AUTOR: Inés Quintero
En el Resumen de la Historia de Venezuela, escrito por Rafael María Baralt en coautoría con Ramón Díaz, hay una frase que describe claramente la orientación que durante muchos años sirvió de guía a la construcción del relato histórico de nuestra nación. La afirmación es la siguiente:
“Los trabajos de la paz no dan materia a la historia; cesa el interés que ésta inspira cuando no puede referir grandes crímenes, sangrientas batallas o calamitosos sucesos”
La premisa acuñada por Baralt y Díaz no es una casualidad. Su incorporación en esta importante obra fundacional de nuestra historiografía nacional está directamente relacionada con una de las necesidades fundamentales que se planteó al finalizar la guerra de independencia y al quedar disuelto el proyecto de la unidad colombiana. En ese momento y en las décadas siguientes, se convirtió en un imperativo de primer orden ofrecer un relato histórico que sirviese de apoyo al proceso de construcción de la Nación. Para cumplir con ese propósito se elaboró una historia idealizada, épica y heroica en la cual las batallas y las grandes hazañas protagonizadas por los próceres, sirvieron de elemento cohesionador de la nacionalidad. Resultaba imprescindible que la diversidad de posiciones políticas que se habían manifestado durante los años de la independencia y en tiempos de la República de Colombia, tuviese un cauce común; del mismo modo ocurría respecto a los diferentes intereses de las élites locales y regionales y a las aspiraciones de todos aquellos sectores que no habían visto satisfechas sus expectativas de cambio.
Era perentorio armonizar este conjunto de ambiciones y demandas mediante la elaboración de un pasado común, digno de ser recordado por todos los venezolanos y del cual formaban parte los grandes momentos de la nación, las batallas que permitieron el triunfo contra los enemigos, y la lista de los héroes que se sacrificaron y que, a costa de inmensos sacrificios, lo hicieron posible, destacando, naturalmente la figura de Simón Bolívar, el Libertador y Padre de la Patria.
La Historia Nacional constituyó, por tanto, un recurso fundamental en este importante esfuerzo colectivo que representó la formación de la nación venezolana; objetivo que se mantuvo durante el siglo XIX, con numerosas expresiones que lo sostuvieron y consolidaron como fueron la institucionalización del culto a Bolívar con la repatriación de sus restos en 1842 y la conmemoración del primer centenario de su nacimiento en 1883, en tiempos de Antonio Guzmán Blanco, o la obra de Eduardo Blanco, Venezuela Heroica, canto épico a la independencia, exégesis de las batallas y los héroes, publicada en 1881, entre muchos otros.
Esta orientación no se interrumpió, sino que se mantuvo en el siglo XIX y durante buena parte del siglo XX, reiterando la visión según la cual, la Independencia, con sus héroes, sus batallas y toda la sangre derramada, fue el cenit de la libertad y el más importante logro de nuestra historia, en contraste con el resto del siglo XIX, un período que, de acuerdo a la visión de gran parte de la historiografía, se caracterizó por la anarquía, las pugnas caudillistas, las guerras civiles, las ambiciones personales y la destrucción material del país; no hubo por tanto logros perdurables ni comparables a los resultados alcanzados en la gesta fundacional.
Pero el siglo XX, no se quedó atrás. Las tres primeras décadas fueron presentadas como la continuación del caudillismo decimonónico, personificado en las figuras de los generales Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez. El primero, luego del triunfo de la llamada “revolución restauradora” se mantuvo en el poder hasta diciembre de 1908, cuando su compadre, el general Gómez, aprovechando su ausencia del país y mediante un golpe palaciego, se hizo cargo del poder y se perpetuó en el mando durante 27 años, hasta que, finalmente, abandonó el mundo de los mortales, el 17 de diciembre de 1935.
Discordias, diatribas, desencuentros, disputas políticas, los excesos de los mandones en el poder, las revoluciones exitosas o frustradas, los enfrentamientos entre los venezolanos, han ocupado numerosas páginas de nuestro relato histórico. Así puede verse en las memorias y artículos escritos por los propios protagonistas de los hechos y en muchas obras que recogen la polarización que dividió a quienes tuvieron bajo su conducción los destinos del país y a quienes se opusieron a ellos en los años que siguieron a la dictadura gomecista, durante el trienio adeco, a lo largo de la dictadura militar, en la construcción y consolidación de la democracia y en lo que ha sido este último trecho del siglo XXI.
Se trata de un largo recorrido, de una historia sin paréntesis, ni treguas; sin espacios ni momentos de concordia; un discurso en donde han privado los antagonismos y los desencuentros, lo cual ha impedido conocer las numerosas experiencias en las cuales, quienes tuvieron posiciones divergentes sobre el momento político que les correspondió vivir, estuvieron dispuestos a reunirse, a verse las caras y a buscar formas de entendimiento y acuerdo que permitiesen solventar las difíciles o críticas circunstancias en las cuales se encontraba la República, para seguir adelante.
Este libro que, por invitación de sus promotores tengo el privilegio y el compromiso de prologar, dedica sus páginas precisamente a estas diversas y complejas experiencias de acercamiento y negociación que tuvieron lugar en diferentes momentos de nuestra historia por quienes, desde posiciones muchas veces antagónicas, se vieron en la necesidad y estuvieron dispuestos a encontrarse y, mediante el diálogo y la búsqueda de puntos en común, fueron capaces de construir fórmulas de entendimiento que favorecieron la búsqueda de caminos a transitar de manera conjunta, con el fin de alcanzar la paz y garantizar la convivencia entre los ciudadanos.
Se encuentran aquí reunidos ensayos que ofrecen sugerentes reflexiones sobre estas muy diferentes situaciones históricas que tuvieron lugar en Venezuela, desde que en 1820 se firmaron los Tratados de Trujillo entre Simón Bolívar y Pablo Morillo hace ya casi doscientos años, hasta las más recientes negociaciones que, por iniciativa del gobierno de Noruega, se han llevado a cabo para conseguir un acuerdo que permita darle respuesta pacífica y democrática a la actual crisis venezolana.
Entre estos dos extremos temporales, separados por dos siglos, se encuentran el consenso liberal que se logró establecer en 1830, para avanzar en la construcción de un proyecto común de país, luego de haberse consumado la separación de Venezuela de la República de Colombia, en medio de la desolación y las divisiones terribles que dejó la guerra de independencia; el Tratado de Coche, firmado el 23 de abril de 1863, mediante el cual se puso fin a la Guerra Federal que había ensangrentado al país durante cuatro sombríos años y en los cuales, según un testimonio de la época, los venezolanos se encontraban divididos por un “odio inextinguible”. Se hace el seguimiento de los importantes esfuerzos por lograr el establecimiento de un pluripartidismo liberal que sirviera de contrapeso a la hegemonía del liberalismo amarillo en tiempos del guzmancismo, en medio de las persecuciones y los desmanes autocráticos del “Ilustre Americano”; se describe también el difícil camino transitado por el sucesor de Gómez, el general Eleazar López Contreras y los nacientes partidos políticos para lograr mantener “el hilo constitucional”, luego de 27 años de férrea dictadura, aun cuando tenían diferencias importantes respecto a la velocidad y profundidad de los cambios que debían introducirse en el país, para alcanzar una efectiva y genuina democratización.
No podía faltar el Pacto de Punto Fijo, suscrito por representantes de los principales partidos políticos venezolanos, el 31 de octubre de 1958, para comprometer a los diferentes actores políticos en la defensa y protección de la gobernabilidad democrática mediante la búsqueda de consensos y la superación de los conflictos; le sigue el análisis de lo que representó el largo y complejo proceso que condujo a la desmovilización de la lucha armada y que permitió la reinserción de los partidos de izquierda a la vida democrática, a pesar de las acusaciones, descalificaciones y tensiones que provocó entre quienes apoyaron la pacificación y quienes la consideraban una traición. De tiempos más recientes se encuentran las distintas acciones que se llevaron a cabo para lograr la reunión de la Asamblea Nacional Constituyente, así como los esfuerzos y debates que tuvieron lugar para finalmente redactar y aprobar la Constitución de 1999, a pesar de la diversidad de pareceres, de las tensiones y de las críticas que se hicieron a sus contenidos. Y, para concluir, se hace un recorrido minucioso por los difíciles procesos de negociación entre el gobierno y la oposición en el difícil contexto de los años 2002 y 2004, así como un epílogo en el cual se hacen un conjunto de consideraciones sobre las negociaciones promovidas por el gobierno de Noruega, a fin de conseguir una ruta pacífica y democrática a la difícil y dramática crisis que se vive en Venezuela.
Se trata, sin duda, de circunstancias históricas que difieren de manera sustantiva -demás está subrayarlo- pero cuya revisión y abierta discusión permiten conocer las muy distintas y complejas condiciones en las cuales se desarrolló cada uno de estos espacios de diálogo, de encuentro, de negociación, a pesar de las enormes diferencias y divisiones que separaban a sus protagonistas, no solo entre aquellos que compartían y sostenían la posibilidad de llegar a un acuerdo, sino también entre quienes adversaban esta posibilidad, desde los más frenéticos y radicales hasta los más moderados y sensatos, el abanico de posiciones, en todas las ocasiones, cubrió los más variados matices políticos, del mismo modo estuvieron presentes la desconfianza, las descalificaciones, la utilización de epítetos violentos y la percepción fatalista de que las heridas, las ofensas y los excesos cometidos habían abierto una brecha infranqueable entre los bandos en disputa, que resultaba imposible superar. Pero, históricamente, no fue así.
La historia que narra cada uno de estos ensayos deja ver que, en cada una de esas diversas circunstancias, privaron los esfuerzos por llegar a posiciones conciliadoras de negociación y entendimiento con la finalidad de conseguir los puntos de encuentro que permitiesen poner freno a la violencia, a la destrucción, a la desinstitucionalización, a los abusos de poder; se buscó, igualmente, disipar la desconfianza, superar los intereses particulares, atemperar y calmar las pasiones, aceptar al otro, convocar y convencer a la sociedad de las ventajas y conveniencias de un acuerdo político -responsabilidad que recayó históricamente en los dirigentes y protagonistas, pero que en la actualidad, es mucho más compleja y compromete también a amplios sectores de la población-. Se hicieron significativas demostraciones simbólicas de la importancia que constituía haber llegado a un entendimiento; se llegó a acuerdos mínimos que garantizaron la gobernabilidad y el fortalecimiento de las instituciones y el tejido social, y también, hubo la responsable decisión de asumir los costos políticos de la negociación, deponiendo los intereses individuales y favoreciendo los intereses de la nación.
Ojalá que la lectura de cada una de estas experiencias contribuya a que, en el momento actual, podamos darle continuidad al enorme empeño demostrado históricamente por los venezolanos para convivir en paz, a pesar de las diferencias y de los difíciles momentos que les tocó vivir, si se logró en el pasado, son muchas las razones que nos invitan a realizarlo en el presente. La más importante, con toda seguridad es: garantizarle un futuro promisorio y de convivencia plural a los venezolanos del porvenir.