Tal como nos dice el autor, esta es una reseña personal sobre la figura de María Corina Machado y su liderazgo. No se trata, de ninguna manera, de un análisis exhaustivo de María Corina desde una perspectiva sociológica y mucho menos política. Son apreciaciones sobre una figura femenina que se ha convertido en todo un fenómeno político-electoral en la Venezuela de estos días y así deben ser leídas.
Hay asuntos relevantes, como el de la influencia avasallante de una mujer en la política venezolana, que se pueden responder partiendo de una pregunta simple, de un asunto que puede descubrir cualquiera después de una breve indagación. La pregunta es la siguiente: ¿cuándo una mujer fue ministra por primera vez en Venezuela? Hay que esperar hasta el gobierno del presidente Leoni, sucedido entre 1964 y 1969, para que el portento se haga realidad. Entonces Aura Celina Casanova ocupa el ministerio de Fomento, si no recuerdo mal. Pudo ser otro ministerio, no importa, porque lo que ahora interesa es pensar en la demora del ascenso de una figura del sexo femenino, o en cómo después tampoco se abre una autopista para que una de ellas reine a placer en el centro de la escena.
Quizá más tarde Mercedes Pulido de Briceño, durante el gobierno de Herrera Campíns, sucedido entre 1979 y 1984, destacara por una acción capaz de determinar conductas masivas, no en balde se debió a su empeño la reforma del Código Civil, con todo lo que el aporte significó para la vida de la sociedad. Pero hasta allí llega la fiesta de las mujeres, pese a que no pocas ocuparon cargos en el gabinete ejecutivo, en los institutos autónomos, en los partidos políticos, en el Congreso Nacional, en gobernaciones de estados, en las universidades y en la parcela de la pluma, la investigación y las bellas artes. Terminaron un monopolio masculino que se ejercía desde 1830, fecha del natalicio de la república, un predominio avasallante de levitas y corbatines, de espadas y polainas, de experiencia y pupitre sobre el cual nadie se atrevió a discutir porque ni siquiera con la competencia incómoda de las faldas pasaba trances de vida o muerte.
Pero en dos ocasiones dos de ellas ascendieron al estrellato, se pudiera argumentar, debido a que llegaron hasta el escalafón de candidatas presidenciales. Se trata de Ismenia de Villalba e Irene Sáez, en quienes pensó la sociedad para que la representara en Miraflores. Muy cierto, si antes no preguntamos sobre los motivos de su elevación. En el caso de la primera, debido a ser esposa de un líder fundamental de la democracia, el celebérrimo Jóvito Villalba; y en el predicamento de la otra, por la oportunidad que vio en ella un político astuto como Herrera Campíns ante la falta de figuras de su género en medio de una severa crisis de liderazgo. Fracasó estrepitosamente con la nominada, dicho sea de paso. Merodearon las dos en la cúpula y provocaron atención, sin duda, pero debido a decisiones de los capitanes de los partidos y de la administración pública que solo se fijaron en tafetanes debido a una lastimosa y pasajera falta de pantalones. Si aportaron alguna iluminación fue por linternas prestadas. Las dos no pasan de lo anecdótico, por consiguiente.
El liderazgo de María Corina Machado se diferencia de alguna preponderancia anterior de las mujeres por su alcance y profundidad. Es un fenómeno que llega hasta todos los rincones del mapa y que ha penetrado todos los estratos de la sociedad. No hay lugar de Venezuela en el que no se haya convertido en esperanza, ni casa rica o pobre que no le haya abierto sus puertas.
El fijarse en una docena de mujeres, o cuando mucho en un centenar, se puede considerar como la subestimación de una proeza llevada a cabo colectivamente por ellas desde la antigüedad venezolana, para salir de la morada doméstica y para disminuir la dependencia de los varones,
para librarse de su sujeción. No poco he investigado esa historia y retengo en la memoria las citas eclesiásticas del siglo XIX, que hasta se ocupaban de normar su vestuario para evitar escándalos públicos; y también los textos de los periódicos liberales y de los manuales de urbanidad que las consideraban veleidosas, remilgadas o tontas del cerebelo. La superación de tales pautas fue obra de ellas, no pocas veces sin el auxilio de sus padres, de sus hermanos, sus maridos y amigos. Pero la conquista del lugar que les correspondía llegó hasta la situación de la actualidad, es decir, hasta la ocupación de cargos de relevancia y la expresión de ideas susceptibles de consideración general, de estima indiscutible, pero nunca hasta la preponderancia que ostenta María Corina Machado. [Continua leyendo…]