Sumario
Los cables submarinos juegan un rol central en el mundo actual, tanto para el ámbito de la economía como para la comunicación o el campo geopolítico. Estos cables han sido mal distribuidos y vulnerables, pero ¿no serían un bien común a proteger? ¿Cuál sería la medida a adoptar para un mejor manejo de esta red?
Las revelaciones de Edward Snowden sobre el espionaje a gran escala realizado por la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés) en 2013; la inmersión de Argelia en la oscuridad digital, en otoño de 2015; y el nuevo episodio de tensiones diplomáticas entre Rusia y Estados Unidos, son tres eventos a priori muy diferentes, pero que a su vez comparten un punto en común: los cables submarinos.
Aunque pueda parecer sorprendente, los hilos de fibra óptica que serpentean por los fondos marinos para transmitir la información entre los continentes, intervienen en cada uno de estos hechos. Las declaraciones de Snowden, consultor para la NSA, permitieron revelar en 2013, una colección masiva de datos realizados por el gobierno americano, a partir de cables submarinos, principalmente mediante los programas de espionaje Upstream y Tempora.
Igualmente, la desconexión del cable submarino Sea-Me-We 4, que se encuentra a lo largo de las costas argelinas, ha generado una importante disminución de conectividad en Argelia, y ha afectado al resto de las actividades cotidianas del país durante varios días. Finalmente, en verano de 2015, la presencia del buque oceanográfico ruso Yantar, a lo largo de las costas americanas, cerca de cables submarinos que prestan servicio al país, contribuyó a alimentar las tensiones entre los dos Estados. Todos estos elementos demuestran la actualidad de esta infraestructura y su importancia en la geopolítica mundial.
Pero, eso no es todo. Esta red submarina, todavía desconocida por la mayoría de las personas, también es fundamental para nuestra economía: más del 95 % de las telecomunicaciones y de la información que se encuentra en Internet a nivel mundial, incluyendo la que utiliza wifi, transitan por estas vías. Sin embargo, esta información que corresponde a videos, mensajes, imágenes o incluso documentos privados o profesionales, como los administrativos, son indispensables en nuestra economía digital. Nadie escapa de los intercambios de correos compartidos en las redes sociales, de la utilización de objetos conectados a través de la realización de trabajos administrativos en línea, de la búsqueda en Internet o del empleo de la información en la nube1 y de los soportes multimedia.
El flujo de información se ha convertido, en el siglo XXI, en un verdadero “bien común”2. Relacionado con el acceso ilimitado al conocimiento, a la transparencia y al intercambio, se imponen como un elemento de los derechos y las libertades modernas: el libre albedrío, el libre intercambio, la libertad de reunirse, la libertad de circulación –los datos numéricos de identificación permiten que los ciudadanos del Espacio Schengen puedan desplazarse libremente dentro de los países miembros–, o el derecho a la seguridad.
La lista, evidentemente, no es exhaustiva. El acceso a la información es en sí mismo un derecho consagrado por el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre de 1948, la cual enuncia que la libertad de expresión y opinión cubre la libertad de “buscar, recibir, y difundir, sin consideraciones de fronteras, las informaciones y las ideas, por el medio de expresión que sea”.
Los cables submarinos, como son los vehículos físicos de esta información, ¿también pueden ser considerados como bienes comunes a proteger? Vitales para nuestra economía como para el buen funcionamiento de la sociedad, su preservación se ha convertido en una prioridad. Sin embargo, mal distribuidos y vulnerables, ejercen cierto tipo de dominación sobre la información, que va en detrimento de los grandes principios de Internet.
La gestión de un bien común, suponiendo que no pueda ser la apropiada, es un problema complejo: ¿se debería dejar a la libre fluctuación del mercado? ¿Hacer que el Estado intervenga? ¿Garantizar un control colectivo del bien? Tantas interrogantes que ni los economistas desde el siglo XIX, ni los filósofos como Aristóteles o Thomas Hobbes, han podido resolver. La información también plantea preguntas fundamentales de gobernabilidad. Es el libre acceso material a la fibra óptica, lo que garantiza lo inmaterial de la información, razón por la cual, hoy en día, es oportuno reconsiderar el manejo de los cables submarinos.
La espina dorsal de la economía mundial
Dos grandes avances marítimos son la causa de la globalización: el contenedor y las redes numéricas submarinas. Estos instrumentos complementarios han hecho posible la puesta en marcha de un nuevo modelo económico, basado en la subcontratación y desintegración del proceso de producción. Si el buque de carga permite transportar, a menor costo, el conjunto de piezas o “bloques existentes”4 a través del mundo entero, para ensamblarlos, el cable submarino asegura la unión entre los actores y la dirección a distancia del sistema –supervisión de las piezas, transmisión de instrucciones a los subcontratantes…
Esto lo ilustra el simple pedido de un Smartphone a través de Amazon: Internet y el transporte marítimo aseguran la coherencia de la cadena logística y el respeto de los plazos durante toda la operación de producción, hasta la entrega. Esta revolución ha hecho que nuestras sociedades sean dependientes del mar y de estas infraestructuras.
El conjunto de transacciones financieras intercontinentales son realizadas, por ejemplo, por medio de los cables submarinos. En este universo, donde el nanosegundo puede representar millones de euros de ganancias, la red submarina es la única infraestructura en condiciones de ofrecer a los comerciantes, la rapidez de suficientes intercambios entre dos mercados bursátiles.
La inversión en el cable Hibernia Express permitió ganar, desde septiembre de 2015, cinco décimas de segundo de rapidez en los Fondos de Alta Frecuencia entre las Bolsas de Londres y de Nueva York5. Pero los cables también contribuyen a una economía subterránea: las inversiones atípicas, como los que van en dirección a los paraísos fiscales, benefician ampliamente esta modalidad de tránsito. Si, anteriormente, la evasión fiscal o el blanqueo de dinero eran delicados debido al efectivo poco evidente para transportar. Hoy en día es diferente.
La fluidez de los intercambios, su inmaterialidad y su masificación suelen ahogar las posibles transferencias fraudulentas dentro del conjunto de datos en circulación. El negocio de los Panama Papers mostró el alcance y la complejidad de los sistemas offshore, omitiendo, sin embargo, que ellos no habrían podido ver la luz del día sin la tecnología submarina. Aun así, la fibra permitió principalmente, entre 1995 y 2013, aumentar en 21 % parte del trading offshore de las divisas, es decir, las transacciones hechas sobre las divisas tratadas fuera de sus países de origen.
Evidentemente, los cables submarinos igualmente son vitales para otros numerosos sectores. El comercio, la banca, e incluso la administración son ampliamente dependientes. Hoy en día, todas las actividades cotidianas necesitan de conexión a Internet. Desde la consulta de una cuenta en línea hasta la declaración de impuestos.
La revista Études, de igual forma, no podría existir sin nuestras preciadas redes digitales: desde la búsqueda por Internet que realizan los autores, hasta el envío de las contribuciones, la edición y la transferencia de los archivos a la impresora… todo esto se desarrolla en línea.
El Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC, por sus siglas en inglés), estima que el valor transaccional global de la circulación por día es de 10 mil millardos de dólares6. De ahí la importancia de las consecuencias que podría traer la ruptura de un cable submarino, ya sea en términos de la disminución del flujo propiamente dicho –los dos cortes de cables que ocurrieron de forma sucesiva en 2008, en el Mediterráneo, afectaron a Egipto, a la Península arábiga, e incluso a la India, que perdió entre un 40 % y 50 % de su capacidad sobre la red– o en términos de pérdida financiera, que a pesar de ser difícilmente cuantificable, sigue siendo una consecuencia.
Por otro lado, el cable submarino es sinónimo de desarrollo económico. Al expedir una rapidez de flujo, hasta el momento, inigualable, la fibra óptica ha establecido recientemente las condiciones favorables para el nacimiento de actividades locales, la implantación de empresas extranjeras dentro de un territorio, y su conexión con la economía mundial.
Simultáneamente, gracias al aterrizaje8 en un mismo lugar de diferentes cables submarinos internacionales, se han creado nuevos hubs de información. Por ejemplo, sobre la costa oeste africana, Nigeria es el país que parece querer convertir su situación geográfica en una ventaja regional para la redistribución del tráfico. Los países costeros, en efecto, funcionan como una entrada para el Internet de banda ancha sobre todo el continente, aunque, por el momento, sus oportunidades sean limitadas por las realidades físicas de la red terrestre.
Un nuevo estilo de vida americano
Hoy en día, el acceso a la información alrededor del mundo, no está distribuido de manera equitativa. Pese a que se supone que un bien común no se puede apropiar, se observa una gran dominación de los Estados Unidos sobre la red de Internet. Este control, que pone en riesgo la completa diponibilidad del bien, como es la información, se traduce de diferentes maneras, tanto en términos geográficos como políticos.
El territorio de los Estados Unidos está en el centro de las corrientes: la mayoría de las comunicaciones entre Europa y Asia transitan, por ejemplo, por el nuevo mundo. Como prueba, solo el 3 % de las corrientes trazan una trayectoria directa. ¿Pérdida de eficiencia? No realmente, si creemos en las capacidades de las infraestructuras que posee el gigante americano y los países del Norte en general, como es el aumento de velocidad, la garantía de retransmisión en caso de falla del camino inicial, la posesión de numerosos centros de datos… En realidad, todo está diseñado para que, técnicamente, la información circule prioritariamente por su territorio.
Realmente, eso no se hace de manera consciente, puesto que cada uno dice que el sistema de transmisión de datos, a la hora de los big data9, no se puede controlar. La trayectoria que toma un conjunto de datos, en efecto, no resulta de una elección humana, pero más bien de un mecanismo técnico indirecto. Sin embargo. Las condiciones de capacidad de la red hacen que los datos encuentren una ventaja “numérica” al pasar por el territorio americano… lo que necesariamente plantea preguntas desde el punto de vista del control y de la neutralidad de la información.