Y así sucedió. En 2019 coinciden tres hechos importantes que, juntos, permitieron el resurgir de un movimiento que ha puesto en apuros al bloque de poder que representa Nicolás Maduro. El primero es la renovación de la directiva de la Asamblea Nacional que, por el acuerdo establecido entre las facciones del cambio, pasaría a ser presidida por un miembro del partido Voluntad Popular. Un punto importante es que, si bien las fuerzas opositoras lucían debilitadas y descoordinadas, el acuerdo se respeta lanzando una señal positiva a la población. Por otra parte, los dos diputados en la línea natural de liderazgo del partido VP que podrían haber asumido la presidencia de la AN se encontraban imposibilitados de hacerlo. Freddy Guevara estaba en condición de asilado en la embajada de Chile y Luís Florido había sido expulsado del partido. La responsabilidad recae entonces sobre los hombros del diputado Juan Guaidó, un joven político cuyo nombre, hasta diciembre de 2018, había llegado a los oídos de menos del 3 % de la población, entre quienes solo una parte sabía de quién se trataba realmente. De porte juvenil, que transmite la idea de renovación del liderazgo; de rasgos neutros, criollos, de fácil reconocimiento como un igual por un amplio espectro de la población; con un cuadro familiar apropiado que contribuye a transmitir confianza; de origen humilde e historia con episodios identificables por sectores populares que favorecen la empatía, como lo es el haber sido víctima de la tragedia de Vargas; de manera de hablar franca, directa, con un estilo que se diferencia de los políticos tradicionales –“habla como si fuese un amigo en el comedor”, se escuchaba en las sesiones de jóvenes en estudios cualitativos–. Es decir, sin ser un outsider, Juan Guaidó reunía todas las condiciones para ser percibido como tal, conectando entonces con el deseo generalizado de la población.