En una película reciente y exitosa sobre el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Las horas más oscuras, el protagonista, Winston Churchill, debe pasar por el aprieto de convencer a la sociedad y al parlamento de las bondades de su política. Puesto ante la necesidad de referirse a los desafíos que se aproximaban, pero obligado a no ser excesivamente descarnado, en su estreno radial acude a unas palabras de Cicerón. Después, cuando requiere la solidaridad de la Cámara, abunda en referencias sobre la grandeza del imperio británico labrada a través del tiempo. Logra así el entusiasmo incondicional de los comunes. El vizconde Hálifax, entonces ministro de asuntos exteriores y su rival en el gabinete, después de oír la alocución asegura que el primer ministro ha ganado su primordial batalla debido al manejo apropiado de la lengua inglesa, a la cual puso a combatir moviendo la fibra de los oyentes con referencias al pasado de una sociedad que, mientras lo escuchaba, pudo mirarse en el espejo de una épica anterior. Con este comentario termina la película. No creo que convenga exigir a nuestros líderes de la oposición que para hacer bien su trabajo se detengan en Cicerón, o en Salustio, como hizo Churchill y como sugiere el profesor Rosler. Tal vez sea una petición exagerada, pero es evidente que, para lograr remiendos de entidad, necesitan despegarse del entendimiento superficial de los hechos que enfrentan. Se pueden ahorrar la lectura de los clásicos, por cierto, porque los citan con frecuencia nuestros repúblicos fundacionales. Se darán cuenta de que ellos, los venezolanos que crearon y modificaron el proceso del republicanismo en sus primeros capítulos, beben su agua cristalina. Si los consultan para aprender, para madurar y para edificarse, o por lo menos para salir de aburrimientos, se ahorran un viaje hacia la Roma antigua y se ocupan del asunto de trascendencia que tienen frente a las narices.