos? ¿Qué hacemos para digerir la información que nos llega?.
El consumo de la experiencia audiovisual, en su continua banalización, por un lado, y sucesión de gravedades a grandes velocidades, supone una técnica del olvido que bien puede servir de licuadora a la memoria social. Se aplastan las realidades por lo estrecho del tiempo entre una ola de opinión y otra. Entre grandes sucesiones, poco compás queda para la reflexión. Y lo que no puede ser pensado, meditado, se convierte en olvido.
El presentismo es afín a los controles irresolutos, envolventes. La desnaturalización de las emociones, el hombre espectáculo, la celebridad fugaz. Fenómenos de cancelación en redes sociales, de ataques masivos a usuarios. Generalidad: el hombre que olvida, entre campañas de desinformación, es más fácil de manipular y poco puede articular, en relativas lecturas de la realidad, sintiéndose perdido, confundido, desanimado. La persistencia de la intencionalidad de algunos, lo hace paranoico, pasivo, indiferente.
Rodamos fotos, leemos titulares, consumimos videos. Tomamos selfies en la híper propaganda del yo, que intenta luchar contra los otros yo, los de otros que acumulan visualizaciones. Acumulamos likes, pero no contactos visuales. Rendimos testimonio de lo que hacemos, pero, ¿verdaderamente compartimos? ¿Realmente meditamos, concentramos, reunimos, interpretamos los instantes que compartimos? ¿Qué hacemos para digerir la información que nos llega?
Rara vez tenemos tiempo de retornar a ver, por la velocidad con la cual compartimos y seguimos lo que se comparte. Percibimos que debemos estar a la caza de información, de ofertas, de invitaciones, de eventos, sucesos, tendencias, escándalos. De lo último, en cada caso, no llegamos a enterarnos del todo. Se abandonan sucesiones, colapsan las memorias de los aparatos y al borrar, nos borramos un poco también, acostumbrados a un almacenaje externo que ya no se da abasto.
¿Realmente tenemos tiempo de reflexionar en lo que hicimos hace minutos? Llega junio, y apenas nos sentimos como que el año acaba de iniciar. ¿Por qué? ¿No se supone que hicimos más, que estuvimos más conectados?, ¿no deberíamos sentir que nos rinde más el tiempo? La percepción del presente no paró, no hubo momento para recordar, para detenerse y mirar. Solo para producir
más mensajes, leer más. ¿Realmente leímos? ¿Cuántos libros, artículos, reportajes a profundidad leímos, analizamos? ¿Cuánto nos va quedando de la rápida y repetida navegación? No recordamos, por eso la vida vuela, más rápido que antes. Tiempos de memoria licuada.
Miramos series de televisión, con instinto de entretenimiento, pero luego de pocos meses olvidamos qué vimos. Tal vez recordamos el nombre, y recomendamos la producción: “Sí, mírala, es buenísima”. Pero llegamos a la incapacidad de transferir al otro lo que vimos. “No te lo cuento, tienes que verla”. Luego, por la asincronía del consumo, no podemos del todo compartirla: “Sé que es buenísima, pero no recuerdo mucho de lo que me hablas, la vi meses atrás”. En el momento, las disfrutamos, las sudamos, y al ruedo, la siguiente. Muchas son las emociones, pero a la vuelta se perdió el momento para asimilarlas, consumiendo, entreteniéndonos, cansándonos. Sucede, porque vemos de a cuatro capítulos en un solo día y comemos temporadas enteras en semanas. La mente no puede retener tanto, y lo que sobrevive en nuestra memoria son pocas imágenes. Y queremos más…
DEL DERECHO A ENLENTECERNOS Y A PARAR, AUNQUE SEA A VECES
Necesitamos tiempo de calidad. Tenemos derecho a la lentitud. Dignificar el cumplir años. Ser efectivo para vivir más feliz, debería pasar porque comprendamos nuestros procesos de saturación. Para ser y ser en el otro, debemos pensar y ser pensados.
Hemos transmitido el miedo por la lentitud. Obligados a rendir, a procesar, ejecutar, queremos procesos de aprendizaje más cortos, y exigimos graduarnos más rápido. Por eso, entre otras cosas, se acortan las carreras. Se promueve la reducción a cuatro años de carreras que eran para cinco. Lo malo no es la reducción, sino el criterio instrumental para hacerlo. Se enfatiza en el modo, muy poco en el qué, al menos en lo comunicacional. Se requiere urgente satisfacer al empleador.
Ah… y suelen eliminarse las historias de los programas de estudio. La prioridad frecuente es la instrumentalización.
Estamos en un exceso de positividad, lo comentaba Byung Chul Han. Estamos en un mundo de abundancia, de rendimiento. La era comunicacional ilimitada, paradójicamente, nos hace desconectarnos del otro que tenemos a los lados. Estamos cansados, saturados, hiperconectados, pero poco guardamos. Consumimos, desechamos y a lo siguiente. ¿Paramos? ¿Vemos en retrospectiva? La inmediatez nos abruma, y cambiamos de óptica, de opinión, de tendencia colectiva, con el paso de apenas minutos. Y de tendencia en tendencia, poco permanece. ¿Se rememora? Parece que nos licuamos los recuerdos.
A pesar de que se está híper enlazado, híper conectado, no conectamos con la necesidad de afecto del otro. Le dejamos a medio escuchar, para ver el celular, para responder WhatsApp, en función de rendir, rendir, sin detenernos, sin reflexionar. Y el año se nos va volando, porque estamos en un eterno presente y poco recordamos algo como significativo. Tecleamos, tecleamos, y no tocamos, no imprimimos fotos, ni guardamos los boletos de películas significativas que vimos en el cine. La gente consume grandes volúmenes de mensajes, pero no tiene tiempo de escuchar realmente al otro.
La vida se va rápido, porque corremos, sin detenernos. Vemos, pero no miramos. Hablamos, pero no nos comunicamos, pues no reflexionamos lo suficiente en lo que vamos a expresar. Estamos, existimos en redes, pero desarrollamos una rapidez superficial, no analítica.
REAFIRMEMOS EL DERECHO A PENSAR
Debemos reconectar con la lentitud. Hacer una cosa a la vez. Estar parados. Parece que no vamos a volver a lo de antes, que somos los nostálgicos, como caballeros del medioevo, quienes extrañarán esa lentitud de cosas. El ocio, la reflexión posterior a los actos humanos… parece que las nuevas Tecnologías de la Información y Comunicación nos modifican, nos llevan a dimensiones humanas que aproximan nuestros procesos a muchas entradas informativas, que, sin embargo, ante las desviaciones del hombre masa, y esfuerzos desinformativos, deliberados y accidentales, nos dejan mudos, ciegos, agotados… y olvidadizos.
El periodista canadiense Carl Honoré habla de inyectar una pausa. Parar por dos minutos, para reflexionar por un problema. Tratar de evitar el suceso, la conversación pasada a toda velocidad y elegir para reflexionar dos minutos. Esto llevará a mayor memoria de lo que nos pasa y al tener más momentos significativos, tal vez, el tiempo no se nos vaya tan rápido, minado de una completa rutina de lo viral, que se sustituye minuto a minuto, dejando vacío. Imprima fotos, algunas. No sigamos tomándonos tan rápido cada momento, perdiéndolo. Retratando tanto algo que no recrearemos luego, en lugar de vivir en el sitio, el real momento de lo pasado, del recuerdo que seremos. Conectémonos más con la memoria que seremos, que con el selfie olvidado que perpetuamente difundimos. Discriminemos mejor, en la inmensidad de contenidos, innavegables, complejos y absurdamente acumulados. Pensémonos más, tenemos derecho a una memoria más consolidada.
Desconéctese por momentos del móvil y abrace más, enfoque más en la mirada del otro. La fugacidad de la vida se detiene enlenteciendo un poco el desgaste de la memoria. Defienda su derecho a pensar, a recordar la significación de los otros y a ser recordado.
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