Intentar atribuirle a los teléfonos móviles o a cualquier dispositivo electrónico la responsabilidad de la desatención de nuestros estudiantes, es un poco delicado. Estaríamos en presencia de una muy pobre autoevaluación, nos estaríamos restando la posibilidad de preguntarnos por qué prefieren usar su teléfono que participar en la clase. Con esto no quiero decir que la responsabilidad la tiene el docente, o al menos no en su 100 %, pero a veces las amenazas del entorno pueden convertirse en oportunidades de revisión personal. Lo digo con conocimiento de causa. Siendo docente de Castellano y Literatura en Bachillerato me encuentro repetidas veces con esta situación y vivo preguntándome qué estoy dejando de hacer con 5to año que los estudiantes me prestan tan poca atención. Las últimas clases con
ellos fueron diferentes, aunque leímos ensayos y textos no tan contemporáneos, trajimos todo eso a la realidad para discutirlo y reflexionarlo desde sus posturas. Frente a mí, en una clase, estaba un alumno chateando con su teléfono y aunque la norma dice que debo decomisárselo, no hice nada al respecto. Empezamos a desnudar el pensamiento de Eduardo Galeano y su ensayo Podemos ser como ellos. El choque de ideas fue tal que terminó por guardar su teléfono y defender a capa y espada su punto de vista. Él fue quien tomó la decisión de atender, él evaluó el contexto, sopesó sus intereses en ese momento y prefirió mi clase.